Brujería en la historia y en el arte

La luz de la Luna ilumina el camino, que serpentea siguiendo el curso del riachuelo. El cielo nocturno está despejado, pero una densa neblina cubre la cima del monte, a donde os dirigís. El fuego de las antorchas y la compañía de la gente no consiguen calmar tus nervios, aunque sabes que tras tantas desapariciones era necesario actuar: hay que matar a esas brujas.

Empezáis a subir por el monte y os rodea la niebla. De pronto una ráfaga de viento apaga vuestros fuegos y escucháis la indistinguible risa de una de ellas. En el pueblo se cree que son hasta cinco las hechiceras que habitan la cueva de la montaña, pero es probable que hayan llamado a más brujas para celebrar uno de sus encuentros diabólicos. Seguís andando empuñando con fuerza las hoces y las lanzas hasta que os dais cuenta de que cada vez sois menos. La niebla no permite ver qué ocurre, pero con cada paso que avanzáis el grupo disminuye. Te parece oír el vuelo de las escobas, y cuando llegas a la cima estás completamente solo. Entonces la neblina blanca se levanta y miras hacia atrás, observando horrorizado el camino lleno de las armas y antorchas de tus compañeros. No queda ningún cuerpo ni rastro de nadie.

Avanzas bajo esa Luna gigante y encuentras la entrada de la caverna. El resplandor de una hoguera llega hasta el exterior, y se escucha una conversación que no consigues comprender. El borboteo de una especie de caldo y las pisadas de las hechiceras te ayudan a imaginar la escena. Sacas la espada que guardabas en el cinto y te llenas de valor para dar el primer paso, que resulta caer sobre la espalda de un pequeño sapo verde. El croar del anfibio resuena entre las paredes húmedas de la cueva y tu metal se te desliza entre las manos por el sobresalto. Sin tiempo para reaccionar te agachas para recoger la espada, y al incorporarte tienes frente a tus ojos el rostro viejo y lleno de arrugas de una bruja que te sonríe.

Las historias y leyendas sobre brujas existen desde finales de la Edad Media, cuando en el continente europeo se desató una auténtica obsesión por la brujería y la herejía fruto de los temores de la religión dominante: el cristianismo. Las historias de brujas no se pueden entender sin el cristianismo, pues de la doctrina de esta fe nace una reacción. Esta reacción ante la palabra de Dios se manifestó de muchas maneras (todas ellas heréticas según la Iglesia, por supuesto), pero quizás sea el satanismo y todo lo relacionado con el Diablo lo más sugerente, inquietante y desconocido.

Desde esta óptica oscura vamos a enfocar el tema de la brujería. No hablaremos en este artículo de las brujas buenas, que practican hechicería en temas de adivinación o de amor, sino de brujas aquelárricas, que rinden culto al Diablo y han hecho un pacto con el mismísimo Satán. Son estas las brujas que dan miedo, que nos han perseguido en pesadillas a lo largo de la historia y que raptan y devoran a los niños.

Brujas yendo al Sabbath (Luis Ricardo Falero, 1878)

Durante la época del Imperio romano fueron los propios cristianos los acusados de celebrar reuniones clandestinas en las que degollaban niños, mantenían relaciones sexuales y adoraban a animales. En cuanto la cultura romana cayó y fueron los cristianos quienes dominaban la ideología y la moral, se apresuraron a redactar leyes contra las prácticas paganas como la adivinación o la astrología (Concilio de Laodicea, año 360) o el ejercicio de la magia (Código Teodosiano, año 429).

En el año 906 se publicó el Canon episcopi, un documento que ridiculizaba la idea de que pudieran existir realmente brujas que volaban sobre escobas y realizaban magia. Esta percepción cambió radicalmente a partir del siglo XIII, cuando la Iglesia comenzó a entender la brujería como una práctica común entre aquellos que querían establecer pactos con el Diablo. En 1249 comienza a funcionar la Inquisición de Aragón, la primera inquisición estatal del mundo, y en 1326 se publica la bula papal Super illius specula, que equipara la brujería con la herejía.

