El arma más poderosa que tiene un gobernante no es la fuerza. No es la represión, el castigo ni la guerra. Esas artes son de otro tiempo, de otra época. Hoy en día los gobernantes prefieren no llegar hasta esos extremos para controlar y someter al pueblo. Hoy en día ya no hace falta.
No hace falta porque han descubierto que, a la hora de gestionar una población, no es necesaria la fuerza si se sabe bien cómo amenazar a los individuos. Debido al miedo transmitido con una amenaza, las personas obedecerán como si les hubieran atacado o torturado.
Cuando atacas a alguien corres el riesgo de que responda violentamente. Los gobernantes no quieren violentar a la población. Temen la revolución. Prefieren no castigar a los ciudadanos y evitar posibles revueltas. Es mejor amenazar que castigar. Por ello el arma más poderosa que tiene un gobernante es el miedo.
El miedo es la fuerza que mueve a los hombres y les hace obedecer. El miedo es la razón por la que el sistema se mantiene vivo. No podemos explicar cómo funciona el mundo sin hablar de la política del miedo.
El miedo está presente en la política hasta el punto que se podría decir que la política es el arte de dar miedo para que te obedezcan. Infundiendo miedo la población aceptará políticas económicas, políticas bélicas, políticas sociales… Decisiones políticas, en definitiva, que no habrían sido aceptadas en condiciones normales. Porque cuando una sociedad vive con miedo no está viviendo en condiciones normales.
Cuando un político utiliza el miedo en su discurso no pretende alertar o avisar a la población, sino conseguir sus objetivos. Si el presidente de un país nos dice que hay que entrar en la OTAN, porque de no hacerlo nos quedaremos solos, sin amigos, nadie invertirá en nosotros, nadie nos ayudará y nos quedaremos al margen del progreso, en realidad no nos lo dice porque le preocupen esas cosas, sino porque quiere entrar en la OTAN. Utiliza el miedo para conseguir su objetivo. Si le dice a la gente que no entrar en la OTAN será un fracaso para el país y un desastre para la sociedad, entonces la población no lo dudará: votará sí a entrar en la OTAN, sea lo que sea eso.
Quizás luego tenga que retractarse, pero no será problema. Él ya no será presidente, estará colocado en alguna empresa a la que favoreció durante su mandato y podrá decir: “Más vale pedir perdón que permiso.” Es uno de los refranes que define a la política del miedo.
Una de las grandes cosas que tiene usar el miedo en política es que se puede utilizar para propiciar que ocurran cosas y al mismo tiempo para evitar que ocurran otras. Así como cierto presidente utilizó el miedo para convencer a la gente de que votara una cosa, con el miedo se puede conseguir que la gente ni siquiera llegue a votar.
Hace poco hemos tenido un clarísimo ejemplo del uso de la política del miedo. Fue en el programa ‘Al Rojo Vivo’ (LaSexta), el pasado día 14 de Octubre. En el debate, el director del periódico La Razón, Francisco Marhuenda, aseguró que si en España gobernara Izquierda Unida la prima de riesgo alcanzaría los 800 puntos, seríamos un país intervenido y ninguna gran empresa querría invertir en nuestro país. Aunque en frente tenía a la diputada de Izquierda Unida, Tania Sánchez, que le discutió y recriminó esas afirmaciones, Marhuenda siguió repitiendo una y otra vez que lo que había dicho era verdad. No era la primera vez que el director de La Razón vaticinaba un mal escenario para España si gobernara la izquierda.
¿Qué es lo que temen los defensores del sistema establecido? Que el sistema caiga. Y, ¿qué es la izquierda a la que tanto teme Marhuenda? Es la alternativa al sistema. Es el discurso que puede hacer que el sistema caiga. Por ello todo lo que tenga que ver con la izquierda ha de ser cubierto de comentarios que infundan miedo. Miedo al cambio. Para que se mantenga todo como está.
El sistema actual, del que ya hablaremos en otro artículo de esta serie, se basa entre otras cosas en la desigualdad. Desigualdad económica, desigualdad social, desigualdad política… Es un sistema de clases, en el que los de arriba no están dispuestos a equipararse política, social y económicamente con los de abajo. Y para que los de abajo no se cuestionen el sistema y no lleguen a pensar que “algo falla”, los de arriba se ponen manos a la obra con la política del miedo.
