En 2003 llegó a Europa la segunda parte del famoso videojuego Golden Sun, desarrollado por Nintendo para la consola GameBoy Advance. Golden Sun: La Edad Perdida era la continuación de la fantástica historia iniciada en Golden Sun (2002), y presentaba a los jugadores un mundo enorme y fascinante, con una campaña interesante y muchas posibilidades de historias secundarias. Sin duda una joya para los gamers amantes de los mapas grandes y para aquellos a los que les gusta descubrir rincones secretos, cuevas escondidas y desbloquear complicados tesoros.
La saga Golden Sun tiene una trama sencilla: Weyard es un mundo sustentado en los cuatro elementos (tierra, fuego, aire y agua), donde viven personas con la capacidad de controlar estas fuerzas elementales. A aquellos capaces de dominar la psienergía (la energía de los elementos) se les llama adeptos, y el grupo de protagonistas que manejamos durante el juego son héroes con esta cualidad. La historia cuenta que en el pasado, Weyard estaba repleto de psienergía y muchos de sus habitantes eran adeptos, lo cual desencadenó varias guerras. Para detener la fuerza de los elementos las gentes antiguas decidieron sellar estas fuerzas en cuatro faros (el Faro de Marte, el Faro de Mercurio, el Faro de Venus y el Faro de Júpiter). Con el paso del tiempo, algunos en Weyard se dieron cuenta de que el mundo estaba apagándose, debilitándose. La misión de nuestros héroes es encender los faros y liberar las cuatro fuerzas elementales, para salvar el mundo. Bien sencillo, y no por eso aburrido. En realidad es un viaje increíble.
El mundo de Weyard se divide en siete continentes, que se van visitando progresivamente. En Golden Sun (2002) la trama tiene lugar en Angara y el norte de Gondowan, y en Golden Sun: La Edad Perdida (2003) el mapa se amplia de manera gigantesca, haciendo necesario incluso un barco para recorrerlo. En este artículo nos atrevemos a viajar por este gran mapa desarrollando una nueva historia, que nos llevará por las distintas ciudades y pueblos de Weyard, caminando por los continentes y navegando por los mares de este fantástico mundo. No es un artículo que repase la historia de Golden Sun, pero sí contiene menciones interesantes a secretos y elementos de la trama original.
Nuestra historia comienza al norte de Indra, al igual que la historia de Golden Sun 2: La Edad Perdida, pero en este caso es un barco naufragado el que nos introduce a los personajes, un pescador y su hijo a los que una tormenta ha arrastrado hasta una desconocida costa.
Capítulo 1
El comienzo de una aventura
Debajo de unas redes se encontraba Oukonunaka, incorporándose mientras escupía el agua salada que se le había metido en la boca. Se sentía mareado, y al echar un vistazo alrededor suyo comprendió la gravedad de la situación.
– ¡El barco! -exclamó su padre, que también se había levantado tras el golpe- ¡está destrozado!
Efectivamente la barca -aunque Atohi prefería referirse a ella como un barco-, que había pertenecido a la familia desde generaciones, estaba completamente destrozada sobre la arena de aquella playa. Oukonunaka no tenía muchos recuerdos de la tormenta, pero debía haber sido muy fuerte.
– Tenemos suerte de estar vivos -dijo el joven.
– Nos hemos quedado sin barco… -su padre estaba desconsolado.
No era una embarcación muy grande, pero era más que suficiente para llevar a un par de pescadores. Estaba bien equipada y había resistido muchos viajes. Era una triste pérdida. Además, ¿cómo iban a regresar a su hogar? Nunca antes habían explorado las tierras interiores de ningún continente, ellos eran navegantes. No conocían otra tierra que no fuera la de su pequeña Isla Sureste de Angara.
– ¿Estaremos cerca de Champa? -preguntó Oukonunaka mirando hacia las montañas que se veían a lo lejos.
– El barco…
El joven dio unos pasos hasta abandonar la arena y observó que una especie de camino se adentraba en el bosque. Aunque era una senda natural, parecía claro que se había formado por las continuas pisadas de algún pueblo. Champa era la ciudad más grande de la costa de Angara, y la única que conocían él y su padre, ya que solían vender el pescado sobrante al menos dos veces cada año.
– Papá, ¿estamos en la costa de Angara? -insistió Oukonunaka.
– ¡No estamos en Angara! ¡Champa no está aquí! ¡No sé dónde estamos!