En 1484 el papa Inocencio VIII da por oficial la existencia de la brujería por medio de la bula Summis desideratis affectibus, en la que asegura que «gran número de personas de ambos sexos no evitan el fornicar con los demonios, y mediante sus brujerías, hechizos y conjuros hacen perecer la fecundidad de las mujeres»

En 1376 el catalán Nicholas Eymeric redacta el manual para inquisidores Directorium inquisitorium, en el que detalla cómo reconocer la brujería. Eymeric distingue tres tipos de brujería:

  • La brujería de aquellos que adoran a los demonios, arrodillándose ante ellos, quemando incienso y cantando oraciones
  • La brujería de aquellos que siguen un culto que mezcla nombres de demonios y de santos, rogando que los primeros hagan de mediadores ante Dios
  • La brujería de los que invocan demonios trazando figuras mágicas, colocando un niño en medio de un círculo

La publicación del libro Malleus maleficarum en Alemania en 1486 supone el inicio del famoso periodo llamado «Caza de Brujas». Gracias a este documento se extiende por toda Europa la idea de que, ciertamente, las brujas existen y que han de ser perseguidas. Durante los siguientes doscientos años el Maellus maleficarum -el «Martillo de las Brujas»- fue el manual de referencia para inquisidores, jueces y cazadores de brujas. Se realizaron docenas de nuevas ediciones (en 1574, en 1669…), y fue el libro más vendido durante la Edad Moderna en Europa (después de la Biblia). El mayor número de juicios coincide con el periodo de enfrentamiento entre católicos y protestantes. Es un hecho a tener en cuenta, aunque las dos facciones cristianas creían en la existencia de la brujería (ambas la situaban en el otro lado).

No hay consenso sobre el resultado de la caza de brujas. Este periodo se fecha entre 1450 y 1750, y el número de víctimas suele cifrarse en torno a las 60.000, si bien hay autores que hablan de hasta tres o cinco millones. La gran mayoría de ellas fueron mujeres, mucho más inclinadas al pecado a ojos de la Iglesia. La misoginia que arrastraba el cristianismo desde su fundación tuvo una importancia evidente durante la caza de brujas. Se consideraba a las mujeres más receptivas a la influencia del Demonio, y por tanto más proclives a convertirse en brujas.

Los estereotipos también afectaban a otros grupos de la población como los judíos, a quienes siempre se había mirado con recelo y superstición. De hecho las reuniones de brujas se denominaban «sabbat», el sábado hebreo. En la Edad Media, el antijudaismo estuvo muy extendido entre la sociedad cristiana, y se popularizaron creencias e historias negativas hacia la fe judía. Uno de estos rumores contaba que los judíos tenían el sábado como día de descanso para reunirse en secreto y realizar actividades satánicas.

El aquelarre (Francisco de Goya, 1798)

La Ilustración trae algo de luz al Viejo Continente y poco a poco la obsesión por las brujas va descendiendo. A lo largo del siglo XVIII tienen las últimas condenas por brujería (en Francia en 1746, en España en 1781, en Polonia en 1793…). En el Nuevo Mundo sin embargo todavía se vivió una oleada de quema de brujas durante en siglo XIX.

Algunos de los episodios más famosos de la Caza de Brujas fueron los Juicios de Liechtenstein entre 1679 y 1682, en los que se ejecutó a cien brujas, o los Juicios de Salem, entre 1692 y 1693, en Nueva Inglaterra, que llevaron a 50 personas a la cárcel y han tenido mucha trascendencia en la cultura popular. La principal acusación a la que se enfrentaban las brujas era de culto al Demonio, aunque también solían ser comunes las acusaciones de infanticidio o canibalismo, tal y como se señala en De Demonomanie des Sorciers, obra editada en París en 1580 y que sirvió como guía para establecer el delito de brujería.

Brujas, escobas y niños

Sueño de buena hechicera (Goya, 1799)

A partir del siglo XIX y durante el siglo XX, en los cuentos infantiles han sido recurrentes las apariciones de brujas. Las más conocidas son la madrastra de Blancanieves, que trata de asesinar a la joven con una manzana envenenada, y la bruja de la casita de chocolate de Hansel y Gretel, que pretende comerse a los dos niños.

