Las rocas más antiguas de la corteza terrestre se asoman a la superficie en algunos puntos del planeta en forma de grandes escudos, gigantes regiones que nunca se han encontrado bajo las aguas del mar. La aleatoriedad de los movimientos tectónicos permitió a estos espacios huir de las subidas oceánicas, y en la actualidad, tras más de 570 millones de años en contacto con la erosión del aire, presentan la topografía típica de las mesetas.

En el norte de Sudamérica encontramos una de las regiones más antiguas de la Tierra, el Escudo guayanés, que cubre partes de Guyana, Brasil, Surinam, la Guyana Francesa y Venezuela. La densa selva del Amazonas, extensas sabanas y enormes mesetas que rozan el cielo se combinan en esta zona del mundo para crear algunos de los paisajes más espectaculares que se pueden imaginar. Es aquí donde se encuentra el Parque Nacional Canaima, establecido por el Gobierno de Venezuela en 1962 para preservar 30.000 kilómetros cuadrados de naturaleza en estado puro.

El Parque Nacional Canaima es el sexto parque nacional más grande del mundo, y alberga paisajes famosos y de récord como la catarata del Salto del Ángel. Su belleza sin embargo va mucho más allá de las fotografías más compartidas en redes sociales, y conocerla en profundidad es un auténtico regalo para los sentidos. Un tesoro al alcance de muy pocos, debido a la dificultad de acceso que tiene la zona. Únicamente los pemones, los habitantes indígenas de esta región, han conocido los secretos de la selva y de las montañas.

En 1994 el Parque Nacional Canaima fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, por contener formaciones geológicas únicas en el planeta y especies animales endémicas del lugar. Además, el Parque tiene grandes lagos, bosques, cuevas, cascadas, pozas, comunidades indígenas, selva, jaguares, pumas, ríos… y pocos turistas. Es un lugar muy bien conservado, con muchas zonas vírgenes e inaccesibles.

Los impresionantes tepuy que tocan el cielo

El 65% del Parque Nacional Canaima está ocupado por enormes mesetas de roca maciza conocidas por los pemones como tepuy, literalmente «montaña». El pueblo pemón creía que en las misteriosas planicies de lo alto de esas montañas habitaban los dioses de la selva. Cuando uno contempla los tepuy desde abajo, no es difícil pensar en mundos maravillosos en sus cumbres planas. Siglos después de los pemones, el escritor escocés Arthur Conan Doyle también imaginó historias fantásticas, ubicando en la cima de los tepuy el hábitat de enormes dinosaurios para su novela El mundo perdido.

La cuarcita ha resistido cientos de millones de años de erosión para acabar adoptando una forma totalmente plana, en forma de mesa. Por las paredes laterales que caen de la planicie no crece vegetación, pero sí brotan lenguas de agua que se convierten en enormes cascadas. En uno de los tepuy de Canaima, en el conocido como Auyantepuy, se encuentra el salto de agua más alto del mundo, con una caída de 979 metros: el Salto del Ángel. Esta es una de las muchas cascadas que caen por las paredes de los tepuy, pero por su récord de altura y por su espectacularidad se ha convertido en uno de los símbolos de Venezuela.

El agua que cae desde lo alto de los tepuy parece desaparecer en un mar verde de árboles y frondosidad. Desde el cielo parece una extensa manta que cubre la tierra, parece homogénea e impenetrable. Realmente lo es: la selva que rodea los tepuy es prácticamente inaccesible a pie, y sólo se puede avanzar por esta zona a través de los ríos o con avionetas. Sin embargo surcar los cielos no es sencillo, debido a las constantes nieblas y nubes que se generan en lo alto de las mesetas.

Los tepuy del Parque Nacional Canaima llegan a los 2.300 metros de altura, siendo uno de los más famosos el llamado Monte Rorarima, que se eleva 2810 metros sobre el nivel del mar. En el año 1596 el explorador inglés Walter Raleigh visitó el Rorarima, que en la actualidad se ha convertido en punto de encuentro para montañeros. En su cima la erosión ha dejado al descubierto un auténtico museo de arte geológico, con curiosas formaciones rocosas.

