El racismo ha acompañado al ser humano desde que tiene conciencia. No somos bondadosos por naturaleza. Nos conocemos desde hace siglos, y sabemos que los enfrentamientos y las injusticias están inevitablemente asociados a nuestra forma de (con)vivir. Se suele decir que todos querríamos vivir en paz y en armonía, pero no es cierto. Es políticamente correcto pensar y asegurar que somos buenos, compasivos y generosos, pero cada año que pasa la realidad nos golpea con crudeza y nos desmiente ese ideal.

Lo cierto es que muchos de los individuos que componen la especie humana encuentran motivos para discriminar a otros semejantes. Las razones son muchas y variadas: género, edad, pensamiento, color de piel, idioma, procedencia, religión, cantidad de dinero en el bolsillo… No somos todos buenos porque no somos todos iguales. El ser humano es un animal social, y las sociedades están estructuradas en clases. No es discutible a estas alturas del siglo XXI.

Hoy nos acercamos a una esquina del mundo que no suele atraer la atención, pero que esconde un importante problema asociado con el choque social, fruto de múltiples factores como la desigualdad, el racismo, la pobreza o la violencia. Hablamos de Sudáfrica, un bello país al sur del continente africano en el que la mezcla de culturas no ha generado armonía, sino tensiones. El ser humano es un animal social, pero no socializa muy bien.

Algo de historia para contextualizar el problema

En 1652 la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales toma posesión del Cabo de Buena Esperanza

En el siglo XVII los neerlandeses se expandieron por África del Sur fundando nuevas ciudades y colonizando a los pueblos originales de esas tierras. Huyendo de una Europa en decadencia tras la Guerra de los Treinta Años, muchos europeos de los Países Bajos, Alemania y Francia buscaron refugio en lo que hoy es Sudáfrica, que disfruta de un clima templado. Con el paso del tiempo se establecieron dos nuevos países: el Estado Libre de Orange y la República de Transvaal, ambos con una composición demográfica heterogénea y dominados por los descendientes de los colonos neerlandeses, llamados bóeres o afrikáneres. Los bóeres, como todos los europeos en el continente africano, fueron profundamente racistas. Eran granjeros que poseían grandes cantidades de tierra, hablaban el idioma afrikáans, lengua germánica derivada del neerlandés, y practicaban el calvinismo, una interpretación radical del cristianismo.

Fruto de su fiebre expansionista durante el siglo XIX, el Imperio británico se interesó por este rincón al sur de África lleno de oro, diamantes y tierras fértiles y en 1880 estalló una guerra que se alargaría hasta 1902. En resumidas cuentas fue un conflicto entre blancos ingleses contra blancos bóeres en África. Los indígenas negros, que llevaban mil años habitando esos parajes, debieron quedar sorprendidos. «¿Por qué se pelean estos blancos si la tierra es nuestra?». Finalmente en 1902 los bóeres fueron derrotados y los británicos se hicieron con el control de la región, que en 1910 se unificó bajo una misma denominación: la Unión Sudafricana.

Durante la mayor parte del siglo XX la Unión Sudafricana fue un estado autónomo dentro de la Mancomunidad Británica de Naciones (Commonwealth), y por lo tanto tenía como rey al monarca inglés. En 1913 la Unión, que socialmente seguía regida por una élite de blancos descendientes de los bóers, aprobó una ley que prohibía la tenencia de tierras a la población negra. Se formó un sistema político dominado por el Partido Nacional, que abogaba por una mayor independencia de Londres. El ala más conservadora del partido simpatizó durante los años treinta y cuarenta con la Alemania nazi, y trató de formalizar la segregación que existía en la región desde hacía 300 años. En 1948 se instauró de manera oficial el sistema del apartheid, un ejemplo inédito en la historia de la humanidad, que admitía y reconocía el sentimiento racista y lo defendía como la mejor forma de organizar la sociedad. Se crearon espacios diferenciados para blancos (afrikáneres) y negros (africanos originales), se limitó el derecho a voto para los afrikáneres y se prohibieron los matrimonios entre ambas poblaciones.

En 1960 los habitantes de la Unión Sudafricana (los habitantes blancos) votaron en referendum independizarse del Reino Unido, y en 1961 los socios de la Mancomunidad de Naciones exigieron expulsar al país por sus prácticas racistas. Ese mismo año la Unión Sudafricana se declaró como república y nació la República de Sudáfrica, el país que conocemos actualmente. El sistema del apartheid siguió vigente durante otros treinta largos años, hasta que en 1991 se desmanteló. En 1994 toda la población del país pudo participar en las elecciones y los votantes eligieron a Nelson Mandela como presidente.