En la cultura popular rusa aparece también una importante bruja, Baba Yaga, mucho más malvada y terrorífica que las brujas occidentales. Si los niños se portan mal, la vieja bruja saldrá de los profundo del bosque y los raptará metiéndolos en un saco, para después comérselos.

La relación entre las brujas y los niños es recurrente en las historias, y si bien en los siglos más recientes los padres utilizaron la figura de la bruja como amenaza para corregir el comportamiento de sus hijos, durante la Edad Media y la Edad Moderna la población realmente creyó que las hechiceras buscaban a los más pequeños para robarlos y asesinarlos. Era corriente que las brujas merodearan cerca de mujeres embarazadas o sobrevolaran con sus escobas a grupos de niños. Estaban siempre pendientes de raptarlos.

Los documentos acusatorios de la época de la Caza de Brujas aseguraban que las brujas sacrificaban niños en honor del Demonio, comían carne humana y bebían sangre. La imagen de la vieja bruja preparando un caldo con niños dentro del caldero es algo mucho menos radical que lo que imaginaban las gentes de otras épocas, cuando la brujería parecía algo verdaderamente real. En los cuadros de Goya podemos observar horrorizados el trato que aquellas mujeres adoradoras del Diablo tenían con los niños.

A los encuentros con el Diablo las brujas podían llevar bebés o niños bien para iniciarles en la magia negra y hacerles renegar del cristianismo o para entregarlos en sacrificio a Satanás. La imagen de un grupo de brujas sobrevolando el cielo nocturno dirigiéndose al sabbat era algo que muchos aseguraron contemplar. En los juicios, y tras muchas torturas, las acusadas llegaban a confesar este tipo de prácticas.

Normalmente solemos pensar en brujas viejas y desagradables, pero todas ellas tenían el poder de la transformación, y podían adoptar formas juveniles y bellas para atraer a los hombres a su perdición. Es por eso que en ocasiones se representan como bellas de pelo largo y mirada profunda. También eran capaces de convertirse en animales, preferentemente según la cultura popular europea en gatos negros.

El resto de animales asociados a la brujería son el sapo (utilizado por las hechiceras para crear fórmulas a partir de sus hígados y glándulas), la rata (debido a la Peste Negra, en Europa se identificó con una maldición que provocaba terribles enfermedades), la serpiente (el demonio que pervirtió a Adán y Eva), el búho (el sabio nocturno) y el cuervo (completamente negro y relacionado con el espionaje) . Todos estos animales aparecen en las historias antes de que ocurra algo relacionado con las brujas.

De manera generalizada -y pese a que inicialmente la Iglesia se mostró escéptica-, se atribuía a las brujas la capacidad de desplazarse volando. El vuelo lo podían realizar subidas sobre animales o demonios, si bien lo más normal es que lo hicieran a través de palos o escobas.

El simbolismo de la escoba tiene varias interpretaciones. Según algunos autores representa un símbolo fálico, en consonancia con la promiscuidad sexual de las brujas. El sexo y la brujería han estado siempre relacionados. Ambos han sido rechazados por la doctrina de la Iglesia y ambos suponen pecados ante los ojos de Dios. Las brujas solían mantener relaciones sexuales con demonios, según las historias. Otras teorías más sencillas tratan de explicar la presencia de la escoba en la brujería por ser un objeto cotidiano asociado con la mujer, que era la que realizaba las tareas del hogar. Los hombres no utilizaban la escoba para nada.

Vuelo de brujas (Goya, 1797)

En el cuadro Vuelo de brujas, Francisco de Goya nos muestra una escena en la que tres brujas levitan sobre el suelo sin necesidad de portar escobas. Esto lo conseguían según la tradición popular a través de ungüentos mágicos. Al parecer están raptando a uno de los tres hombres que avanzaban por el monte una noche. Otro de los compañeros se tapa los oídos en el suelo para no sucumbir ante el hechizo, y el tercer hombre se cubre con una manta y cruza los dedos contra el mal de ojo. El asno de los comerciantes ha sido más inteligente y se ha quedado en el camino, al fondo.

