Una de las mejores maneras de hacer que un sistema sea estable es que no haya elementos desestabilizadores. Es sencillo.

En una plantación agrícola, para que la producción sea buena, hay que eliminar las malas hierbas, a los insectos y a otros animales que amenazan con comerse las plantas. En el cuerpo humano, para que todo funcione bien, hay que curar las enfermedades y luchar contra virus y bacterias peligrosas. En la carretera se deben evitar los baches, en los bosques el fuego, y en política, la democracia.

Aunque pueda parecer descabellado decir esto, lo cierto es que con la crisis actual la sociedad ha entendido que no existe una democracia real, y que eso ha permitido al sistema político mantenerse en una cómoda (y falsa) estabilidad.

Estabilidad porque no hay problemas para gobernar, siempre hay un partido político que gana al otro. Comodidad porque el poder adquirido con el paso del tiempo sitúa a los políticos de los principales partidos en cómodos asientos donde no tienen porqué preocuparse de lo que pasa en la calle: van a votarles siempre. Falsedad porque no están representando a la gente que votó por ellos, ya que una de las características del bipartidismo es que se mantiene por inercia, porque así lo manda la tradición, no por el esfuerzo ni por las capacidades de los políticos.

Aunque no podemos negar la buena parte de culpa de la sociedad, que ciegamente elige siempre a uno de los dos partidos, debemos resaltar las estrategias que usan los políticos para mantener vivo el bipartidismo. Podemos destacar el uso del miedo (para evitar que la gente se atreva a votar a opciones alternativas y desconocidas) y la utilización de la desinformación (para engañar a la sociedad y que sigan votando siempre igual). Además hay otras técnicas como poner en marcha leyes electorales injustas.

DESINFORMACIÓN + POLÍTICA DEL MIEDO = BIPARTIDISMO

¿Por qué el sistema hace tantos esfuerzos para mantener el bipartidismo? Porque el bipartidismo permite mantener el sistema. Si existiera una democracia real y si la gente estuviera bien informada y tomara conciencia crítica, seguramente este fenómeno no tendría lugar en las ‘democracias’ de hoy en día.

Las ‘Democracias D2’

Actualmente tenemos ejemplos de bipartidismo en la mayoría de democracias occidentales. Ocurre en Estados Unidos con el Partido Demócrata y el Partido Republicano, en Francia con el Partido Socialista y la UMP, en Alemania con la UCD y el Partido Socialdemócrata… y por supuesto en España, con el caso del PP y el PSOE. A estos sistemas políticos podemos llamarlos Democracias D2, ya que son sólo dos quienes cortan el bacalao.

Como decíamos al principio, para que el sistema político funcione correctamente conviene que no haya elementos desestabilizadores, es decir, en este caso: cuantos menos partidos, mejor. Si hay muchos partidos las decisiones políticas serán más complicadas de consensuar.

Antonio Cánovas, político español del S.XIX, lo tenía bien claro: si España quería estabilidad, debía hacerse todo lo posible para que no hubiera problemas políticos. Así, durante la Restauración (1874-1931) España vivió años de tranquilidad social, mediante el sacrificio de la democracia real y la puesta en marcha de técnicas como el pucherazo, el caciquismo o el turnismo. El sistema canovista, que toma el nombre de su inventor, se basaba en la existencia de dos grandes partidos que se alternaban en el poder con la connivencia del Rey. La gente creía estar votando a diferentes opciones, pero realmente las diferencias eran superficiales. En el fondo ambos partidos defendían un mismo sistema: corrupto y falso.

En las Democracias D2 es cierto que no se fomenta el diálogo político ni se ejerce la profesión de la política tal y como debería entenderse, pero, oye, al menos tenemos estabilidad. Ya lo dice Rajoy, tenemos estabilidad porque hay un partido que puede gobernar. ¡Menos mal que la ley electoral no permite mayor representación a otros partidos más pequeños! ¡Si no, no tendríamos esta estabilidad para que el PP gobernara tranquilamente!

El discurso de “todo sea por la estabilidad” pretende esconder el escándalo de las leyes electorales, que benefician tremendamente a los dos grandes partidos y dejan en la cuneta a otras opciones políticas. En España, para formaciones como Izquierda Unida o UPyD es mucho más complicado tener representación. PP y PSOE (y otros partidos de derecha, como CIU o PNV) consiguen escaños con mucho menos esfuerzo. Mientras que al PP cada escaño en el Parlamento le cuesta 58.000 votos, Izquierda Unida tiene que conseguir 153.000. Cayo Lara, dirigente de IU, ya denunció este sistema.

leyelectoral

Con una ley más justa, que significara 1 persona, 1 voto, el Partido Popular no habría conseguido mayoría absoluta, y el PSOE se habría hundido aun más en las anteriores elecciones. Por supuesto esto no conviene al sistema. Estos dos partidos tienen que estar ahí. Siempre han estado. Nos dan estabilidad. Nos engañan, nos roban, son corruptos, cambian el discurso, mienten. Pero para la imagen exterior de España nos vienen muy bien. PP y PSOE dan confianza y estabilidad. Puede que la gente los odien, pero los mercados están encantados con ellos.

En cierta manera, el sistema considera que a más democracia, menos estabilidad. En realidad todo esto lo hacen por nuestro bien. “Mejor que os gobernemos nosotros y no esos partidos tan pequeños y tal alternativos que sólo darían inestabilidad.”

