Favelas en Río de Janeiro

Río de Janeiro, una gran ciudad de 11.800.000 habitantes, tiene un grave problema con los asentamientos informales. En Brasil a este tipo de espacios se les denomina favelas. En Río se han calculado unas 968 favelas, en las que viven entre 1.5 y 2 millones de personas.

Es complicado obtener datos que se ajusten a la realidad, ya que para las autoridades ha sido muy difícil contabilizar el número de personas que realmente viven en este tipo de barrios. De hecho, hasta hace pocos años, era prácticamente imposible entrar en algunas favelas, debido a la elevada peligrosidad.

Las favelas son barrios marginales que se caracterizan generalmente por ser asentamientos informales, con viviendas de mala calidad, acceso limitado a los servicios, elevada densidad de población y una fuerte inseguridad por la propiedad de la tierra.

La proliferación de las favelas es un problema generalizado en todas las ciudades de Brasil (tabla 1), donde alrededor de 12 millones de personas viven en estos lugares.

Como se observa en la tabla 1, más del 14% de la población de Río de Janeiro vive en favelas. Es un porcentaje alarmante, en comparación con los datos de asentamientos informales en ciudades occidentales. En cambio, si lo comparamos con otras ciudades brasileñas, Río no está entre las peor situadas: es sorprendente el caso de Belém, ciudad de 2,1 millones de habitantes en la que el 54% de la población habita en favelas.

Según el Plan Maestro de la Ciudad de Río de Janeiro de 1992, «favela es la área predominantemente habitacional, caracterizada por ocupación de la tierra por población de bajos ingresos, precariedad de la infraestructura urbana y de servicios públicos, vías estrechas y de alineación irregular, lotes de forma y tamaño irregular y construcciones no licenciadas, no acordes con los patrones legales”.

Los problemas de las personas que viven en este tipo de asentamientos son variados: no sólo han de preocuparse por ganar algo de dinero para subsistir, sino que han de procurarse cierta seguridad, ya que son zonas de la ciudad totalmente desprotegidas y a merced de todo tipo de vandalismo y asaltos. Por eso mismo, la presencia de armas de fuego en las favelas es muy habitual. Para defenderse y… para atacar.

Por otra parte, el hecho de que las viviendas sean de construcción propia hace que estos asentamientos sean categorizados como “informales”. No están planificados ni urbanizados por empresas constructoras ni siguiendo ningún tipo de ordenamiento. Son construcciones sencillas, a base de ladrillos, cemento, chapa y maderas. La instalación eléctrica y las tuberías también las arreglan los mismos habitantes, que, si bien no tienen una alta cualificación para el mercado laboral de la ciudad, son unos verdaderos “manitas” en la construcción de modestos hogares.

 Aun así, la mayoría de estas viviendas no cumplen los requisitos mínimos para considerarse lugares habitables. Además, son el lugar donde crecen muchos niños desde que nacen, y para el cuidado de bebés y pequeños se deben dar una serie de condiciones de higiene y de protección especiales que no se encuentran en estos asentamientos informales. De cara a los niños, tampoco es recomendable crecer en un entorno de marginalidad, violencia, drogas y pobreza. Las favelas son, en definitiva, el peor lugar para que nazca una persona.

Son el peor lugar para nacer, y sin embargo, nacen muchos niños. Otro de los problemas de las favelas es la alta densidad de población. En Río de Janeiro son más de un millón y medio de personas viviendo en 43km2 de asentamientos informales. Se cuentan casi 1000 favelas, pero las ocho más grandes concentran el 40% de los habitantes totales en este tipo de barriadas.

Crecimiento del área ocupada por favelas

Hacia principios del S.XX, Río de Janeiro tenía serios problemas de falta de ubicación para nuevos habitantes, aunque no paraba de crecer. Entre 1903 y 1906 se promovió una reforma urbana que incluyó la demolición de numerosas construcciones (gran parte de ellas eran viviendas populares) y rigurosas normas urbanísticas. Así, las clases más pobres fueron desalojadas del centro de la ciudad.

A partir de 1910 las favelas se expandieron más intensamente y llegaron a la Zona Sur, hasta los barrios de clase más alta, aunque sus habitantes se vieron enfrentados a numerosos desalojos.

Sin embargo, debido a la necesidad de los obreros de vivir cerca de su lugar de trabajo, los planes de erradicación no fueron exitosos, ya que los trabajadores no aceptaban asentarse en zonas lejanas y sin infraestructura de transporte.