Los habitantes de la selva

Bajo los techos de los tepuy se extiende una interminable selva amazónica regada por cascadas y riachuelos. No hay senderos ni caminos que atraviesen los árboles, y entre ellos solo se mueven los animales que habitan el Parque Nacional Canaima. Se han registrado decenas de especies, que van desde los jaguares hasta los armadillos gigantes, muy esquivos para el ojo humano. Las copas de los árboles se pintan del color de los guacamayos y tucanes, y en el suelo las peligrosas serpientes de cascabel persiguen las endémicas ranas negras. En las cuevas que recorren el Parque habitan también 50 especies diferentes de murciélagos.

El Parque Nacional Canaima recibe entre 1200 y 1600 milímetros de agua anuales (1600-2200mm durante la estación lluviosa, de 10 meses), y disfruta de una temperatura que oscila entre los 20ºC y los 30ºC. En este húmedo y caluroso ecosistema se han desarrollado hasta 300 especies de flora endémicas de la región, entre las que se encuentran asombrosas plantas carnívoras.

Por su parte, el pueblo pemón lleva habitando estas tierras cientos de años. En la actualidad y tras la concienzuda labor de los misioneros, profesan una combinación de creencias indígenas y cristianas. Se calcula que hay unos 300.000 pemones en Venezuela, diferenciados en tres grupos principales: los Taurepan, los Arekuna y los Kamarakoto. Todos ellos hablan el idioma pemón, de la familia de lenguas del Caribe, y viven en casas circulares de adobe con techos de paja. El primer occidental en estudiar a los pemones fue el alemán Theodor Koch-Grünberg, etnólogo que en 1912 documentó las tradiciones y los mitos de las tribus cercanas al Monte Roraima y realizó las primeras fotografías de los indígenas. Koch-Grünberg murió de malaria, una enfermedad contra la que todavía se vacunan los turistas que quieren explorar esta zona.

Laguna de Canaima, una playa rodeada de cascadas

Algo más alejada del ambiente tropical, de las selvas y las nieblas que rodean a los tepuy, se encuentra la Laguna de Canaima, el segundo gran atractivo del Parque. Sus aguas tranquilas son perfectas para navegarlas a bordo de las curiaras, los botes tradicionales, y la fotografía de las palmeras creciendo del agua es obligada. A las vistas de las grandes mesetas planas que sobresalen en el horizonte hay que sumarle el ruido incesante de las siete cascadas que vierten al lago.

Ukaima, la «Caída de Poder», es la cascada que ensordece a los turistas al llegar a la Laguna de Canaima. Por su parte, El Sapo es la más peligrosa. Pero no por su fuerza, sino por un pequeño habitante que salta entre sus piedras: el sapito minero. Este anfibio amarillo y negro expulsa un líquido mortal para el ser humano cuando se siente amenazado.

Salvo por la amenaza del sapito, el turista puede disfrutar de un buen masaje hidrotermal bajo las cascadas de la Laguna. Además, el río Caroní, de 925 kilómetros, es el principal abastecedor de energía eléctrica de Venezuela.

La Gran Sabana, llanura que se extiende hacia Brasil

Los 10.000 kilómetros de la Gran Sabana fueron incluidos en el Parque Nacional Canaima en 1975 por su enorme valor ecológico. En esta llanura se encuentra el 40% de las especies animales del país. Con temperaturas más bajas que en la zona de los tepuy, la Gran Sabana no recibe su nombre debido a su clima, sino a la constitución rocosa y arenosa del suelo. A principios del siglo XX esta zona atrajo el interés de los empresarios por la presencia de diamantes, y los exploradores catalanes Félix Cardona Puig y Juan María Mundó Freixas fueron los primeros europeos en cartografiar el terreno.

La Gran Sabana suele estar azotada por fuertes vientos que impiden el crecimiento de los árboles, pero combina grandes extensiones de llanuras con espacios de bosque. En esta zona del mundo los conquistadores europeos ubicaron la leyenda de El Dorado, y ciertamente el área es rica en minerales como el cuarzo, la pizarra, el hierro, el mármol o el azabache.