Atohi era de los mejores pescadores de la Isla, gran marinero y conocedor de los secretos del mar. Nunca perdía el Norte, siempre sabía ubicarse mirando los astros. En cambio, una vez en tierra, parecía perder todas sus habilidades. En todo caso no estaba equivocado: no estaban en Angara.
– Cuando voy a Champa a comerciar no me fijo en el terreno, pero no hay duda de que esta no es la costa de Angara. Debemos estar en otro continente… -dijo el pescador a su hijo.
– Parece que hay un camino allí.
El padre asintió y ambos comenzaron a caminar. Antes de entrar en el bosque, Atohi miró por última vez a su barca, que flotaba inestable y llena de agujeros, medio encallada en la arena.
No habían pasado ni dos minutos cuando se encontraron con una señal en la que se podía leer ‘Daila’. Oukonunaka preguntó a su padre si conocía algún pueblo llamado así, y Atohi negó. «Al menos no vamos a estar perdidos mucho rato». Cuando llegaran a Daila podrían resolver el misterio de dónde se encontraban.
La vegetación del bosque era muy diferente a la que se encontraba en la Isla de la que procedían Oukonunaka y su padre. Sin embargo no les dio tiempo a fijarse mucho en el bosque, porque rápidamente llegaron hasta la aldea que señalaba el cartel del camino. Entraron por la parte Norte del pueblo, por un pasillo entre dos paredes de roca lleno de charcos. Un hombre les recibió dándoles la bienvenida a Daila. Tras él se levantaba un imponente templo de piedra amarilla.
«¿De dónde vienen? Ese camino sólo lleva a la playa, no hay nada más allí arriba» dijo el hombre. Atohi le explicó que habían naufragado, y el aldeano sonrió recordándoles que habían tenido suerte de caer tan cerca de una población. «Eso es verdad…» pensó Oukonunaka.
– Pueden pasar el día en la posada, está un par de casas más abajo. Y cuidado con los charcos, la tormenta que les arrebató su barca también se dejó sentir aquí con fuerza. Todo el pueblo está repleto de agua…
«Era un barco» murmuró Atohi con una mezcla de enfado y tristeza, y se despidieron del hombre agradeciéndole su acogida. Caminaron por un par de calles hasta llegar a la plaza central de Dalia, en la que había algunos comercios y un par de niños mirando hacia la puerta de entrada al pueblo. «¿Cuándo volverán?» se preguntaba la niña mirando hacia el exterior de la aldea.
Los dos pescadores entraron en la posada, que estaba llena de gente. Había varios exploradores hablando junto a una hoguera, con grandes mochilas a la espalda. Oukonunaka afinó el oído y pudo entender «Lugar Sagrado» y «tesoro». No fue capaz de seguir escuchando, porque el posadero les estaba llamando desde la recepción.
– Bienvenidos a la posada. ¿Queréis pasar la noche? Cuesta 16 monedas.
Mientras Atohi hablaba con el dueño, el joven Oukonunaka se acercó a dos mujeres que bailaban una danza tradicional. Se sentó sobre unas almohadas y atendió a lo que decían los exploradores. Hablaban sobre una expedición al interior de una antigua torre abandonada, a las afueras de Dalia. Sonaba fascinante.
– ¿Y alguna manera de encontrar una embarcación por aquí? -Atohi seguía conversando con el posadero.
– Ni idea -el hombre se disculpaba encogiendo los hombros y negando con la cabeza-, somos un pueblo pequeño y no tenemos puerto ni relación con el mar. Quizás el sabio pueda ayudaros con más información.
– ¿El sabio? -preguntó el padre de Oukonunaka.
– Sí, en todas las aldeas y ciudades de Indra hay un sabio que cura y da consejo a la gente.
– Lo encontraréis en el templo -dijo una de las mujeres que bailaban sin dejar de moverse.
Atohi se apresuró hacia la puerta de la posada, casi sin esperar a su hijo. La posibilidad de encontrar una embarcación era demasiado importante como para pensar en nada más. Recorrió rápidamente la aldea hasta llegar al templo, y empujó las puertas de par en par para acceder al interior de aquel gran edificio que estaba insertado en la roca de la montaña. Un viejo hombre parecía esperarle de pie, junto a un altar de piedra. Atohi paró bruscamente y se quedó en silencio un momento.
– ¿Quién eres? -dijo el sabio.
– Yo… -en ese momento entró Oukonunaka en el templo-. Este es mi hijo, hemos naufragado en la playa al norte de Dalia. Necesitamos un barco para regresar a casa…
– En Indra no hay ningún muelle ni puerto -el viejo eliminó las esperanzas de Atohi tan rápidamente que pareció cruel-. No tenemos barcos en esta parte del mundo, estamos entre dos grandes continentes, y vivimos del comercio con ellos. No necesitamos salir al mar y preferimos no molestar a Poseidón.
