Si durante el Renacimiento el centro artístico europeo había sido Italia, en este nuevo capítulo de Historia de la Pintura abrimos el abanico y encontramos grandes maestros en otras zonas del continente, especialmente España, Flandes, Holanda y Francia. Si recordamos cómo terminó el capítulo anterior, sabremos que el Cinquecento renacentista dio paso a un manierismo cansado del orden y el clasicismo. Este manierismo es el nexo de unión entre el Renacimiento y el Barroco, una nueva fase que comienza alrededor del año 1600 y que se extenderá hasta 1760, cuando aparecen nuevas corrientes (neoclasicismo y romanticismo).
En un contexto más genérico, podemos identificar el Barroco con sentimientos e ideas totalmente contrarias a las del Renacimiento. Frente a la ilusión y el amor renacentistas, en el Barroco predominan el escepticismo y el dolor. La belleza del Renacimiento es armónica; en el Barroco es artificial. La naturaleza idealizada pasa a ser deformada y horrible, la temática en torno a la vida se sustituye por el tema de la muerte. Si el Renacimiento es la primavera de Botticelli, el Barroco es el invierno y el otoño. En el Renacimiento predomina la juventud; en el Barroco la vejez. Si la mujer de las obras renacentistas es símbolo de perfección, para los autores del Barroco es imperfecta. Los paisajes del Renacimiento son bellos y llenos de edificios perfectos; en el Barroco aparece el gusto por las ruinas.
Si el Renacimiento convivió con la Reforma protestante, y el Barroco llega de la mano de la Contrarreforma católica. Por ello encontraremos una vuelta al dominio de los temas religiosos en países como España o Italia. En el ámbito protestante, la temática será profana y de género, representando escenas de la vida cotidiana, con retratos colectivos y bodegones que no se habían visto antes en la historia de la pintura. Es interesante apuntar que durante el Barroco existe ya un mercado artístico que pone en contacto a clientes con pintores, y que permite que los artistas vivan de la venta de sus obras.
En los cuadros de la pintura barroca la luz se condensa, desaparece el sfumato para dar paso al claroscuro: una sucesión de planos luminosos y planos sombreados. El color contribuye a la consecución de la forma, se emancipa del dibujo y adquiere su pleno valor. El movimiento se expresa mediante composiciones asimétricas, predominando la composición diagonal. Los escorzos violentos favorecen la sensación de movimiento.
Durante el Barroco predomina el óleo sobre lienzo, y no podemos apreciar distintas fases dentro de la corriente, como sí ocurre en otras etapas de la historia de la pintura. Es por ello que en este capítulo dividimos el Barroco no temporalmente, sino geográficamente, país por país.
Barroco en Italia: Caravaggio
Se considera a Caravaggio el primer autor del Barroco. Murió en 1606, a los 39 años, e inició el nuevo estilo con un tenebrismo nunca antes visto. En sus cuadros Caravaggio rechaza los ideales clásicos y trata de captar la naturaleza, huyendo de cánones pretendidamente perfectos o de una belleza impostada. Al contrario, utiliza personas reales, de carne y hueso, y no seres idealizados del arte religioso tradicional. Además, llena las composiciones de espacio oscuros, de un negro casi total, para destacar las figuras con rayos de luz muy bien dirigidos. Así se consigue imponer en el ojo del espectador aquello que se quiere representar, casi de forma teatral.
Su exagerado realismo hizo que en ocasiones sus obras fueran rechazadas por algunos clientes. En cuadros como La decapitación de San Juan Bautista (1608) o en Judit y Holofernes (1599) observamos el horror de las escenas. Un ambiente oscuro que rompía definitivamente con la obra de los autores del Renacimiento e inauguraba una nueva corriente pictórica: el caravaggismo, que influyó en muchos de los grandes autores del Barroco.