Durante la primera mitad de siglo XX la ciudad de Río de Janeiro se expandió y las favelas se desarrollaron en su interior. Se podía observar entonces un crecimiento vertical en el centro y la Zona Sur (en las laderas de las colinas, llamadas “morros” en Río), mientras que en la Zona Norte y Zona Oeste la expansión se dio a través de construcciones horizontales, principalmente casas unifamiliares.

En las décadas de 1940 y1950 se asistió a una expansión metropolitana y la formación de las periferias. En lotes más pequeños, sin infraestructura urbanística, de difícil acceso y muy económicos. Se practicaba la auto-construcción. En las décadas del ’60 y ’70, la creación de edificios de apartamentos estaba asociada a la demolición de favelas. Los asentamientos irregulares eran reubicados en zonas lejanas, mientras que la mayoría de los terrenos desocupados fueron ocupados por grandes empresas inmobiliarias, para la edificación de apartamentos y chalets lujosos.

El investigador del Instituto Pereira Passos (IPP) Paulo Bastos Cezar señala que el actual ritmo de ocupación de Río de Janeiro hará que, hacia el año 2024, los condominios de Jacarepaguá (Zona Oeste)estén todos cercados por favelas. Según Cezar, este barrio tenía 113.227 habitantes viviendo en favelas en el año 2002, lo que representaba el 22 por ciento de los 506.760 habitantes totales de Jacarepaguá. Sin embargo, la población de las favelas creció al 12,5% anual, mientras que la población “normal” aumentó una media del 2% en los últimos cuatro años.

Esto se debe a que gran parte de la población que vive en favelas presta servicios en el vecino barrio de Barra da Tijuca, que como ya se ha indicado en el Apartado 2.3 (pág. 53), es una zona exclusiva para rentas altas. Dado que Barra da Tijuca muestra un alto crecimiento poblacional, también genera una demanda de servicios poco calificados que atrae cada vez más población de baja renta en busca de puestos laborales. Así, en la zona al norte de Barra, que es el gran barrio de Jacarepaguá, están proliferando los asentamientos de clase baja.

Pero el crecimiento descontrolado de las favelas no tiene únicamente aspectos positivos en tanto en cuanto esa nueva población va a encontrar trabajo en los barrios más pudientes y va a dar servicio a las rentas más altas, sino que también produce graves consecuencias negativas en las zonas sobre las que se expanden. Las favelas que crecen sobre los “morros” (montañas) están afectando a un ecosistema único en el mundo.

Más de la mitad de las favelas de Río de Janeiro duplicaron su tamaño entre 1999 y 2004. Este elevado ritmo de crecimiento ha hecho que los asentamientos informales crezcan superando los límites naturales que impone el Parque Nacional de Tijuca, un valioso bosque que está siendo “devorada” por las chabolas que forman estas barriadas ilegales.

El Parque Nacional de Tijuca, situado en la Zona Sur de Río de Janeiro (el centro de la ciudad), es el “bosque urbano” más grande del mundo, y fue declarado como Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 1991. Es un espacio protegido y que está siendo amenazado por el avance de los asentamientos informales, que crecen por las lomas de las montañas y colinas que forman el Parque Nacional. La favela de Rocinha, la mayor de la ciudad, habitada por unas 200.000 personas, se asienta en un valle dentro del Parque Nacional de Tijuca.

Ante este problema, el gobierno del Estado de Río de Janeiro tomó en 2009 una polémica decisión: construir un muro de hormigón que rodeara las favelas, para impedir que siguieran creciendo por los espacios protegidos y de interés turístico.

Aunque el discurso político repitió varias veces que el objetivo era proteger la riqueza natural que rodea a Río, la opinión pública entendió que la construcción de ese muro acentuaría la segregación social.

La alcaldía de Río asegura que la única finalidad del muro es frenar la deforestación de los bosques atlánticos que antaño cubrían como un manto los cerros cariocas y que con el crecimiento de las favelas están en peligro de desaparición. Lo que nadie ha explicado aún es por qué hasta ahora sólo se ha proyectado el levantamiento de muros en las favelas ubicadas en los barrios de São Conrado, Gávea, Leblon, Ipanema, Copacabana, Leme, Urca y Botafogo. Es decir, los barrios de Río clasificados como «nobles» por las agencias inmobiliarias.

Nada se ha dicho aún sobre la puesta en marcha de medidas similares en la Zona Norte u Oeste de la ciudad, mucho más deprimidas y donde también hay favelas rodeadas de vegetación protegida.