– Entonces, ¿cómo podremos volver a nuestra isla? -Oukonunaka sintió que le temblaban las piernas. ¿Se quedarían atrapados en ese continente toda la vida? ¿no volvería a ver a su madre ni a sus hermanos?
– No os recomiendo cruzar los Riscos de Gondowan… ese continente está maldito -dijo el sabio-, pero sí podéis intentar buscar suerte en Osenia. Allí hay una gran ciudad costera llamada Alhafra que tiene fama de construir buenos barcos. Es la única manera que tenéis de volver a echaros a la mar… aunque no sé quién sería tan estúpido como para hacer esa locura pudiendo quedarse a salvo en tierra firme…
– Nuestro hogar está allí fuera -dijo seriamente Atohi-. Regresaremos aunque sea sobre una tabla de madera.
– El camino hasta Alhafra es largo y lleno de peligros. Primero debéis ir a Madra, nuestra cuidad capital, y desde allí podéis uníos a alguna caravana de comerciantes que se dirija hacia Alhafra.
– Madra… -repitió el padre.
– Sí, la capital de Indra, el continente en el que os encontráis ahora mismo. Son tres días de viaje hasta Madra, atravesando la Meseta Dehkan, un verdadero laberinto de rocas y trampas. Lo mejor será que hagáis la primera noche en el Templo Kandora, donde vive una comunidad de monjes.
Atohi miró a su hijo y ambos afirmaron con confianza. Ya tenían un destino. Y eso para dos marineros era lo más importante. «Vamos hacia Madra». En la posada les dieron provisiones y dos espadas cortas. Era mediodía y según el posadero y las bailarinas tenían tiempo suficiente como para llegar hasta Kandora.
– Buena suerte aventureros -les dijeron.
«Aventureros» repitió Oukonunaka pensativo. En la isla de la que procedía nunca se había mencionado esa palabra. Al poner un pie fuera de la aldea, el joven pensó que quizás no había sido tan malo acabar en aquella playa, escapar de la rutina y dejar de pescar peces.
Comenzaron a caminar a paso rápido, con una extraña sensación de estar disfrutando el viaje. «Tenemos que llegar al Templo Kandora, mañana iremos hacia Madra y desde allí planearemos cómo llegar a Alhafra para conseguir subirnos a un barco». El padre y el hijo nunca habían estado inmersos en una aventura, y si bien era triste el hecho de estar lejos de casa y realmente perdidos, lo cierto es que ambos sentían una inexplicable motivación para encontrar el camino de vuelta a su isla.
Tras dos horas de caminata llegaron hasta el final del valle. Entre las montañas se elevaba un gran templo, del mismo estilo arquitectónico que el de Daila. Piedra amarilla y grandes columnas. «Este debe ser el hogar de los monjes» dijo Atohi. Oukonunaka asintió.
Se acercaron por un camino de adoquines rodeado por árboles con anchos troncos. En verdad era un lugar de descanso y paz: no había ruidos molestos, se escuchaba fluir el agua dentro de la montaña y los pájaros revoloteaban entre las ramas del bosque. Una muralla rodeaba el recinto. No se podía ver qué había al otro lado, pero Atohi imaginaba un gran jardín lleno de monjes rezando.
La puerta estaba cerrada. Examinaron el muro y vieron que en la parte de arriba a la izquierda había una puerta escondida tras la maleza. Apartaron las hierbas y se colaron en el interior del templo.
– ¿Seguro que es una buena idea? -Oukonunaka no estaba convencido.
– Shhhh, no hagas ruido…
El goteo del agua cayendo sobre las rocas retumbaba en el túnel por el que se habían adentrado. El suelo estaba encharcado, y padre e hijo avanzaron con sigilo hasta llegar a lo que parecía ser la base de un pozo. Por el agujero colgaba un cubo de madera, y Oukonunaka comenzó a escalar la cuerda hacia el exterior. «Buena idea» pensó Atohi, que imitó al joven. Al subir por el interior del pozo salieron hasta el jardín del templo, donde no tardaron de ser advertidos por unos monjes que paseaban por ahí.
– ¡Intrusos! -exclamó uno de ellos.
Inmediatamente todos los monjes que había en el lugar quedaron alertados. El grito había roto la tranquilidad y el silencio del lugar. Sin oponer resistencia, Atohi y Oukonunaka dejaron que los hombres les ataran las manos y les condujeran al interior del templo, un edificio amarillo incrustado en la montaña.