El mal de ojo es uno de los conjuros más utilizados en la magia negra, aquel tipo de magia que se realizaba con fines maléficos, y se atribuía constantemente a las brujas aquelárricas. Este hechizo consistía en provocar desgracias, enfermedades o incluso la muerte únicamente con la mirada. Era muy típico que los campesinos europeos colocaran amuletos en sus casas para prevenir este tipo de hechizos.

Durante el final de la Edad Media la Iglesia no distinguía entre magia buena o magia mala, como sí hacía la población. Popularmente se entendía la magia como un regalo de Dios, como una manifestación del poder de Dios en la Tierra. Sin embargo la Inquisición entendió que la magia era la prueba de que el mundo se estaba corrompiendo por obra de Satanás y sus seguidores, y persiguió todo tipo de manifestaciones mágicas. Mientras la gente confiaba en curanderos para sanar enfermedades y pedir buenas cosechas, la Iglesia quemaba y ahorcaba a estos supuestos magos.

Walpurgis Natch (Johan Ramberg, 1829)

La relación entre el pueblo llano, las autoridades eclesiásticas y las brujas se resume muy bien con la festividad de la Noche de Walpurgis, celebrada en varios países del centro y norte de Europa (Alemania, Holanda, Suecia…). En lo que parece una herencia vikinga, esta noche inicialmente se conocía como la festividad de Beltane, en la que se adoraba al dios del Fuego, Belenos, encendiendo hogueras y bailando para ahuyentar a los espíritus malignos. Sin embargo la Iglesia vio prácticas heréticas en esta fiesta pagana, y la prohibió. A partir del año 870, aprovechando la canonización de Santa Walpurga el 1 de mayo, la festividad de Beltane pasó a conocerse como la Noche de Walpurgis. Sin embargo la gente de los pueblos y los campesinos siguieron su tradición de encender hogueras y bailar, como siempre habían hecho en esa fecha. Es por eso que con el paso de los tiempos la Noche de Walpurgis se asoció a la brujería, y corrió el rumor por Europa de que era una noche en la que las brujas se reunían para celebrar demoníacos rituales. En el grabado Walpurgis Natch, del alemán Johan Ramberg, podemos ver el simbolismo que rodeaba a esta fiesta: brujas volando, gente bailando, demonios junto a la hoguera, un asustado sapo… y un misterioso carnero dominando la escena.

Aquelarres, cuevas y un misterioso carnero

Las brujas eran mujeres que renegaban de Dios, y por tanto el primer paso para que una muchacha completara su transformación en hechicera maléfica era jurar la fe en Satanás. Después, el mismo Diablo se presentaba ante la nueva pretendiente en forma humana, de gato o de macho cabrío y le hacía una marca, significando así que una nueva bruja seguidora del Demonio había nacido. Luego, las brujas celebraban la llamada «misa negra», en la que comían hostias de ese color y recitaban cánticos cristianos del revés. También celebraban banquetes (con carne humana en ocasiones) y bailes. Todos estos actos tenían lugar en el sabbat.

En la Península Ibérica se adoptó la palabra «aquelarre», procedente del idioma euskera, para denominar los encuentros de brujas. En euskera aker significa macho cabrío y larre, prado. El macho cabrío negro de los Pirineos es un buen ejemplo de animal asociado al mismísimo Satanás, tradicionalmente representado con cuernos y pezuñas de cabra. Estos aquelarres tenían lugar en lo profundo del bosque o en cuevas, en lugares apartados.

Cueva de Zugarramurdi, al norte de Navarra

Durante los siglos XVI y XVII se registraron en España muchos aquelarres, principalmente en el País Vasco, Islas Canarias y Cataluña. En las Islas Canarias se tiene constancia de brujería en San Sebastián de la Gomera (1653), Icod (1686) y especialmente en la región montañosa de Anaga, al noroeste de la isla de Tenerife, donde a partir de las doce de la noche las brujas se reunían para bailar alrededor de hogueras. En Canarias la creencia popular añadió una característica vampírica a las brujas: se decía que succionaban la sangre de los recién nacidos mientras dormían en sus cunas.

