La mayoría de los que leéis estas líneas ya lo sabéis. Lo sospechabais desde hace algún tiempo y poco a poco, sobretodo con la llegada de Twitter y el estallido de la crisis económica, política, y social, lo habéis acabado confirmando. Ocurre. Es así. Lo habían conseguido esconder durante décadas pasadas, pero ahora los ciudadanos de este siglo ya nos hemos dado cuenta. Hemos abierto los ojos y ya no nos fiamos de los medios de comunicación. Están de su lado, no de la nuestra. Ya no nos engañarán más. Ya no nos fiamos porque sabemos quién está detrás de ese periódico, de esa televisión o de esa información.
¿De qué estamos hablando? De una de las artes que más se pone en práctica desde el poder para controlar a la sociedad: la desinformación. A muchos ciudadanos del S.XXI les suena este concepto, y están alertados de sus efectos, pero hay todavía mucha población (quizás esa famosa mayoría silenciosa) que no sabe o que se niega a saber cómo funciona el mundo.
La desinformación consiste en promover la ignorancia y el desconocimiento entre la población, mediante la manipulación de noticias, la omisión de hechos o la simple mentira desde los medios de comunicación, para conseguir mantener el status quo de la sociedad actual, que se divide en clases dominantes y clases dominadas. En cierta manera la desinformación es una traición por parte de los medios de comunicación, que en principio tienen como objetivo comunicar e informar a la sociedad, y servir como una herramienta de difusión de conocimiento.
Aunque a muchos nos despertó el libro Desinformación: cómo los medios ocultan el mundo, de Pascual Serrano (2009), hace años que se vienen denunciando las prácticas de los medios de comunicación. Unos medios de comunicación que, desde que se inventó la imprenta, mayoritariamente han estado del lado del poder y le han servido fielmente.
Inyectando una buena dosis de desinformación a la población se consigue prevenir cualquier reacción social
Sin la desinformación generada por la mayor parte de los medios de comunicación es posible que los que ahora tienen el poder lo hubieran perdido hace tiempo a manos de la ciudadanía, que no estaría en un estado de embriaguez y letargo, y tendría el conocimiento necesario para cuestionar y denunciar las prácticas o las decisiones de los de allá arriba. Los de allá arriba, desde sus despachos, no tienen porqué preocuparse de una revuelta o de un estallido de violencia, porque inyectando una buena dosis de desinformación a la población se consigue prevenir cualquier reacción social.
Las técnicas de la desinformación están directamente relacionadas con los objetivos de la política del miedo, de la que hablamos en el anterior artículo. Infundir miedo a la sociedad desde el poder suele implicar el hecho de mentir a la población. Miedo y mentira van unidos. Y aunque ambos se gestionan desde las clases dominantes (políticos, empresarios…), llegan hasta la personas a través de los medios de comunicación. El político puede mentir, pero la mentira sólo será efectiva si los medios de comunicación le dan veracidad y difusión.
La información y el dinero
Los medios de comunicación pertenecen, mayoritariamente, a las clases dominantes. Tradicionalmente ha resultado muy caro fundar un periódico, una cadena de televisión o una emisora de radio. Por ello, los únicos capaces de poner en marcha este tipo de medios han sido las clases más adineradas. Hoy en día prácticamente todos los medios de comunicación son propiedad de grandes empresas y de personas de clase alta, aunque la tendencia está cambiando gracias a las posibilidades que ofrece internet y el acceso a otras vías de financiación. Esto se puede comprobar perfectamente a través del siguiente gráfico: ‘Los Dueños de la Información’. Podemos ver la estrecha relación entre medios de comunicación y empresas de otros sectores que nada tienen que ver con la actividad de informar (bancos, constructoras, farmacéuticas, sector energético, automovilístico…).