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– Soy el Maestro Poi -dijo el monje-, ¿cómo habéis conseguido entrar en el Templo Kandora?
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El Maestro Poi comenzó a levitar, elevándose dos palmos sobre el suelo. Atohi y Oukonunaka quedaron boquiabiertos.
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Capítulo 2
Madra, la gran capital
Se despidieron del Maestro Poi y del resto de monjes del Templo Kandora y comenzaron a caminar dirección Sur. Tendrían que recorrer gran parte del continente Indra hasta llegar a Madra. Portaban sus espadas y también provisiones. La travesía se aventuraba complicada, después de lo que los monjes les habían advertido sobre la Meseta Dehkan.
El recuerdo de la barca familiar encallada en aquella playa parecía ya olvidado. Atohi y su hijo afrontaban el viaje hacia Alhafra como una verdadera aventura. En cierta manera, era la mejor manera de planteárselo, ya que no tenían otra alternativa para intentar regresar a casa. En Indra no encontrarían una embarcación.
Indra estaba dividido en dos mitades por una cordillera montañosa, que era infranqueable por tierra si se quería acceder del Norte, donde se encontraba Daila y el Templo Kandora, hasta el Sur, la región de Madra. Los aventureros estaban obligados a atravesar las montañas, y su punto más accesible era la Meseta Dehkan.
– ¿Crees que tendremos que utilizarlas? -Oukonunaka examinaba su corta espada. Parecía antigua y poco afilada.
– Esperemos que no, hijo -Atohi era pescador. Nada o muy poco sabía de la lucha en tierra firme, ni de las herramientas que se utilizaban. Él conocía el arpón, la red y el timón-. Pero nunca se sabe qué esconde el camino que uno toma…
– No me importaría hundirla en el cuerpo de un lobo o un oso -el joven seguía entusiasmado por la aventura que estaban viviendo, aunque querría experimentar un poco más de acción-. Por ahora sólo nos hemos colado en un templo. No hemos hecho gran cosa…
– Bueno, ahora vamos a atravesar unas montañas que dicen ser peligrosas… Quizás tengas las oportunidad de demostrar tu valor salvando a tu viejo padre de algún peligro…
Oukonunaka sonrió imaginando la situación. Normalmente era él quien necesitaba de la ayuda de su padre cuando la cubierta de la barca se llenaba de agua o había que manipular las velas.
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Finalmente consiguieron salir de aquel laberinto. El sabio de Dalia les había dicho la verdad al advertirles de los peligros de la Meseta Dehkan, pero por fin estaban fuera. Atohi y Oukonunaka no lo dijeron, pero ambos sabían que ya no volverían hacia atrás. Dalia y los restos del naufragio quedaban ahora detrás de las montañas, y sólo había un camino posible: hacia el sur.
Estaba oscureciendo PASARON LA NOCHE EN LA CAVERNA DE INDRA
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Era la ciudad más grande que habían visto nunca, mucho más grande que Champa, la ciudad costera con la que comerciaban los pescadores de la isla en la que vivía Oukonunaka. «Impresionante» dijo Atohi observando a toda esa gente paseando, entrando y saliendo de las casas, llenando las calles, comprando en los tenderetes… era realmente una digna capital.
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El alcalde de Madra y su hijo han sufrido un robo. Unos ladrones han robado el orbe de pizarra pulida que sirve de símbolo familiar y de amuleto para toda la ciudad. Han sido los kibombos, una tribu indígena de Gondowan.
El alcalde promete a Oukonunaka y Atohi que les dará una cuantiosa recompensa si traen de vuelta el orbe. Con ese dinero, les dice, podrán conseguir una embarcación en Alhafra.
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Capítulo 3
Hacia el continente de fuego: Gondowan
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hablar de la ceremonia que estaba teniendo lugar en Kibombo, y que Atohi y Oukonunaka consiguieron desatarse de sus ataduras y escapar sin hacer ruido mientras todo el pueblo estaba ateniendo la ceremonia del hechicero Akafubu
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Capítulo 4
El camino hacia Alhafra
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Capítulo 5
Descubriendo Osenia: los pueblos de Mikasala y Garoh
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Capítulo 6
Explorando el Océano
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– Hacía tiempo que no venía a Champa -dijo Atohi-, la última vez conseguí vender un buen saco de peces
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Capítulo 7
La otra mitad del mundo
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Capítulo 8:
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Capítulo 9
Las tierras del Norte
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