Por su parte, en la región vasca hay documentación sobre presencia de brujas en Amboto (1500), Zeberio (1555), Tolosa (1595), Lapurdi (1609), Fuenterrabía (1611), Azpeitia (1621)… aunque sin duda el más famoso de todos es el caso de Zugarramurdi, en el Pirineo navarro. Tras recibir noticias de una presencia masiva de brujas en las montañas cercanas a Zugarramurdi, comenzó un proceso judicial llevado a cabo por el tribunal de la Inquisición de Logroño. El auto de fe se publicó en noviembre de 1610, y se saldó con once mujeres muertas, seis de ellas quemadas vivas.

En Cataluña la brujería tuvo una importancia especial, causando un gran impacto entre la población. Hay multitud de testimonios escritos que corroboran la presencia de brujas en decenas de pueblos y ciudades, y se abrieron muchos juicios para condenar a las mujeres acusadas. La mayoría tuvieron lugar en el interior de la actual provincia de Girona, en pueblos pequeños, pero también se dieron en ciudades como Sabadell, donde en enero de 1620 se torturó a Guilleuma Roberta y Joana Sol.

Gracias a los documentos de los juicios, han sobrevivido hasta la actualidad los nombres de las condenadas por brujería. En el caso de Cataluña, se conoce el nombre y la vida de muchas mujeres acusadas, como Antonia Salamó y Joana Oliver en Granera, Margarita Font en Montseny, o Eulalia Olivos en Castellar del Vallés. Todas ellas fueron torturadas antes de confesar los hechos. Cuando no eran ahorcadas o quemadas podían ser obligadas al exilio. El pueblo de Viladrau, con 14 mujeres muertas en la horca, fue el municipio catalán con más condenadas. Durante los siglos XVI y XVII era todo un acontecimiento popular los juicios por brujería, y a los ahorcamientos acudía una gran multitud de vecinos, que insultaba a las mujeres condenadas.

Además de los bailes, banquetes y rezos satánicos, durante los aquelarres estaba muy presente el sexo. Los aquelarres eran la adoración colectiva al Diablo, y esto se podía hacer de muchas maneras. Una forma de violar las reglas de la Iglesia y sus códigos de conducta era dejarse llevar por los impulsos sexuales. Es por eso que en las descripciones de los aquelarres aparecen las relaciones sexuales con íncubos y súcubos, un tipo de demonios promiscuos que se aparecían por la noche con la única intención de seducir.

La presencia del sexo en este tipo de encuentros satánicos tiene su explicación en la tradición pagana clásica, en la que el dios Pan aparecía como un personaje lascivo. Por algo era el dios de la fertilidad. Los primeros cristianos señalaron a Pan como símbolo del pecado, y su forma de cabra se trasladó a la imagen de propio Satanás, representado desde entonces como un ser con pezuñas, cola y cuernos.

Además, uno de los momentos más importantes durante los aquelarres era el conocido como «beso infame» (osculum infame, en latín), que consistía en besar «la otra boca» del Diablo: su ano. Los testimonios de las mujeres en los juicios por brujería confirman que el primer paso para adorar a Satanás era besarle el trasero. Muchas mujeres se convertían en brujas tras realizar este beso a gatos negros, cabras o sapos, creyendo que se lo estaban dando al Diablo.

Aquelarre (Martin van Maële, 1911)

Durante los encuentros de brujas era también muy común el uso de sustancias psicotrópicas, que permitían a los participantes tener visiones y alucinaciones. Sin duda la brujería debe entenderse no desde supersticiones ridículas de vuelos y magia, sino en cosas mucho más simples y reales como el sexo y las drogas. Elementos que han acompañado desde siempre al ser humano, y que desde siempre las autoridades religiosas han tratado de limitar y criticar.

Aun así es cierto que la brujería llegó a trascender a estos simples placeres, y se convirtió en algo mucho más profundo, creando todo un sistema de pensamiento y forma de entender el mundo. De hecho en 1953 se presentó de manera oficial la Wicca, un movimiento religioso neopagano asociado con la brujería, y en 1966 se fundó la Iglesia de Satán. Estas corrientes no suelen aparecer nunca en la conversación pública, y el hecho de que estén en la oscuridad les envuelve en un halo de misterio que inquieta a muchos. ¿Se seguirán celebrando aquelarres en este siglo XXI? La próxima vez que veamos una cabra quizás nos recorra el cuerpo un escalofrío…