En el momento en el que se relaciona la información con el dinero es cuando empiezan los choques de intereses. Si un periódico es controlado, pongamos, al 65% por una empresa de la construcción, al empresario en cuestión no le gustará que en los titulares del diario aparezca criticada su empresa, aun cuando ésta sea noticia por malas prácticas o por algún problema con la ley. En este caso, los periodistas de ese periódico verán su actividad limitada por las restricciones y censura del empresario, que, como dueño del medio de comunicación, estará en su derecho de permitir publicar lo que él considere. Los periodistas, trabajadores y profesionales, tendrán dos opciones: acatar órdenes o perder el empleo.
Si los periodistas acaban obedeciendo al dueño del periódico, estarán siendo títeres y no profesionales de la información, ya que esconder la noticia, evitar contar la verdad o, directamente, mentir sobre algo, va en contra de los objetivos de un periodista. En cambio el empresario no está siendo hipócrita ni traicionando sus ideales, ya que él no es un profesional de la información. Él viene del mundo del ladrillo. La única cosa que le relaciona con el ámbito de la información y la comunicación es un porcentaje de acciones en aquel periódico.
Esta unión bursátil es suficiente para que la palabra del empresario del ladrillo tenga más importancia que la opinión de los periodistas. “Tengo el 65% de las acciones de este periódico.” “Pero usted no sabe nada de cómo se debe informar, de los códigos éticos que rigen esta profesión, del deber moral que tenemos de…” “El periódico es mío. Despedido.”
“La ideología dominante es la ideología de la clase dominante”
Y así es como comienza la desinformación, por la necesidad de contentar los intereses de las clases dominantes, que no sólo controlan la política y la economía, sino que también controlan la opinión pública a través de los medios de comunicación. Y cuando los empresarios, amigos de los políticos, controlan los medios de comunicación, la opinión pública ya no es la opinión que la gente quiera tener, sino la opinión que quieren que tengamos. Como dijo Marx en su día, “la ideología dominante es la ideología de la clase dominante”.
Al propiciar un pensamiento único, irreflexivo y obediente, la desinformación puede ser acusada también de facilitar situaciones como la actual. Respecto a esta posibilidad, Ignacio Muro Benayas escribe en la revista Conexiones que “la actual crisis económica ha sido posible precisamente porque el sistema de medios ha aceptado los enfoques interesados de los grandes grupos y los países dominantes o, lo que es lo mismo, ha dejado de enfocar la parte de la realidad que contradecía sus intereses.”
Podríamos señalar a los grandes grupos mediáticos de comunicación (los mass media) como cómplices de los bancos, de las agencias de calificación y de los gobiernos. Respaldando el pensamiento único de Occidente, siendo fieles al modelo neoliberal y predicando la economía de mercado, los medios de comunicación, a través de la desinformación, no nos han mostrado los caminos alternativos que la sociedad podría haber tomado para evitar crisis como la que nos afecta hoy en día.
Ejemplos de desinformación
Desde que se descubrió que la información era un negocio, las grandes empresas comenzaron a interesarse por ella. Ahí es donde comienza el problema actual con la sensación de no estar bien informados, ya que intereses ajenos a la labor de informar son los propietarios de los medios de comunicación.
Uno de los ejemplos más claros es el de la empresa armamentística Lagardère, que se adentró el el mundo de las comunicaciones y ahora es el propietario de uno de los periódicos más importantes de Francia: Le Monde. Actualmente el Grupo Lagardère se define a sí mismo como un grupo empresarial de armamento y publicaciones. No deja de ser curioso que una misma empresa se dedique a vender armas y a vender noticias.
“Hay cuestiones que no se pueden publicar porque pueden poner en peligro los intereses comerciales del país.” Esto fue lo que dijo Dassault, otra empresa armamentística francesa, cuando pasó a ser el propietario de Le Figaro. Toda una confesión.