Los de arriba defienden el bipartidismo, así que envían mensajes de miedo advirtiendo de lo catastrófico que sería votar a un partido político diferente. Los de arriba defienden a la Banca, así que envían mensajes de miedo advirtiendo de lo horrible que habría sido no rescatar con dinero público a los bancos que hicieron mal sus cuentas. Los de arriba defienden la guerra, así que envían mensajes de miedo asegurando que hubiera sido mucho peor no intervenir en Iraq o en Afganistán.
Casi siempre, el miedo va acompañado de mentiras. “Es necesario atacar Iraq, porque sus armas de destrucción masiva son muy peligrosas y dan mucho miedo”. ¡Qué miedo nos dan esas armas! Entonces toda la población apoya la intervención militar, que vela por nuestra seguridad (no por la de los iraquíes, pobres desgraciados). La sociedad apoya que se bombardeen ciudades y se asesinen a personas, porque en el fondo la intención es buena: acabar con las armas de destrucción masiva.
Si finalmente resulta que no había armas de destrucción masiva, no pasa nada. El político sale al estrado, ante su pueblo, y dice solemnemente: “Más vale prevenir que curar”. Y pide perdón. Y puede que no sea reelegido, pero sus amigos de la industria armamentística le felicitan al abandonar la Casa Blanca y un sinfín de empresas le abren sus puertas para que ocupe un alto cargo.
No pasa nada, porque gracias al bipartidismo el sistema se asegura que nada cambie. Quizás el siguiente presidente mantenga la política del miedo, y asegure que ciertas armas químicas en, por ejemplo, Siria, son una seria amenaza para la seguridad nacional. Y dan mucho miedo. Y el presidente de aquel país también da mucho miedo. Y es necesario intervenir militarmente. “Tenemos el deber moral de intervenir”. La ética del guerrillero. En realidad no es que a Estados Unidos le guste la guerra, no, es que cada dos por tres se encuentran con el deber moral de intervenir en todos lados. Así, en apenas 240 años de historia, esta gran nación ha estado alrededor de 215 años en guerra. Tenían el deber moral de hacerlo. Para algo han sido elegidos como la policía del mundo.
La policía del mundo está ahí para salvarnos de los miedos que llegan desde Oriente Medio o desde Latinoamérica. “Es mejor que las elecciones las gane el otro, el de la gorra” aseguran los intelectuales occidentales mirando hacia las reservas petrolíferas de ese país de allá. Para la estabilidad de los mercados financieros, para asegurar las buenas relaciones económicas internacionales, por el bien de la democracia… es mejor que el otro se quite ya ese chándal hortera.
Porque, si alguien practica la política del miedo, ese es Occidente. Es desde Europa y Estados Unidos desde donde se lanzan los mensajes que más miedo dan. Incluso se ha elaborado una lista que enumera a los países patrocinadores del terrorismo. Según la policía del mundo, los países que patrocinan el terrorismo son los siguientes: Cuba, Irán, Siria, Sudán, Corea del Norte, Irak, Libia y Yemen. Estos países a los que vivimos en Occidente nos dan mucho miedo.
Afortunadamente para nosotros, Estados Unidos ya se ha encargado de intervenir en algunos de ellos, y tiene sus misiles apuntando hacia casi todos los demás. Es un alivio, ya que Irán nos da mucho miedo. “Esas centrales nucleares dan mucho miedo” se dice cuando se habla de ese país que ha sido atacado por casi todos sus vecinos y no ha atacado a nadie. En cambio el otro país pequeñito que rodea la peligrosa y aterradora Franja de Gaza no nos da miedo. Ese país es bueno, y moderno, y hasta juega en las competiciones deportivas de Europa. Es cierto que es el único país de la región de Oriente Medio que tiene armas nucleares, pero da igual. No nos da miedo. Porque es uno de los nuestros.
¿Os suena eso de que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”? Lo debió decir un tal Goebbels, pero a los modernos y desarrollados ciudadanos de Europa se nos ha olvidado. Estamos tranquilos, porque día tras día nos cuentan cientos de verdades por la televisión. Eso nos tranquiliza. Saber que los malos están fuera de nuestras fronteras nos tranquiliza. Que quiten a ese terrible dictador libio. ¿Ese con el que se daban la mano el otro día? Es un monstruo. ¿Y al de Siria? A ese también. Está con los rusos.