Caravaggio utiliza ambientes diarios y cotidianos para representar los hechos milagrosos, como se aprecia en La vocación de San Mateo (1601), en la que el santo se aparece en una taberna, o en La cena de Emaús (1601). Fue un gran pintor de temas religiosos, como muestran sus obras El prendimiento de Cristo (1602), El entierro de Cristo (1603) o La flagelación de Cristo (1607). Sin embargo también pinta algunas escenas corrientes como Niño con cesto de frutas (1593) o Los jugadores de cartas (1594). Muchos artistas después de Caravaggio trataron de imitar su técnica, basada en salpicar con fuertes contrastes de luz el fondo negro de las composiciones. Sin embargo ninguno consiguió emularle, aunque tanto el francés Georges de La Tour como el español José de Ribera interpretaron el tenebrismo con gran maestría.
Con el inicio del nuevo estilo barroco, en Italia algunos autores comienzan a pintar naturalezas muertas (verduras, animales, frutas…), en un tipo de cuadros que se han denominado bodegones. Esta temática acabó constituyendo durante el siglo XVII un género propio, y estuvo muy de moda debido a los nuevos gustos de la burguesía. Los bodegones tuvieron mucho éxito en la pintura barroca española.
Barroco en Flandes: Rubens, Van Dyck
Bajo el dominio de los Austrias españoles, la región de Flandes -que se podría imaginar como la actual Bélgica, más o menos-, adoptó el catolicismo y se convirtió en un centro de producción pictórica gracias a Pedro Pablo Rubens (1577-1640), que estableció en Amberes un taller en el que trabajaron la mayor parte de los artistas de la época. Rubens había pasado una temporada en Italia, donde conoció la técnica del boceto al óleo, de la que rápidamente se convirtió en un maestro. El boceto al óleo era una innovación para la mayor parte de los pintores, que nunca habían imaginado realizar los bocetos de sus obras de esta manera.
Además, Rubens consiguió crear un estilo propio basado en la vigorosidad y la monumentalidad, con obras de enormes dimensiones y figuras grandes y llenas de vida, con predominancia de las líneas curvas. Eran composiciones en diagonal y con mucho dinamismo, casi teatrales. Podemos ver ejemplos de estas características en El rapto de las hijas de Leucipo (1616) o en Las tres Gracias (1636).

En La Adoración de los Reyes Magos, de 3,5×5 metros, Rubens presenta una composición aparentemente desbordada y aparatosa, con muchos personajes y mucho movimiento. Sin embargo, está bien organizada mediante un eje diagonal que parte del Niño Jesús (espacialmente iluminado) y llega hasta la esquina opuesta, en el extremo superior derecho. El cuadro brilla por la selección de colores (amarillos, rojos, violetas) y la musculatura de algunos hombres deja entrever la influencia de Miguel Ángel. Como todos los cuadros del Barroco, la escena ocurre en un momento de oscuridad, y se ilumina por elementos puntuales como antorchas o el aura que rodea al Niño y que lanza un foco de luz a las demás figuras.
Uno de los principales clientes de Rubens fue el propio Felipe IV, rey de España, a quien el pintor realizó decenas de obras para decorar sus palacios. Es por ello que la mayor colección de pinturas de Rubens se encuentra hoy en día en el Museo del Prado, en Madrid.
El alumno aventajado de Rubens fue Anton van Dyck (1599-1641), natural de la ciudad de Amberes y que se convirtió en el siguiente gran maestro del Barroco flamenco. Si Rubens trabajó para Felipe IV, Van Dyck fue retratista del rey inglés Carlos I. El pintor dominó el arte del retrato como ningún otro había hecho antes, siendo Carlos I cazador su obra más famosa. Se dedicó principalmente a pintar encargos de la realiza, la aristocracia y la alta burguesía, y si inicialmente fue considerado el segundo pintor más importante del Barroco flamenco, tras su muerte fue puesto a la misma altura que Rubens.