Francia es uno de los principales países exportadores de armas del mundo, una industria que reporta miles de millones de beneficios. El Grupo Lagardère o Dassault Aviation son dos de las empresas armamentísticas más importantes del país, y controlan directa o indirectamente los principales periódicos (Le Monde y Le Figaro). Parece lógico pensar que estos dos diarios nunca pondrán en duda ni criticarán de ninguna forma las actividades comerciales de las empresas armamentísticas.
Este ejemplo de empresas ajenas a la información que pasan a controlar grandes medios de comunicación nos sirve para intentar responder a la pregunta que subyace en todo esto: ¿Las noticias nos informan?
Está claro que, habiendo intereses comerciales, económicos y empresariales detrás de los medios de comunicación, éstos están maniatados a la hora de publicar noticias. Cuesta pensar que Le Monde o Le Figaro publicarían noticias como que Francia seguía vendiendo armas al gobierno libio mientras desde Occidente se criticaba su gestión y se pedía la dimisión de Muamar el Gadafi. Si el mensaje institucional y diplomático que se hacía desde Europa y Estados Unidos era de completa crítica y rechazo a Gadafi y a su gobierno, la noticia de que empresas francesas siguieran vendiendo armas a dicho gobierno no sería muy bien recibida por la población y podría haber generado respuestas sociales que no convenían a Occidente.
En otros casos, la desinformación está muy ligada a conceptos televisivos como el prime time. Como vemos en este flagrante caso de la derecha, no es lo mismo dar una noticia en el telediario de las 21:00 en TVE1, uno de los espacios informativos más vistos de España, con una media de 2,5 millones de espectadores, que darla a las siete de la tarde en el canal 24h, cuya audiencia apenas llega los 300.000 espectadores.
A las siete de la tarde, en un canal secundario y poco visto, se puede dar la noticia tal y como es: “Una mujer se quema a lo bonzo en una sucursal bancaria”. Los pocos espectadores que vayan a tener la suerte de toparse con la noticia podrán pensar: “¡Qué valiente mujer! Una buena forma de protestar.” o “Este sistema está falto de valores, ¿hasta dónde vamos a llegar?”.
No pensarán lo mismo las personas que se sienten en el sofá a las nueve de la noche a ver el telediario más importante del país. Cuando salga la noticia, escucharán que “Una mujer se quema al intentar prender fuego a una sucursal bancaria”. En este otro caso, el espectador puede llegar a pensar que la mujer se lo tenía merecido, por intentar quemar aquella sucursal. “Mira que ha sido bruta, ¡que vaya a quemar su casa!”.
Aunque los hechos son los mismos, la noticia cambia. Pasa de un doloroso acto de protesta a ser un atentado contra una sucursal bancaria. Este cambio en el titular de la noticia no es accidental. Está hecho a conciencia, con el objetivo de generar una opinión pública dirigida desde la televisión. Los jefes de los informativos no quieren que la gente esté (más) enfadada con los bancos ni con el sistema económico o político. La noticia de que una mujer se intente suicidar en una sucursal no es una buena imagen de la situación social de un país. Por eso, aun con el riesgo de perder prestigio como medio de comunicación público, la decisión está tomada: hay que cambiar ligeramente la noticia. Hay que desinformar un poquito. Por el bien del país.
Desinformar en la sociedad de la información
Desde que comenzó el negocio de la información, en el S.XIX, la sociedad ha vivido en un estado de ignorancia. Los periódicos, la radio y, más tarde, los telediarios, eran los portadores de la verdad absoluta y los encargados de transmitirla. Hoy en día, en el S.XXI, con el desarrollo de las nuevas tecnologías y de Internet, la población tiene acceso a diferentes fuentes de información y puede leer y escuchar todos los puntos de vista. Ahora ya no se puede decir que seamos ignorantes en cuanto a lo que sabemos gracias a la información y noticias que leemos, vemos y escuchamos. Ahora tenemos las herramientas para estar al tanto de todo lo que ocurre en el mundo.