La Guerra Fría no terminó. El mundo sigue dividido en dos. Estamos nosotros, y ellos. A los geógrafos nos gusta denominar a esta dinámica “Centro-Periferia”. Nosotros somos el Centro (obvio) y ellos, la Periferia. Y está claro quién es el bueno. Y ellos… quizás no sean todos malos. Pero malos son un rato. Basta con preguntar en la calle qué opinan los ciudadanos occidentales de los líderes de la peligrosa Periferia. ¿Chávez? Un dictador.
A eso se le llama desinformación, y hablaremos en el próximo artículo de eso. Aunque está muy relacionado con esto, ahora estamos con el miedo.
Los casos más evidentes del uso de la política del miedo se dan con la guerra. A nadie le gusta la guerra. La gente no apoya las guerras… salvo cuando ven su seguridad amenazada. Volvemos a las amenazas. ¿Quién amenaza tu seguridad? Los malos. ¿Un ejemplo de malo? Pues… los terroristas. A nadie nos gusta estar amenazados o inseguros. A nadie nos gustan los terroristas.
Entonces los que están allá arriba, moviendo los hilos, piensan: “¡Necesitamos terroristas por todos lados!” Y así comienza la expansión del miedo. Sale un hombre con corbata por la televisión y en tono muy serio dice: “Nuestra seguridad nacional está amenazada por el terrorismo islámico”. Esa frase basta para que la población aplauda cada bombazo, cada disparo y cada detención a todo lo que suene a “islámico”. Así se ha creado un enemigo.
Cuando existe un enemigo, la función de los gobernantes se justifica porque tienen que proteger a los ciudadanos. El pueblo se une al gobierno y todos juntos cantan al unísono: “¡Guerra contra el terrorismo internacional!”. Así, antes de la invasión de Iraq, el 66% de la población estadounidense apoyaba un ataque militar contra el gobierno iraquí.
Como bien adelantó Orwell, la guerra provoca que los ciudadanos no se levanten contra el Estado, ante el temor al enemigo externo. Así se mantiene la paz en el interior. Así el gobernante mantiene el puesto y mantiene a los ciudadanos distraídos con las explosiones en un país lejano.
Si hay guerra con otros países, el país está en paz consigo mismo. La población renuncia a enfrentarse al gobierno porque éste está dedicado a proteger al país de los enemigos exteriores. Es decir, la labor del gobierno se respeta en el país gracias a la existencia de enemigos. Por eso, crear enemigos es muy importante para un gobernante (y en eso ayuda mucho la desinformación y los medios de comunicación de los que ya hablaremos).
Otro ejemplo de la política del miedo aplicada a la guerra es el famoso término Guerras de prevención, que se basa principalmente en el ya mencionado refrán: “Más vale prevenir que curar”. Una de las más famosas guerras de prevención fue la Operación Ópera, que llevó a Israel a matar a diez iraquíes y a un francés en un rápido movimiento militar contra una instalación nuclear al sur de Bagdad que había sido puesta en marcha por Iraq con ayuda de Francia, ratificando ambos países que era con fines pacíficos. Israel no lo creyó así y vio una potencial amenaza de su seguridad nacional. Así pues, una escuadra de la Fuerza Aérea Israelí voló rápidamente hacia Iraq, entró en su espacio aéreo, bombardeó la instalación y volvió a casa tranquilamente. Fue una operación de prevención, motivada por el miedo.
¿Realmente era peligrosa aquella instalación nuclear iraquí? Nunca lo sabremos. ya no existe. Lo importante es que la seguridad nacional de Israel fue bien defendida.
Todo sea por la seguridad nacional. Es otro de los lemas de la política del miedo. Antes de atacar un país o bombardear una ciudad, el país Occidental en cuestión dice: “Nuestra seguridad nacional está amenazada”. Estados Unidos con Iraq, Israel con Irán, Francia con Malí… etc. En realidad lo que quieren decir es “Nuestros intereses económicos están amenazados”.
Aunque suene irónico y hasta contradictorio, las guerras que emprende Occidente siempre buscan la paz y la seguridad. Siguiendo esta teoría, guerra equivale a paz. Lo que no dicen es dónde se instalará la paz gracias a la guerra. Una guerra en defensa de la seguridad nacional, por definición, busca la paz en la nación del que ataca, no en el país atacado. Así pues, la guerra contra el terrorismo iniciada por Estados Unidos en 2001 no busca la paz en el Medio Oriente, sino en los países occidentales.