Adiós apartheid, hola venganza

En lo más profundo de la mente de los afrikáners se había instalado una idea: que eran una raza superior, que Sudáfrica era su país y que eran los defensores del cristianismo verdadero. Durante los cincuenta, durante los sesenta, en los setenta, ochenta… durante toda la vida por la televisión habían salido solo blancos, las noticias las daban reporteros blancos, en las radios sonaba música blanca, en las playas se bañaban los blancos, en las oficinas trabajaban los blancos, en su barrio sus vecinos eran blancos, el presidente del país era blanco… los afrikáners, hablando en su idioma afrikáans y siguiendo la moral de su religión calvinista, vivían tranquilamente en un pedazo de tierra que Dios les había entregado hacía siglos. Este convencimiento arraigado en lo más profundo de su ser hizo que el radical cambio vivido en 1990-1991 fuera demasiado para los afrikáners. Cuando las elecciones de 1994 las ganó un político de color negro, todo cambió para siempre.

Dios les había entregado la tierra a los blancos, pero ese regalo se convirtió en una maldición. En un país en el que el 87% de las granjas pertenecían a los blancos, pronto comenzaron a extenderse como una plaga los asesinatos indiscriminados a terratenientes afrikáners. Los perpetradores eran siempre negros, y los crímenes revelaban un odio profundo en las formas: torturas, violaciones, desmembraciones, decapitaciones, agonías… una sanguinaria matanza que comenzó tras el apartheid y continua hoy en día.

Monumento de las Cruces Blancas. El gigante cartel ‘Plaas Moorde’ reza en afrikáans: «Asesinatos en Granjas».

El caso de los granjeros blancos asesinados ha atraído la atención del mundo por su especial brutalidad. No los mostraremos en esta web, pero internet está repleto de horrorosas imágenes de los crímenes en las granjas de Sudáfrica. No es difícil encontrar las fotografías, que sirven a la comunidad afrikáner como grito de auxilio a nivel internacional. Ciertamente son crímenes horribles. Todos los asesinatos lo son, pero evidentemente no es lo mismo que te maten de un disparo a que te desangren vivo mientras violan a un familiar delante tuyo. Es precisamente por esta brutalidad por la que muchos ven un delito de odio racial.

Los datos de la policía sudafricana indican que cada año tienen lugar unos 500 ataques en granjas propiedad de afrikáners. En el año 2001 se vivió el máximo histórico con un total de 1069 ataques. Y aunque el número de fallecidos se reduce, las cifras son inaceptables en un país que pretende liderar el progreso en el continente.

Los medios de comunicación reportaron 75 asesinatos en 2017, si bien las fuentes del Gobierno de Sudáfrica apuntan a que el número es 47. De ser así sería el año con menos asesinatos desde 1995, pero el lobby afrikáner AfriForum asegura que esta cifra no es real, y que en 2017 contabilizaron hasta 84 asesinatos en el mundo rural sudafricano. La guerra de cifras es constante. Y ambas partes parecen estar interesadas en manipular para su causa.

Algunos medios de ultraderecha y con tintes conspiranoicos cifran los sudafricanos blancos asesinados en más de 38.000. Son los mismos espacios de opinión que minimizan el régimen del apartheid y consideran que el país vivía mejores años antes de la «dominación negra» que inició supuestamente Nelson Mandela. Sin embargo, esta concepción ha llegado hasta la política, y algunos representantes públicos alrededor del mundo hablan de que en Sudáfrica la población blanca está sufriendo un auténtico genocidio.

Entre 1995 y 2005 más de un millón de sudafricanos blancos abandonaron el país, especialmente dirigiéndose hacia Australia, Canadá y Estados Unidos. En la actualidad tan solo el 8% de la población de Sudáfrica es blanca. ¿Se han convertido los blancos en el grupo social perseguido por las autoridades? A principios de 2018 el Parlamento sudafricano aprobó una moción para permitir al Gobierno la confiscación de las tierras propiedad de blancos sin ninguna compensación a cambio.

