El sentido común se construye en común, es decir, a través de los sentidos de un conjunto de personas. Todas las creencias, suposiciones, conocimientos, previsiones y lógicas que comparte una comunidad conforman el sentido común de la gente de dicha comunidad. Por ejemplo, en las sociedades occidentales hemos determinado que el color verde y el color rojo tienen significados simbólicos diferentes. Cuando vemos una señal de color rojo entendemos que nos advierte de una prohibición o un aviso. Un color verde en cambio es relacionado con todo lo contrario. «Se puede pasar», «abierto», «tiene permiso». Es el sentido común el que nos hace realizar ese tipo de asignaciones.

El sentido común no entiende de reflexión o de comprobación científica, no se basa en cosas que son, sino en cosas que se creen. El color rojo no es prohibitivo por sí mismo, pero un conjunto de personas (de cientos de millones de personas) le ha dado ese significado y por tanto se cree, se asocia, de esa manera: rojo = prohibido. La lógica nos hace más fácil la vida, porque no tenemos que estar analizando y repensando todo lo que vemos o leemos. Las situaciones cotidianas se superan a través del sentido común: cuándo cruzar la calle, con qué billete pagar la compra, cómo interactuar con la gente, qué ropa llevar al trabajo… una especie de acuerdo social invisible nos hace comportarnos con sentido común diariamente. Al que no lo hace le llamamos loco.

Ahora pongamos a prueba el sentido común. Lee el siguiente enunciado y responde a la pregunta:

El sentido común te ha hecho prever cuál iba a ser la pregunta, teniendo en cuenta factores como la información que nos están dando o el tipo de problema que se plantea. Seguro que de niño hiciste algún problema en clase de matemáticas que comenzaba con el mismo enunciado. Estás acostumbrado a ese tipo de problemas. Lo que ha hecho que se rompiera en tu cabeza el sentido común ha sido la pregunta. Después de darte esa información, la pregunta «¿cuántos años tiene el conductor» no tiene ningún sentido, ninguna lógica. Lo lógico habría sido preguntar «¿cuántas personas hay en el autobús?». O al menos eso es lo que crees tú y otros tantos millones de personas con sentido común.

En este caso, el (no siempre) útil sentido común te ha impedido retener una información muy importante: «estás conduciendo un autobús». El sentido común te ha alejado de prestar atención a este hecho: tú eres el conductor. Y por tanto el sentido común no te ha servido para responder al problema. ¡Era muy fácil la respuesta! La edad del conductor es tu edad. El sentido común ha sido engañado y distraído por lo que parecía más lógico.

Pero la lógica no siempre refleja la verdadera realidad de las cosas. Otro ejemplo en la siguiente pregunta:

Las palabras «carrera», «posición», «adelantar», «segundo» han sido retenidas por tu cerebro, que les ha dado forma. Si bajo la lógica el rojo es el contrario al verde, el contrario al segundo es el primero, más aun cuando incluyes la palabra «adelantar». Si adelantas al segundo tú eres el primero. Es la lógica más inmediata que acude a tu cabeza. Pero es rotunda y evidentemente falso. Si adelantas al segundo eres el segundo.

No te preocupes. Nos pasa a todos. El primer impulso es el que más posibilidades tiene de ser erróneo. Y el sentido común parece tener siempre prisa, siempre quiere ser el primero en darte la respuesta. Ahora lee lo que pone en estas dos filas:

¿Qué has leído en la primera línea? Seguramente hayas dicho: «a, be, ce, de, e, efe». Es correcto. ¿Y en la segunda línea? «Diez, once, doce, trece, catorce, quince». Correcto también. Ahora, puede que no lo sepas: pero tu sentido común te ha ayudado a leer eso. Y te ha vuelto a engañar. Porque en realidad lo que hemos escrito en la primera línea es:

«A, trece, ce, de, e, efe»

y en la segunda:

«diez, once, doce, be, catorce, quince»

Si te fijas bien, el símbolo que representa la letra «B» es el mismo que representa al número «13». Sin embargo, tu cabeza no ha leído «trece» en la primera línea, y se ha dejado llevar por el sentido común para seguir la lógica del abecedario. Esto permite que no tengamos que analizar cada fragmento de información, y que nuestro cerebro nos agilice el proceso de comprensión de la realidad que nos rodea. Pero quizás a veces es mejor no dejarse llevar por el sentido común y pararnos a reflexionar. Porque, al fin y al cabo, ¿qué es la realidad?

En estos ejemplos que hemos visto el sentido común nos ha llevado a errar, a realizar consideraciones o predicciones erróneas. Quizás por eso algunos psicólogos consideran al sentido común como el menos común de los sentidos. En cualquier caso no hay que infravalorar su poder.

La sabiduría de las masas

Si el sentido común se define a partir de lo que piensa un colectivo, es lógico tender a pensar que su potencialidad se da precisamente a través de un conjunto de personas. Existe lo que los científicos han denominado «la sabiduría de las masas» o «inteligencia colectiva» que puede tener interesantes aplicaciones.

Cuando tenemos una población amplia que da distintas respuestas, la media de esas respuestas se suele acercar mucho a la respuesta correcta. Esto ocurre así aunque la población no tenga ni idea de qué respuesta dar. Si responden con lógica y sentido común, una mano invisible les guiará a acercarse a la verdad. Ocurre en el programa ‘¿Quién quiere ser millonario?’ cuando utilizamos el comodín del público, y también en el típico ejercicio en el que hay que adivinar cuántos caramelos hay en un recipiente.

Dos hechos matemáticos asombrosos hacen que la sabiduría de las masas nos permitan llegar a la verdad: por un lado la media de los resultados dados suele acercarse mucho al resultado correcto, y por otro lado los fallos cometidos se suelen anular. Aquí nos encontramos con la mediana (el valor que deja al 50% de los valores por debajo y al otro 50% por encima), el dato que gracias a la inteligencia colectiva nos lleva a responder correctamente. ¡Y todo sin saber nada y gracias al sentido común!