Dos caras de una misma moneda que no nos representa

Al grito de “¡PP y PSOE, la misma mierda es!”, muchos jóvenes (y no tan jóvenes) salieron a las calles exigiendo una democracia real. Estos gritos, aunque algo maleducados en opinión de los formales hombres de traje que pasean por el Congreso, estaban bien fundamentados en varios experimentos científicos: PP y PSOE se comportan igual en los temas más importantes.

La comprobación científica de esta denuncia se observa casi a diario en las noticias: el mismo discurso económico (defensa del sistema neoliberal que ha provocado la crisis), el mismo discurso internacional (sí al club de la OTAN, sí al bando de EEUU), el mismo discurso sobre la corrupción política (tú más)… por no mencionar que son casi idénticos en cuanto a sus rasgos característicos: políticos que llevan décadas sentados en su escaño, múltiples casos de corrupción, cambio de discurso frecuente, uso del miedo y de la mentira, estrechos lazos con banqueros y grandes empresarios…

Ciertamente son los partidos de la mayoría. Está claro que están destinados a representar a la población. La mayoría de la gente es corrupta, cambia de discurso, tiene lazos con grandes empresarios… ¿Qué mejor partido para representarnos que el PPSOE? Esos políticos son el fiel reflejo de la sociedad española. Dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. ¡Cómo nos conocen! La mayoría de nosotros tenemos varios sueldos, varios coches con chófer… y, ¿quién no ha hecho alguna vez un trato con Emilio Botín?

-Yo voté por este porque me siento muy identificado con él.

-¡Pero si tú estás en paro y él tiene cinco sueldos!

-Pues anda que el otro…

Otro de los gritos que se escuchan en las manifestaciones es el de “¡Que no! ¡Que no! ¡Que no nos representan!”. Al parecer mucha gente no se siente identificada con los dos grandes partidos, y tiene sentido. Hemos repasado algunas de las cosas que tienen en común PP y PSOE. Los valores que defienden con sus actuaciones son sin duda alguna respetables pero, ¿qué pasa con la gente a la que no le gusta robar, mentir, hacer tratos con empresarios a cambio de favores, tener muchos sueldos o ser corruptos? ¿qué pasa con la gente que no está de acuerdo con la OTAN, con el sistema neoliberal o con rescatar a los responsables de la crisis? ¿quién puede representar a esa gente?

Hace algún tiempo se pensaba que para luchar contra estas cosas, propias de la derecha, teníamos a la bendita socialdemocracia, la eterna alternativa. Pero ha resultado tan eterna que al final ha pasado a ser un reflejo de aquello que quería combatir. La socialdemocracia ha demostrado con la crisis económica que no es una doctrina realmente socialista, sino que está tan en connivencia con los poderes fácticos como los partidos de tendencia conservadora. O quizás estamos equivocados y convencidos socialistas como Pedro SolbesElena SalgadoFelipe González o Miguel Boyer han acabado ocupando altos cargos en multinacionales del sector energético por pura casualidad. Aunque, siendo el partido de los trabajadores, no sé porqué extraña que políticos del PSOE acaben trabajando en ciertas empresas. Les debe gustar mucho trabajar. Sobretodo a final de mes.

Más pensamiento crítico y menos tradicionalismo

Uno puede llegar a estas líneas pensando que esto nunca cambiará, y que el fin del bipartidismo es muy complicado de alcanzar. No podemos negar que son muchos los obstáculos, y que es una lucha contra un sistema entero y que lleva décadas asentado en la sociedad. Pero no podemos dejar que nos invada el miedo. Ya hemos hablado de esto antes, y sabéis que hay que ser fuertes. ¿Miedo de qué? ¿de salirse del guión establecido?

Tú seguramente no, pero a una gran parte de la población le gusta lo tradicional. “Siempre ha sido así”, “Yo vivo bien”, “No me puedo quejar…”, “El próximo año voto a los otros”. Mucha gente se conforma con poco, o con que les roben poco. Al mínimo intento de hacerles reflexionar pueden saltar con un “¡Todos son iguales!”, y siguen mirando el televisor. A este tipo de gente ellos les aplauden. Les alaban porque, al no quejarse, les están dando legitimación para seguir.

Vosotros que leéis esto no podéis hacer lo mismo. No hay que votar con el corazón, sino con la cabeza. No hay que conformarse con lo de siempre. Que haya sido así toda la vida no quiere decir que sea lo correcto (más bien todo lo contrario). Entonces, ¿qué podemos hacer contra el bipartidismo? Muy sencillo: no votarles.

¿Y a quién tenemos que votar? ¡Ah! Eso no puede decírnoslo nadie. Tenemos que ser nosotros mismos, cada uno, quienes reflexionemos, seamos críticos y pensemos bien quién merece de verdad nuestro voto. Aunque hay muchos que lo critican, lo cierto es que el hecho de votar es una forma de ser un ciudadano activo. No es la única, pero por algo se empieza.

Lo que está claro es que de nada sirve el voto si la persona que lo deposita no ha hecho un ejercicio de reflexión previo. Si vas a echar esa papeleta porque sí, por fastidiar al otro, o por darles otra oportunidad a estos porque mira cómo dejaron el país aquellos, mejor no vayas hasta el colegio electoral. Quédate en tu casa, en el sofá. Conseguirás lo mismo que votando a los de siempre.