A este tipo de políticas se suman la supuesta dejadez de la policía, muy criticada por las organizaciones de granjeros. Desde el Agricultural Research Council se asegura que cada año necesitan gastarse diez millones de rands en seguridad privada, para colocar sistemas de videovigilancia o vallas electrificadas alrededor de las granjas. Hay incluso quien propone que los granjeros deben tener armas para poder protegerse. La realidad es que muchos granjeros blancos están vendiendo sus tierras ante la ola de asesinatos y huyendo del país. Desde Australia el Gobierno ha planteado incluso aceptar a los emigrantes sudafricanos blancos en calidad de refugiados.

El aumento inevitable de la tensión

Muchos de los afrikáners que se han quedado en Sudáfrica se sienten amenazados, tienen miedo. Y parafraseando a un maestro jedi de una galaxia muy, muy lejana: «El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio». El continuo goteo de asesinatos de blancos ha llevado a ciertos sectores a instalarse en extremos ideológicos. En 1994 nació el partido Vryheidsfront Plus (Freedom Front Plus), una organización nacionalista blanca que no distingue entre afrikáners o angloparlantes: sólo se fija en el color de la piel. Desde hace 25 años viene prometiendo la creación del Volkstaat, el «Estado del Pueblo», una nación blanca independiente, libre de los problemas que acarrea Sudáfrica (desempleo, violencia, emigración…). En las elecciones de 1994 que ganó Mandela, el Freedom Front Plus convenció a 425.000 sudafricanos, si bien en 2014 ese número había caído hasta los 165.000, debido en parte a la creación en 2013 de otro partido político nacionalista afrikáner, el Front Nasionaal, de extrema derecha.

El Movimiento de Resistencia Afrikáner, fundado en 1973, se declara abiertamente defensor del supremacismo blanco y del racismo. También busca la creación de un Estado para el pueblo afrikáner y en los años noventa luchó contra el fin del apartheid, asegurando que hacer caer el régimen supondría una victoria para el comunismo. Por su parte, la institución privada Beweging vir Christelik-Volkseie Onderwys (Movement for Christian-National Education) existe en Sudáfrica para proporcionar una educación dentro de la ética calvinista, la tradición afrikáner y el idioma afrikáans. Tiene 41 escuelas e institutos en todo el país y más de 2.100 alumnos. Todos ellos de familias blancas afrikáners.

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Los periódicos Rapport, Die SonBeeld son los principales diarios editados en afrikáans. El Beeld lo leen unos 480.000 sudafricanos, y en 2010 realizó una encuesta (contestada por 110.000 personas) que arrojó que el 56% de los afrikáners emigrarían a un Estado afrikáner independiente si éste existiera. Además, existen muchos portales en internet que apoyan la causa afrikáner, y la mayoría lo hacen desde posiciones conservadoras y de la derecha ideológica. Uno de los más consultados es el periódico digital South Africa Today, que reporta todos los ataques a granjeros. Este medio ganó mucha atención en 2015 al pedir que se juzgara al presidente Jacob Zuma por incitación al genocidio y racismo. Las vejaciones a la población negra por parte de la población blanca no suelen tener tanta repercusión en este tipo de periódicos.

En 2010 el terrateniente Eugène Terre’Blanche, fundador del Movimiento de Resistencia Afrikáner, fue encontrado muerto en su granja. Había sido asesinado por uno de sus trabajadores, negro. Terre’Blanche, profundo anticomunista y supremacista blanco, llevaba desde los noventa luchando por volver al régimen del apartheid y manteniendo un discurso abiertamente racista. Además, era un fiel calvinista.

El Movimiento de Resistencia Afrikáner juró vengar la muerte de Terre’Blanche, y vinculó el ataque con el regreso de la canción «Matad al boer», un cántico que fue muy popular durante el apartheid. La persona que había vuelto a entonar esa provocativa letra en el siglo XXI había sido Julius Malema, uno de los nombres más importantes en el crecimiento de la tensión en Sudáfrica.

«A los blancos se les ha acabado su ‘Luna de Miel’ en Sudáfrica»

Julius Malema, nacido en 1981, es el líder del partido Luchadores por la Libertad Económica (EFF). Fundado en 2013, el EFF surge como una escisión del brazo más extremo del Consejo Nacional Africano (CNA), el partido progresista que ostenta el poder en el país desde 1994. Descontentos por la tibia política del CNA, Malema y sus seguidores comenzaron una estrategia de provocación muy exitosa: los Luchadores por la Libertad Económica fueron la tercera fuerza más votada en las elecciones generales de 2014, consiguiendo 25 escaños en la Asamblea Nacional. Julius Malema ha propuesto controvertidas políticas como la exportación de tierras a los blancos, la nacionalización de los recursos naturales o el cambio de nombres de ciudades por topónimos africanos. El EFF también se ha manifestado a favor de suprimir la enseñanza del idioma afrikáans.