Según el Instituto Municipal de Urbanismo Pereira Passos, el área ocupada por las favelas en Río de Janeiro aumentó un 6,88% entre 1999 y 2008. Sin embargo, las 11 favelas seleccionadas para el proyecto experimentaron una media de crecimiento muy inferior durante el mismo periodo (1,18%). Es decir, no se están delimitando con muros las favelas que más crecen, sino las que más afectan a la Zona Sur de Río de Janeiro. Se está interviniendo únicamente en las favelas más cercanas a las zonas turísticas y de clase alta.

El sociólogo brasileño Ignacio Cano, experto en seguridad pública y violencia en Río de Janeiro, afirma que «la necesidad de parar la expansión de construcciones irregulares en zonas de protección ambiental no debería afectar sólo a las favelas, ya que también hay áreas de lujo que se expanden de manera descontrolada». Cano también apunta a medios menos agresivos para alcanzar los mismos objetivos, como la instalación de pivotes demarcadores de las áreas aptas para la construcción, el control aéreo permanente y la demolición de toda vivienda que viole esa línea roja.

Una de las soluciones a este problema está en la fiscalización de las construcciones, para hacer que esas viviendas ya edificadas pasaran a tener un estatus legal. Pero es complicado, ya que de la noche a la mañana aparecen nuevas edificaciones ilegales. Su construcción es rápida y los materiales que se utilizan fáciles de encontrar.

Favela Dona Marta, en la ladera de un morro, en la Zona Centro

Además, el grave déficit habitacional de Brasil, que equivale a más de 8 millones de viviendas, obliga a las personas más pobres a buscarse la vida. En 2010 el Gobierno de Brasil puso en marcha un “paquete habitacional” con una inversión de más de 15.000 millones de dólares, para intentar rebajar el déficit de casas, que mantiene en la calle (y, por tanto, en la pobreza) a millones de brasileños.

Pero expandirse por las montañas no sólo es dañino para el ecosistema natural, sino también para la población que, en muchos casos, se ve obligada a construir su casa en laderas prácticamente verticales. Un buen ejemplo de esto es el barrio de Roupa Suja, exactamente debajo de una ladera de montaña vertical y considerado una zona de riesgo por la Alcaldía de Rio de Janeiro. Está prohibido construir y vivir en esta zona, pero muchas personas se encuentran en la necesidad de hacerlo, ya que no tienen otro lugar para construir su casas.

Varias personas mueren cada año en las favelas de Río en deslizamientos de tierra causados por las intensas lluvias. La deforestación, causada por la expansión de las favelas por el Parque Nacional de Tijuca, aumenta el riesgo considerablemente. La alcaldía de Rio de Janeiro, así como los propios residentes de los asentamientos irregulares, han construido acueductos para canalizar el agua de las casas. Aun así, quizás sea más preocupante el peligro de las rocas que se desprenden a causa de las precipitaciones.

Además de los problemas de salubridad, problemas ambientales y los riesgos naturales, la población de las favelas se enfrenta a otras dificultades no menos importantes, derivados de la marginalidad: la pobreza y el crimen.

Pobreza y criminalidad

La inseguridad por la propiedad pone a los habitantes de los asentamientos informales en riesgo constante de ser desalojados. Además, les impide acumular bienes, acceder al crédito, utilizar el propio hogar para actividades generadoras de ingreso, ni invertir en el suministro de servicios. Así, los pobladores de las favelas son necesariamente pobres. No pueden dejar de serlo por las propias condiciones de su estilo de vida (impuesto).

De la mano de la palabra pobre vienen una serie de características muy negativas que reducen a la mínima expresión las posibilidades de un futuro próspero para estas personas. Para empezar, ser pobre implica tener un acceso limitado al empleo y a otras fuentes de ingresos. De esta manera, la pobreza trae más pobreza.

Ser pobre también supone un menor acceso a los servicios y equipamientos que ofrece la ciudad, así como una movilidad muy reducida. Los habitantes de las favelas en Río no tienen las mismas facilidades para desplazarse por la ciudad, ni tampoco disfrutan de los servicios e infraestructuras (hospitales, universidades, centros comerciales, zonas recreativas, piscinas, zonas deportivas, institutos… etc).

Ser pobre es estar excluido. Los pobres no son aceptados por la sociedad, y esta exclusión social, acentuada por la segregación socioespacial, lleva a las personas de las favelas a estar marginadas. En este escenario de marginalidad, las personas son más vulnerables, también, físicamente. La violencia se extiende con facilidad, y empeora las condiciones de vida, ya de por sí inadecuadas.