Desde el mes de Octubre del año 2001 hasta nuestros días, Estados Unidos encabeza una operación internacional en busca de los enemigos de su seguridad nacional, que ahora ha pasado a ser la seguridad global. Los enemigos de Estados Unidos son los enemigos del mundo, y así se ratifica en los organismos internacionales, como la ONU, donde la voluntad de Occidente (que es la voluntad de Estados Unidos), se hace cumplir en el ámbito de la seguridad.
El Consejo de Seguridad de la ONU parece tener la verdad absoluta en lo referente a lo militar y a la guerra, y se erige como mediador de todos los conflictos. Como dice Eduardo Galeano “parece que, hoy por hoy, las guerras están bien cuando las Naciones Unidas las aprueban, y están mal cuando no las aprueban.”
Pero la política del miedo no se utiliza únicamente para conseguir el apoyo de la población en cuanto a las guerras y conflictos, sino que también sirve para convencer a la gente de que determinadas decisiones políticas o económicas son necesarias. Ya hemos visto el ejemplo de la necesidad imperiosa de entrar en la OTAN, porque si no lo hacíamos España estaba abocada al desastre. Otros ejemplos los encontramos en las decisiones económicas y sociales tomadas a raíz de la crisis económica que atraviesa Occidente desde el año 2008.
Muchas de estas decisiones no encontrarían el apoyo popular si no se utilizara el miedo. Los gobernantes lo saben y dependen del buen uso de la política del miedo para conseguir sus objetivos y aprobar las políticas que desean para mantener el sistema: ¿ayudas a Bankia? Una medida muy impopular, pero se puede aprobar si se consigue que la gente piense “Ups, si no le damos el dinero a Bankia podemos acabar mucho peor…”.
Aunque algunos medios críticos con el sistema cuestionan la decisión, finalmente los mass media se ponen de acuerdo para apoyar a los gobernantes, y así se aprueba la medida impopular. La gente, resignada, concede 23.465 millones de euros de su bolsillo para rescatar a Bankia. Los gobernantes, en su regocijo, prometen que se recuperará todo ese dinero muy pronto. Y siguen riendo.
De la misma manera: reformas de pensiones, recortes en sanidad, subida de impuestos, bajada de sueldos, precarización del trabajo… todo se acaba aceptando por parte de la sociedad. Una sociedad con miedo. ¿Cómo protestar ante estas políticas? Da mucho miedo la incertidumbre de no hacer caso a lo que dicen los hombres de negro que viven en Bruselas y que saben tanto de números. Da mucho miedo quejarse, porque podemos perder el puesto de trabajo. Otro nos reemplazará y trabajará por menos dinero. Da mucho miedo incluso intentar votar a otro partido, porque la tradición manda y estos dos ya saben lo que es tener el poder. A aquéllos pequeños es mejor no votarles, ya nos han avisado los formales hombres que visten de traje de las consecuencias que puede haber si votamos a ese partido.
Es el miedo el que nos impide reaccionar. No lo decimos, pero en el fondo lo sabemos. Los de arriba han encontrado el arma perfecta. Los de abajo no podemos evitarlo. Nos da mucho miedo. Somos hipócritas porque no queremos estos gobernantes, pero ahí les tenemos, y ahí les tendremos. Una y otra vez. Uno detrás de otro. Siempre los mismos. Tenemos miedo al cambio. No nos gusta la guerra pero ahí estamos, en guerra con aquel país, por miedo a ese enemigo invisible. No nos gusta lo que hace ese banco pero ahí tenemos el dinero, por miedo a tenerlo en otro sitio. Tampoco nos gusta este sistema en el que vivimos, desigual, injusto, pero tenemos miedo de cambiarlo.
“Virgencita, que me quede como estoy”. El típico refrán que repiten los mayores en España. Igual opinan los que prefieren no pensar y seguir en el sofá, mirando ese programa tan gracioso de la televisión. Mientras tengamos comida en la nevera y televisión, nada nos hará levantarnos del sofá.
Tendremos televisión, comida, y miedo. Mucho miedo para movernos.
Artículo publicado originalmente en la web Papel de Periódico