Por eso mismo la estrategia de los medios de comunicación ya no es mantener al público en la ignorancia. La estrategia actual es mucho más difícil de detectar: consiste en hacernos creer que estamos informados.
Lo interesante de esta situación es que hoy en día es mucho mejor ser un ignorante que creer que estamos informados de todo. Hoy en día estamos saturados de noticias, de alguna manera estamos sobreinformados. Tanta información es difícil de procesar, y como gran parte de ella (la más importante) está manipulada o es directamente mentira, el público se encuentra en un estado de confusión.
De todas formas, aunque la desinformación nos rodea y es un fenómeno que existe y se puede demostrar, en esta segunda década del S.XXI es posible que el engaño por parte de los medios de comunicación sea un poco más difícil de conseguir. Puede que la gente haya despertado (ya era hora!) y reflexione más sobre la información que está recibiendo a través de la televisión, de la radio, del periódico o de Internet.
David Bollero, periodista del diario digital Público, lo explica así: ”Las cosas han cambiado y comienza a no ser tan sencillo engañar al pueblo. Hasta ahora había resultado fácil porque informarse cansa, requiere trabajo y no basta con encender la radio, comprar el periódico, sentarse delante del televisor o leer la prensa en internet. Hay que contrastar, bucear en busca del periodismo de calidad y huir de la propagando de uno u otro signo. Es, como decía Ignacio Ramonet, el precio que hay que pagar por el derecho a participar inteligentemente en la vida democrática. Y ahora, buena parte de la ciudadanía está dispuesta a pagar ese precio.”
Parece pues que, hoy en día, en medio de una grave crisis económica, política y de valores, la sociedad es más exigente ante los medios de comunicación. La gente quiere estar informada, y los consumidores de noticias intentan contrastar y profundizar en las noticias que reciben. Y no es de extrañar. En época de bonanza, cuando no hay problemas, la sociedad, acomodada, no se preocupa por si le están mintiendo a través del televisor, o le importa menos si el político de turno es corrupto. En cambio, en un época de grave crisis como la actual, la sociedad es más sensible a la desinformación y más crítica con la política y la economía. Se puede decir que gracias a las crisis el pueblo despierta de su pasividad.
Al principio del artículo comentábamos que los dueños de los medios de información son grandes empresarios porque poner en marcha un periódico, una radio o una televisión cuesta mucho dinero. Afortunadamente, en la actualidad no es preciso contar con tanto dinero para iniciar un medio de comunicación. Con el desarrollo de Internet, la explosión de webs, blogs, radios y medios ha sido impresionante. Al contrario que los medios de comunicación tradicionales, en el caso de Internet muchas de estas nuevas plataformas que informan y comunican suelen ser independientes del poder. Un blog no está sujeto a las demandas o intereses de tal empresario o tal político, y lo mismo ocurre con la mayoría de sitios en Internet, como este mismo que estáis leyendo.
Pero Internet no ha conseguido liberar a toda la población de la desinformación. La mayoría de telespectadores o lectores siguen sufriendo los engaños de esta práctica. Lo que debemos preguntarnos entonces es: ¿Cómo se llega a un estado de desinformación? ¿Cómo es posible que la sociedad esté siendo desinformada y no se de cuenta? Como muy bien se dice en la película El Show de Truman: “Aceptamos la realidad tal y como nos la presentan”.
La mayoría de las personas no reflexiona ni hace un análisis crítico de la información que está recibiendo cuando se sienta frente al telediario. Mientras este pasotismo y esta pasividad de los consumidores de información no se sustituya por una actitud crítica e inconformista, la sociedad estará en manos de la clase dominante. Estaremos siendo desinformados y manipulados. Y no seremos libres, aunque tengamos ochenta canales de televisión diferentes para elegir.
“SIN LIBERTAD DE PENSAMIENTO, LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN NO SIRVE PARA NADA.” – JOSÉ LUIS SAMPEDRO.
Este artículo se publicó originalmente en la página web Papel de Periódico