Barroco en Francia: Poussin, La Tour, Lorrain
El paso del Barroco por Francia no fue fácil. Este estilo no acabó de convencer a los pintores ni al público francés. Durante el reinado de Luis XIII una corriente totalmente contraria al caravaggismo aisló al país de la fase barroca por la que pasaban España, Flandes y el resto de Europa: el clasicismo francés. La pintura clasicista arraigó fuertemente en la corte de País, entre la aristocracia y la alta burguesía. Su principal exponente fue Nicolas Poussin, que con obras como Bacanal (1634), Los pastores de Arcadia (1638) o Midas ante Baco (1630) recuperó la iluminación y la temática clásica de la Antigüedad.
Sin embargo estamos en el Barroco, y la oscuridad tuvo presencia en Francia también de la mano de Georges de La Tour, que iluminó sus composiciones únicamente con la luz de una vela (vemos ejemplos de este recurso en San José carpintero, El recién nacido o en San Sebastián cuidado por Santa Irene).

La Tour sí hizo caso a la obra de Caravaggio y, con un estilo muy personal, trató tanto temas religiosos como escenas de género (ver La riña de músicos). Fue un pintor famoso en vida, pero que desapareció durante los siglos siguientes para ser redescubierto en el siglo XX. El tenebrismo de La Tour se aprecia en obras como Magdalena penitente (1650) o El pensamiento de San José (1640).
EL ROCOCÓ
Entre 1730 y 1760 la «pintura galante» dominó en Francia como una transición hacia el neoclasicismo que veremos en el capítulo siguiente. El rococó es un movimiento artístico que empapó todas las disciplinas, y que en la pintura trajo colores claros y pastel, delicadeza y sensualidad, paisajes de amor, fiestas y una vuelta a la mitología. Autores como Boucher (1703-1770), Fragonard (1732-1806) o Watteau (1684-1721) realizaron composiciones asimétricas, de pequeño formato, llenando de gracia escenas cortesanas, reuniones sociales e historias pastoriles.
Dentro de la corriente clasicista francesa debemos destacar también la obra de Claude Lorrain, famoso paisajista que evolucionó desde obras armoniosas y con equilibrio a otras casi oníricas. Los mismos títulos nos dan una idea de las atmósferas y ambientes que conseguía (como El castillo encantado, de 1664). Lorrain dio a la pintura de paisaje altura intelectual, confirmando que el género podía ser un vehículo de ideas, y no sólo una hermosa decoración.
Además del clasicismo, en Francia otra corriente más se sumó al frente contra el Barroco de Caravaggio: el aticismo planteó temáticas de la Antigüedad clásica pintadas de manera refinada, preciosista y sencilla. Composiciones tranquilas, reposadas y estáticas con figuras vestidas de forma elegante, gestos delicados y expresiones frías. Sin duda Francia fue el país que más palos puso en las ruedas del Barroco. Los pintores franceses interpretaron a su manera esta fase de la pintura, adelantándose de alguna manera a lo que vendría después: el neoclasicismo.
Barroco en Holanda: Rembrandt, Vermeer, Hals
La llegada del Barroco coincidió en Holanda con el inicio del Siglo de Oro para esta región. En 1602 se fundó la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, en 1609 se creó el Banco de Amsterdam… y en 1606 nació Rembrandt, uno de los más grandes pintores de esta etapa. Antes de Rembrandt, el Barroco hizo su primera aparición de la mano de Franz Hals, nacido en 1584. Hals fue un maestro del retrato, pintando a personajes anónimos (La gitanilla) y a célebres (René Descartes), y del retrato colectivo, realizando encargos para distintas organizaciones, como Banquete de los arcabuceros de San Jorge de Haarlem o la Compañía del capitán Reynier Reael. En los retratos colectivos cada personaje del cuadro representaba a una persona real, que había pagado al autor por aparecer en la obra. Casi todos aparecían «mirando a cámara», ya que el cuadro se entendía como una fotografía actual. Los retratos colectivos fueron una temática muy demandada por la sociedad holandesa de la época.