Ser pobre conlleva muchísimos problemas. Y en Río de Janeiro hay alrededor de dos millones de personas en situación de pobreza. El problema no afecta únicamente a las favelas, ya que dos de cada tres habitantes que se encuentran por debajo de la línea de la pobreza no residen en este tipo de asentamientos. La línea de la pobreza se entiende como la población con renta domiciliar per capita inferior al salario mínimo medio.

Uno de cada tres pobladores de favelas están por debajo de la línea de pobreza, así que favelas y pobreza están directamente relacionados. Aun así, en favelas también viven personas “menos pobres”, con trabajo (aunque normalmente no estable) y con hijos que van al colegio. Este tipo de personas, aunque pobres, intentan llevar una vida normal.

Los sectores más pobres de la población de las favelas no tienen empleo ni han recibido formación ni educación en ningún centro. Es por eso que acaban absorbidos por el mundo del narcotráfico y el crimen.

Desde el año 1990 hasta el año 2000 la población de Río de Janeiro creció un 6.8%, mientras que la tasa de crecimiento demográfico en las favelas fue del 34%. Casi la totalidad de este impresionante aumento fue de personas pobres o muy pobres.

Gestionar este enorme volumen de población es complicado, y lo es aun más cuando estas personas se localizan es espacios tan impenetrables como los asentamientos informales: barriadas de calles estrechas, de casas edificadas sin ningún orden, y donde son frecuentes los incidentes armados.

El Estado de Río de Janeiro es el tercero de Brasil por número de muertos por armas de fuego (una tasa de 40 asesinatos por cada cien mil habitantes), sólo por detrás de los estados de Halagaos y Pernambuco. Esta tasa duplica a la media del país, y es mucho más alta que la de países violentos como México o Estados Unidos.

Según un estudio publicado en 2012 por el Centro Brasileño de Estudios Latinoamericanos, el número de muertes por armas de fuego en Brasil aumentó un 347% en tres décadas, al pasar de 8.710 en 1980 a 38.892 en 2010. Si se tiene en cuenta solo a las víctimas de entre 15 y 29 años, el aumento del número de muertos por armas de fuego fue del 414% en el mismo periodo.

Tabla 1. Tasa de homicidios en Brasil (por cada 100.000 habitantes) Fuente: IBGE (2008)

El número de muertos creció a un ritmo del 7,3% anual entre 1990 y 2003, cuando llegó al pico de 39.325, y desde entonces cayó ligeramente, gracias a los logros de la política del presidente Lula y su “Estatuto de Desarme”.

Aun así, el principal problema que impide controlar o erradicar definitivamente la violencia en las calles de Río es precisamente la venta (legal o ilegal) de armas de fuego, que se ha disparado enormemente en los últimos años (ver imagen inferior, recorte de noticia).

El número de armas nuevas vendidas legalmente en Brasil se multiplicó por seis en los últimos ocho años, desde 5.161 en 2004 hasta el récord de 31.500 en 2012, pese a las leyes adoptadas en 2003 que dificultaron su compra y su posesión.

La venta de armas había caído desde 22.269 en 2003 hasta 5.161 en 2004 con la entrada en vigor del Estatuto del Desarme, una estricta legislación que restringió la comercialización y prohibió que personas que no pertenecen a los cuerpos policiales porten armas de fuego en la calle.

Imagen: recorte de una noticia del diario El País, de Mayo de 2013 (Fuente: elpais.com)

Según datos de la Policía Federal, cuerpo responsable del control de armas, entre 2002 y 2012 fueron registradas en el país 183.722 armas nuevas, prácticamente dos armas nuevas cada hora. (Fuente: diario O Globo, Abril 2012)

Las estadísticas, que no incluyen el comercio de armas usadas, las introducidas de contrabando, ni las vendidas ilegalmente, muestran que los policías fueron los responsables por el 60% de las armas adquiridas en Brasil durante el año 2012.

El aumento de la compra de armas responde a la falta de campañas públicas para desincentivar ese comercio y al aumento de la percepción de violencia en algunas ciudades. El “Estatuto del Desarme”, que durante la época que entró en vigencia fue considerado modelo e incluyó una exitosa campaña para recoger las armas que las personas tenían en sus casas sin el registro exigido, elevó de 21 a 25 años la edad mínima en que se puede comprar un arma de fuego.

Asimismo dicha norma exige al comprador cumplir varios requisitos. Entre ellos, rendir un examen sicológico, realizar prueba práctica de tiro, además de registrar el arma ante la Policía Federal y renovar la licencia cada tres años, bajo pena de uno a tres años de prisión, en caso de incumplimiento

La misma legislación encarece la compra de un arma debido a que, entre certificados, declaraciones y exigencias, el interesado tiene que pagar alrededor de 1.000 reales (unos $US500) para registrar una pistola o un revólver.