Otro de los nombres propios del conflicto social en Sudáfrica es Dan Roodt, un conocido líder de la comunidad afrikáner, fundador en el año 2000 del Pro-Afrikaans Action Group, un movimiento extraparlamentario que defiende los derechos de los afrikáners. Roodt es un habitual colaborador de medios conservadores y nacionalistas blancos. En el siguiente tweet dice que Julius Malema y sus seguidores parecen estar preparándose para una guerra civil, y adjunta un video en el que varios sudafricanos expresan sus opiniones con respecto a la tenencia de tierras:

El aumento de la tensión es palpable en Sudáfrica, con grupos de presión anti-blancos muy potentes y una resistencia afrikáner que se acerca a la extrema derecha. Episodios como el de dos hombres blancos obligando a un negro a meterse en un ataúd o declaraciones como las de Malema asegurando que «el EFF no está pidiendo la matanza de personas blancas… al menos por ahora» no ayudan a calmar el ambiente.

Combinación fatal: pobreza, desigualdad y violencia

Que el racismo sea el factor explicativo de la segregación que impulsaron los blancos contra los negros durante el apartheid no implica que los ataques de los negros a los blancos se basen en el mismo hecho. Según el Institute for Security Studies, la mayoría de los ataques contra granjeros blancos no incluye una componente racial. El Gobierno apoya esta idea, asegurando que el motivo principal de estos ataques es el robo. Incluso el grupo afrikáner AfriForum admite que no es probable que los asesinatos se den por cuestiones racistas. La causa hay que encontrarla en otras variables.

  • Pobreza: en Sudáfrica el 27,2% de la población activa está desempleada, y el 56% vive por debajo de la línea de la pobreza. De los 57 millones de habitantes, el 25% vive en la pobreza extrema. Todo esto pese a ser un país que aumenta su producto interior bruto cada año, una potencia emergente. Los ingresos medios de cada sudrafricano crecen año tras año, pero siguen siendo insuficientes para salir de la pobreza.
  • Desigualdad: la heterogeneidad étnica y cultural no debería conllevar una desigualdad económica entre los distintos grupos sociales. Sin embargo suele ocurrir de esta manera. En Sudáfrica la situación es peor, y el país sufre uno de los índices Gini más altos del mundo. La pobreza está desigualmente repartida: el 2% de la población blanca vive en situación de pobreza, mientras que entre la población negra este dato aumenta hasta el 47%. Además, en la propia tenencia de tierras observamos la desigualdad: en la actualidad el 72% de las tierras cultivables son propiedad de terratenientes blancos, cuando este grupo social supone únicamente el 8% de la población total. Tras cincuenta años de apartheid (un sistema basado en la desigualdad) no es posible pensar que el país pueda solucionar este problema en el medio plazo.
  • Violencia: la violencia contra los granjeros ha de entenderse en un contexto de violencia generalizada en toda Sudáfrica, donde cada año hay 19.000 asesinatos (el cuarto país con mayor número de homicidios, tan sólo por detrás de Brasil, India y México).

Un análisis alejado de la ideología permitiría aceptar que en Sudáfrica los granjeros blancos no están siendo asesinados por ser blancos, y que estas muertes se explican por la alta tasa de asesinatos que se vive en el país, por la distribución de la tenencia de tierras (la mayor parte de los granjeros son blancos) y por la situación de pobreza en la que (mal)vive uno de cada dos negros. Muchos de estos empobrecidos sudafricanos se convencen para entrar a robar en granjas, y al encontrarse éstas en manos de blancos, el ladrón negro se encuentra con el granjero blanco. El tercer ingrediente fatal es la violencia desmedida, que hace que el ladrón no tenga reparos en asesinar brutalmente a la pareja de granjeros. Lo que sigue después puede ser incluso peor: la impunidad.

La falta de un Estado fuerte en todo el territorio (muchas granjas se extienden solitarias en medio de vastas llanuras, lejos de cualquier centro urbano), la poca eficacia de las fuerzas y cuerpos de seguridad, y el creciente racismo hacia la población blanca son elementos que también deben incluirse en el análisis. Análisis que en última instancia debe ser una llamada de atención sobre lo que está ocurriendo en Sudáfrica, un bello trozo de tierra manchado de sangre.