El gran autor barroco holandés -y uno de los más importantes a nivel europeo- es Rembrandt van Rijn (1606-1669). Con Rembrandt el claroscuro y el juego de sombras y luces alcanza un nuevo estadio. La luz deja de ser algo natural, y aparece de manera irreal para iluminar ciertas zonas de la escena. El mejor ejemplo de este uso lumínico aparece en el famoso La ronda de noche (1642), que es de nuevo un retrato colectivo, por el que Rembrandt cobró 1600 florines (100 florines por cada hombre retratado). En esta escena que se cree nocturna (quizás sea diurna, ¿La ronda de día?), el tenebrismo caravaggista aparece en un fondo casi indistinguible, en el que se aprecian ciertas formas y figuras arquitectónicas. Luego rayos de luz procedentes de una fuente antinatural y desconocida iluminan con gracia a una serie de personajes. Las zonas de penumbra se combinan con destellos de luz cegadores.
Rembrandt trata de representar una escena cotidiana de manera grandiosa, otorgándole una importancia que realmente no tiene, y tratando de hacerla pasar por un hecho histórico. Si no supiéramos que es una simple ronda de noche en la que una milicia patrulla las calles, podríamos pensar que el cuadro está representando a algún famoso personaje de la realeza o a alguna victoria famosa. La extraña disposición de las figuras y este intento de hacer grandioso un hecho corriente supusieron una revolución en la pintura. Aun así, Rembrandt también pintó otros retratos colectivos de manera más ordenada, como en La lección de anatomía del doctor Tulp (1632).
El otro gran maestro barroco de Holanda es Jan Vermeer, gran dominador de la iluminación y que pinta una de las obras más famosas de la historia: La joven de la perla (1667), donde presenta de manera radical el rasgo barroco de los fondos oscuros. Vermeer se dedica a pintar escenas cotidianas, con un estilo propio en el que parece invitar al espectador a entrar sigilosamente en la acción, y a observar a los personajes sin que éstos perciban nuestra presencia. Con Vermeer nos asomamos al interior de habitaciones iluminadas por la luz que entra desde una ventana lateral, y vemos en la intimidad a muchachas leyendo, durmiendo, sirviendo leche, probándose un collar, con un jarrón de agua, pesando joyas o leyendo una carta.
Barroco en España: Velázquez, Zurbarán, Murillo…
La fase del Barroco dentro de la Historia de la Pintura coincide en el caso español con el Siglo de Oro en este país en términos de producción artística y cultural. Fue una etapa excelente tanto a nivel literario (Quevedo muere en 1645, Góngora en 1627, Cervantes en 1616, Calderón de la Barca en 1681, Garcilaso de la Vega en 1616, Baltasar Gracián en 1658…), como en la pintura, arte donde encontramos una larga lista de grandes maestros: Zurbarán (muerto en 1664), Ribalta (1628), Ribera (1652), Murillo (1682), Antonio del Castillo (1668), Juan de Valdés Leal (1690)… y por supuesto, Diego Velázquez (1660), uno de los más importantes pintores de la historia universal.
La pintura barroca en España merecería un capítulo a parte en nuestra serie de Historia de la Pintura. Cada uno de los autores produjo una extensa e interesante obra que debería ser analizada con más detalle. Por motivos de espacio y tiempo, no podremos sino mencionarles y tratar de interesar al lector para que amplíe la información en otras fuentes. El Barroco español comienza con Francisco Ribalta (1565-1628), autor que se sitúa cronológicamente entre el manierismo y las nuevas corrientes. Tanto Ribalta como su alumno José de Ribera formaron lo que se ha venido a llamar la Escuela valenciana de pintura barroca. Muy influidos por Caravaggio, siguieron el estilo del maestro italiano para componer cuadros oscuros y en ocasiones perturbadores, como La mujer barbuda (Ribera, 1631).
Lejos de Valencia nació el siguiente maestro barroco español: Francisco de Zurbarán, natural de Badajoz. Si se le conocía como «pintor de frailes» no es por casualidad: la pintura religiosa fue su principal ocupación. Su obra es menos oscura que la de Caravaggio y menos realista que la de Velázquez. Tenemos ejemplos en San Serapio (1628), San Francisco arrodillado con una calavera en las manos (1658) o San Hugo en el refectorio de los Cartujos (1635). Además, Zurbarán también dominó el género del bodegón.