Aun así, los esfuerzos por parte del gobierno no frenan la sangría. Brasil registra cada año más de 40.000 homicidios, la mayor parte de ellos con armas de fuego, lo que equivale a una tasa anual de 23,8 homicidios por cada 100.000 habitantes, según datos oficiales.

Muchos de estos asesinatos son perpetuados por grupos criminales organizados, casi siempre relacionados con el mundo de la droga. En Río de Janeiro son tres las organizaciones de narcotraficantes que se reparten el control y el tráfico: Amigos de los Amigos (ADA), el Comando Vermelho y el Terceiro Comando Puro son las principales facciones.

Cada morro de la ciudad (elevaciones montañosas o colinas) tiene un “dueño”, que es la autoridad pública en las favelas: dicta las leyes, las hace cumplir (pistola en mano), controlan el tráfico de drogas, los servicios y la seguridad. También resuelven conflictos entre vecinos y cuidan de la frontera (nadie sube al morro sin permiso).

El ‘Comando Vermelho’ (CV) nació en 1979 en la prisión de Ilha Grande. En un principio estuvo formada por convictos normales y por políticos de izquierda miembros de la Falange Vermelha, que luchaban contra la dictadura militar que controlaba Brasil por entonces. Durante la década de 1990 el Comando Vermelho fue la organización criminal más poderosa de Río de Janeiro y controlaba buena parte del tráfico de drogas en la ciudad. A partir de esos momentos de gloria, fueron escindiéndose facciones dentro de la organización, y se crearon grupos disidentes y contrarios a la dirección de CV. Este hecho, al que se le ha añadido recientemente la muerte o el arresto de muchos de sus miembros, ha debilitado mucho al Comando Vermelho.

Aun así, esta organización sigue controlando muchas partes de la ciudad, y ver las calles etiquetadas con las iniciales “CV” es común en muchas favelas de Río de Janeiro. Un estudio del Centro de Investigación de la Violencia, de la Universidad de Río de Janeiro, constató que el Comando Vermelho controlaba en 2008 un 38,8% de las zonas más violentas de la ciudad, frente al 53% que controlaba en el año 2005.

Los ‘Amigos dos Amigos’ (ADA) es otra de las principales organizaciones criminales de Río de Janeiro. Comenzó su actividad en 1998, cuando un miembro del Comando Vermelho fue expulsado de la organización por haber ordenado el asesinato de otro miembro. El ADA controla muchos puntos de venta de drogas en la Zona Norte y Zona Oeste, aunque actualmente la “joya de la corona” del ADA es la gran favela de Rocinha.

Con el asesinato del líder de la banda, el famoso Bem-Te-Vi, en 2005por la policía, hubo una nueva oleada de violencia cuando las distintas pandillas lucharon por el control de la organización del ADA.

Por último, la organización ‘Terceiro Comando Puro’ (TCP) se concentra en las zonas Norte y Noreste, principalmente en el barrio Senador Camará. El TCP también surgió de la lucha de poder entre los líderes del Comando Vermelho durante la década de 1980.

Hoy en día estas tres organizaciones son enemigas, y libran una encarnizada lucha por las calles de las favelas de Río. Son responsables de la mayoría de las muertes por arma de fuego en la ciudad.

La gran extensión de la ciudad de Río permite que no haya tantos enfrentamientos por el control de zonas. Terceiro Comando, que controla con tranquilidad la zona de Senador Camará (al Norte), se encuentra a más de 30km de distancia de la favela de Caju (al Este), controlada por ADA. Es extraño que los narcotraficantes armados se muevan por la ciudad para llegar a zonas controladas por otras facciones. Los problemas se suelen dar dentro de las mismas favelas, por disputas internas de las organizaciones o en morros grandes donde aun no está decidido quién es la organización que controla la mayor parte del narcotráfico.

Existe una correlación directa entre la incidencia de homicidios registrados en cada zona de Río y los Índices de Desarrollo Humano. Así pues, no es común que se perpetúen crímenes mortales en barrios como Barra de Tijuca o Copacabana. La violencia se mantiene en las zonas de bajo desarrollo.

Las organizaciones de narcotraficantes disponen de un ejército formado por niños y adolescentes, que portan armas a veces más grandes que sus cuerpos. En Río de Janeiro las principales organizaciones tienen sus propias facciones de juventudes, así, existe el Comando Vermelho Jovem.

En el período 1979-2003 murieron en Brasil más de 550.000 personas víctimas de armas de fuego. De este total, 205.722 tenían entre 15 y 24 años. (Fuente: UNESCO). La violencia callejera se ceba con los más jóvenes. De 1993 a 2002, el número de jóvenes entre 15 y 24 años asesinados en Brasil creció en un 88,6%.

La juventud está muy presente en los crímenes y en la violencia. A veces siendo las víctimas, pero también siendo los agresores en muchas ocasiones. Los datos que la Agencia de Noticias de los Derechos de la Infancia (ANDI) publicó en su informe “Balas Perdidas” (2001), son sorprendentes y muy preocupantes.

En la tabla 1 se especifica el perfil de edad de las víctimas de crímenes en Brasil. El 17% de los crímenes los sufren niños pequeños, de entre 0 y 6 años, lo cual supone que son las principales víctimas de la violencia, junto con el grupo de mayores de 26 años (19% del total). Es curioso observar que los jóvenes de entre 18 y 20 años son los que menos sufren la violencia (suponen “solo” el 4,4% de las víctimas del crimen). También sorprende que muchas de las víctimas no llegan a ser identificadas en cuanto a edad. Esto se puede deber al estado en el que se encuentran los cuerpos de los fallecidos.

La siguiente tabla, con datos del mismo informe “Balas Perdidas”, de la Agencia de Noticias de los Derechos de la Infancia (ANDI), muestra la edad de los agresores en la violencia de las calles brasileñas.

Es lógico el dato de que los niños entre 7 y 11 años perpetúen únicamente el 0,4% de los crímenes, debido a su condición de niños pequeños. Aun así, no deja de ser inquietante el dato siguiente: más del 7% de los crímenes violentos en Brasil los comenten niños entre 12 y 15 años. Es difícil imaginar a un niño de esa edad atracando o matando.

Los datos vienen a confirmar la involucración de los más jóvenes en la violencia callejera: casi el 20% de los crímenes los comenten jóvenes de 16 o 17 años. Por otra parte, también es interesante el hecho de que casi el 40% de los agresores no sean identificados. Al parecer huyen rápido y, por tanto, quedan libres de sanción.

Ante esta dura realidad, la opinión pública en Río de Janeiro demanda la reducción de la edad penal de 18 a 16 años, así como el endurecimiento de las penas.

Pero en el sistema de internación de menores delincuentes hay un déficit de más de 3400 plazas, que corresponden al 22% del número de menores infractores internados. Además, los niños y jóvenes son protegidos por el Estatuto de los Niños y Adolescentes, que prevé una serie de medidas socioeducativas para su recuperación y reinserción en la sociedad.

En el Estado de Rio de Janeiro, de los jóvenes de 15 a 24 años, cerca de 1,25 millones no acuden a la escuela. Sin estudios, sin trabajo, con familias desestructuradas por falta del padre, que normalmente abandona la familia en las comunidades pobres, la juventud acaba atraída por el crimen por falta de alternativa y por la presión del entorno.

Por eso, “es preciso invertir más en la formación de los jóvenes, en vez de apenas intervenir cuando ya se transformaron en criminosos” (BANDEIRA, A. 2009).

El escándalo de la extensión de la violencia entre los más jóvenes e incluso los niños pequeños, junto con la noticia de que Río iba a ser sede del Mundial de Fútbol 2014 y de los Juegos Olímpicos de 2016, aceleró el proceso de intervención en las favelas. El gobierno del Estado y la alcaldía de la ciudad unieron fuerzas para hacer un rápido movimiento a gran escala y “limpiar” los asentamientos informales.

La implantación de las llamadas “unidades de policía pacificadora” (UPP) ha dado buenos resultados. Las UPP son unidades de policía que se instalan en favelas para preservar el orden y desmantelar las bandas que hasta entonces habían controlado esos territorios como estados paralelos y “ciudades sin ley”. La primera intervención de una UPP tuvo lugar en la favela de Santa Marta, en Noviembre de 2008. Desde entonces otras muchas UPP se han instalado en otros barrios, como Cidade de Deus (Febrero de 2009), Vidigal (Enero de 2012) o Rocinha (Septiembre de 2012). Desde la primera instalación, en los últimos cinco años ha habido UPPs instaladas en favelas cada dos o tres meses. Las actuaciones están siendo rápidas y, cuando es necesario, con apoyo de más policía o de cuerpos militares.