Uno de los grandes pintores del Barroco, no sólo a nivel español, es Esteban Murillo (1618-1682), quien en vida tuvo un gran éxito en toda Europa y fue admirado y seguido por muchos autores. Realizó pinturas emotivas y sentimentales, desdramatizando la pintura religiosa, como se observa en la Sagrada familia del pajarillo, de 1650. Se interesó especialmente por la vida cotidiana callejera, pintando a niños pícaros y vagabundos. Buenos ejemplos de esta temática son Niños jugando a los dados (1665), Tres muchachos (1670) o el crudo Joven quitándose las pulgas (1645).
Por encima de todos estos grandes autores españoles, el genio del Barroco a nivel internacional es Diego Velázquez, sevillano universal nacido en 1599 y muerto en Madrid en 1660. Reconocido como uno de los más grandes pintores de la historia del arte, la obra de Velázquez es admirada por su calidad técnica y por su profundidad temática, con cuadros que suponen todo un reto para el espectador a la hora de interpretarlos y entenderlos. Fue un maestro de la perspectiva aérea, de la profundidad… y trabajaba la pintura alla prima, es decir, sin realizar bocetos previos (una muestra más de su genio). Influyó directamente en grandes maestros posteriores como Manet, Goya, Picasso o Turner.
Siguiendo un estilo caravaggista, Velázquez envolvió sus primeras obras en claroscuros tenebristas. Ejemplos son la Inmaculada Concepción, pintada con 19 años, o Vieja friendo huevos, sobre un fondo completamente negro. Esta primera fase de su trayectoria se denomina Etapa sevillana, y termina en 1623. En la Adoración de los Reyes Magos, un Velázquez de 20 años ya nos adelanta su calidad magistral: marca la vena del cuello del rey que se arrodilla e ilumina la escena otorgando un realismo muy conseguido. En 1623 su pincel llama la atención de la Corte en Madrid, y consigue ser escogido como pintor de cámara de Felipe IV, el puesto más importante al que podía aspirar un artista. Realizó muchos retratos del rey, y además pintó a otros personajes como al Conque Duque de Olivares o al Papa Inocencio X. Sin embargo, nunca dejó de realizar composiciones alternativas, alejándose de los encargos de la Corte. Se interesó especialmente por los temas mitológicos: Triunfo de Baco, Fragua de Vulcano, Venus del espejo, Las hilanderas…

La escena de El triunfo de Baco está en movimiento. La cabeza girada del propio Baco, el juego de miradas entre los borrachos, el movimiento de las manos… un movimiento que Velázquez también logró en Las meninas (1656), espectacular cuadro del que hablamos en VENTURA en otros artículos (este, este y este). El genio sevillano incorpora al espectador en la escena, con esos dos borrachos centrales dirigiendo sus miradas y sus leves sonrisas directamente hacia nosotros mismos. Parece que nos estén mirando.
Velázquez es reconocido como el más grande pintor del Barroco -acompañado por Rembrandt-, y uno de los mejores artistas de la historia. En el análisis que hicimos desde VENTURA de varias clasificaciones de distintos países, Velázquez aparece como el quinto mejor pintor que ha habido en la historia del arte.
EN EL SIGUIENTE CAPÍTULO…
En el Capítulo 5 de Historia de la Pintura descubriremos la pintura neoclasicista y romántica, dos corrientes simultáneas y contrapuestas, que terminaron con la oscuridad del Barroco e iniciaron una vuelta al orden académico (Neoclasicismo, 1760-1830) y un renovador amor por la naturaleza (Romanticismo, 1770-1870). Entre los autores neoclásicos hablaremos de Ingres y Jacques-Louis David, y por parte de los románticos repasaremos la obra de Delacroix, Turner y otros.