La “pacificación” se inicia con la invasión de las áreas bajo control de las organizaciones criminales, casi siempre sin un solo tiro o con enfrentamientos menores, imponiendo la superioridad numérica y el trabajo de inteligencia policial. Muchos traficantes escapan antes de enfrentarse con los cuerpos de seguridad. Una vez controlado el territorio, se instala la unidad (por ejemplo en Cidade de Deus son 276 policías), que pasa a convivir con los vecinos. Con las UPP, llega el Estado, nuevos servicios y políticas públicas. Gracias a este programa, cerca de 200.000 personas han dejado de convivir diariamente con los tiroteos y el miedo de ver a sus hijos adentrándose en el mundo de la droga. Además, la tasa de homicidios ha bajado sensiblemente desde 2008.

Fotografía: policía y militares entran en una favela ante la mirada de un niño. Fuente: globovision.com

Ante esta intervención e instalación de las UPP, los narcotraficantes no se quedaron de brazos cruzados. En Noviembre de 2010 tuvo lugar la llamada “Crisis de seguridad de Río de Janeiro”. Durante una semana la ciudad vivió una oleada de ataques organizados por parte de las bandas criminales, que por primera vez en la historia se asociaron para hacer frente a un enemigo común: la policía y los militares.

Comando Vermelho, Amigos dos Amigos y Terceiro Comando comenzaron a atacar las comisarías de las unidades UPP instaladas en las favelas que ya habían sido pacificadas, y desde el 21 de Noviembre hasta el día 28 se vivió un estado de guerra en muchas zonas de Río.

Los actos criminales incluyeron quema de autos, autobuses y camiones en las calles y peligrosos conflictos armados entre la policía y los traficantes. La policía local, el BOPE, el ejército y la infantería de marina brasileña y otras fuerzas fueron convocadas para restaurar la paz en las ciudades y tomar el mayor cuartel general del narcotráfico de la ciudad, localizado en el Complexo do Alemão,que fue totalmente conquistado por la policía. Cerca de 40 personas murieron (incluyendo los traficantes) y otras 200 fueron arrestadas. Hoy en día la policía ocupa el grupo de favelas del Complexo do Alemão, tradicional fortín del narcotráfico en Río.

Tras el exitoso operativo, la policía y las fuerzas armadas empezaron a planificar la intervención en las favelas del sur de la ciudad, Rocinha y Vidigal donde, según fuentes de la policía brasileña, se habrían refugiado varios narcotraficantes expulsados de las favelas vecinas, llegando a sumar unos 200 bien armados.

El programa de las UPP ha sido muy valorado por los expertos, sin embargo, también ha sido criticado porque se ha priorizado la limpieza y pacificación de la Zona Sur antes que otros lugares de la ciudad, mucho más violentos y que precisan de más atención policial.

El itinerario de la pacificación comenzó por la Zona Sur y no ha llegado aún a la periferia de Río (zonas Norte y Oeste). Esto ha provocado una migración del tráfico de drogas que preocupa a los habitantes de estas zonas, que ven cómo las cosas se arreglan en el Sur (Centro) y los problemas crecen en la periferia.

Los gobiernos estatal y federal destacan en su discurso que trabajan en colaboración y organizados, pero la realidad demuestra que esto no es así. Sus prioridades son diferentes. Mientras el programa de las UPP, dependiente del gobierno estatal, hace avances en la Zona Sur, el gobierno federal se preocupa por la inversión en las favelas más pobladas, principalmente del norte, con un programa de 1600 millones de reales que incluye la construcción de escuelas, centros de salud, complejos polideportivos, centros culturales, viviendas populares y obras de infraestructura. Las obras ya terminadas, por ejemplo, en la Rocinha, el Complexo do Alemão y Manguinhos han resultado un gran progreso, pero esas favelas siguen bajo control del tráfico. Si el plan de inversión federal no se coordina con el plan de pacificación del gobierno de Estado, se estará perdiendo un tiempo muy valioso para vencer al narcotráfico.

Con el proceso de pacificación y la instalación de policía en prácticamente todos los barrios de Río, está por ver qué modelo de ciudad se proyecta. La policía pacificadora ha mejorado mucho la calidad de vida de quienes estaban sometidos al poder paralelo de las organizaciones criminales, pero la militarización permanente de los barrios populares y algunas medidas como la prohibición del “funk” (un ritmo musical socialmente estigmatizado) en las favelas “pacificadas” preocupan a algunos movimientos sociales, que advierten sobre el control social que tiende a instalarse.

Interesante: la comprobación de la peligrosidad

Una de las mejores formas de comprobar la peligrosidad de las favelas es mediante la útil herramienta “Street View”, del programa Google Earth. El Street View consiste en una vista a pie de calle, en la que el usuario de Google Earth puede ver, como si estuviera en la propia calle, todo lo que tiene alrededor (vista de 360º). Para desarrollar este modo de visión, la empresa Google ha repartido una flota de coches equipados con potentes cámaras de fotografía por todo el mundo.

La toma de fotografías comenzó en el año 2007, en ciudades de Estados Unidos. Hoy en día Google está completando el Street View de ciudades europeas, asiáticas, latinoamericanas y alguna africana. Aun así, está siendo mucho más rápido el completado del Street View de ciudades como Madrid, Praga, Milán o Zaragoza que otras de países no occidentales. El proceso de fotografiado de grandes ciudades del mundo en desarrollo no sólo es complicado por la extensión de la metrópolis, sino porque en algunas zonas de la ciudad es complicado entrar con el coche de Google. Hay barrios de Ciudad de México, Johannesburgo, Manila o Buenos Aires en los que no conviene adentrarse si no vas acompañado por la policía.

Esto se ve de forma muy clara en el caso de la favela Cidade de Deus, una de las más famosas de Río. En el mapa de la página anterior se observa cómo el Street View desaparece completamente de la zona de Cidade de Deus. El coche de Google con las cámaras de fotos no pudo (o no quiso) pasar por las estrechas calles de esta peligrosa favela. No hay posibilidad de ver la realidad callejera en este barrio de Río de Janeiro. En cambio, todos los barrios de alrededor (Taquara, Curicica, Pechincha…), sí que pueden “visitarse” a pie de calle mediante Google Earth. Los técnicos y fotógrafos de Google sí que recorrieron estos vecindarios de clase media.

MAPA: imagen de Google Earth mostrando las calles en las que es posible la vista desde el suelo (Street View). Zona Oeste de Río de Janeiro. Destacada la barriada de Cidade de Deus. Fuente: Google Earth. Elaboración: Juan Pérez Ventura.

Cidade de Deus es un claro ejemplo de cómo, en los años 60 del S.XX, el objetivo principal de las actuaciones urbanas era alejar a las clases más bajas del centro de Río de Janeiro. Esta enorme favela se formó en esos años, resultado del éxodo de la población pobre desde zonas cercanas a los barrios de Botafogo, Leblon o Ipanema, que acabó asentándose como pudo en los sectores Occidental y Sur.

Actualmente unas 40.000 personas viven de forma irregular en Cidade de Deus, una favela que adquirió fama en el año 2002, cuando se estrenó una película basada en la vida en este barrio marginal. El film, ‘Ciudad de Dios’, fue nominado a cuatro Premios Oscar, entre los que destacó el Mejor Director para Fernando Meirelles.

En la película se narra a la perfección la vida en las favelas, haciendo especial hincapié en el narcotráfico, tema central alrededor del cual gira la trama de la historia. Los años ’60 y ’70 fueron especialmente duros para Río de Janeiro. Las bandas y organizaciones criminales eran dueñas de la ciudad y las autoridades no podían hacer nada contra ellas.

Aunque la policía se ha hecho con el control de muchas favelas en los últimos cuatro o cinco años, desafortunadamente la realidad que nos muestra ‘Ciudad de Dios’ sigue valiendo para describir lo que ocurre en muchas calles de Río.

Quizás no se vean niños armados en las postales, ni en las fotografías de los turistas que se bañan en Copacabana o en Ipanema. Tampoco aparecerán los cuerpos mutilados en barrios como Barra da Tijuca, ni en Botafogo. Los locales donde los drogadictos sacian sus necesidades no se encuentran en lujosas calles que bajan hacia el mar. El sonido de los disparos no molestará a los huéspedes de los hoteles de cinco estrellas.

Pero eso no quiere decir que no exista esa realidad. La cara oscura de Río de Janeiro sigue estando allí. En el mismo lugar que siempre.

La pacificación policial podrá detener los disparos, pero no detendrá el avance de la droga. El encarcelamiento de jóvenes delincuentes podrá reducir los robos, pero no cambiará la mentalidad de los ladrones. La construcción de muros podrá evitar la expansión de las favelas, pero no evitará la segregación social.

El cambio ha de venir desde abajo, mediante la educación, la rehabilitación, la integración y la cooperación. Y con mucho esfuerzo, trabajo y voluntad.

(este artículo es un extracto del trabajo ‘Los problemas socioeconómicos de las ciudades globales de Sur. Estudio de caso: Río de Janeiro’ (Juan Pérez Ventura, 2013). Para descargar ese trabajo: hacer click aquí)