La isla de Hashima, conocida como Gunkanjima, se alza como un enigma envuelto en bruma en las costas de Nagasaki, Japón. Su historia es una narrativa de transformación y misterio, que ha dejado una huella indeleble en el paisaje de esta pequeña isla.
Los primeros capítulos de la historia de Hashima se escriben en la Era Meiji, a finales del siglo XIX, cuando se descubrieron depósitos de carbón bajo el mar en sus alrededores. El carbón, oscuro y misterioso como la misma isla, se convirtió en un recurso invaluable para el floreciente Japón en su búsqueda de industrialización. La compañía Mitsubishi, en su afán de dominar este recurso, inició la extracción en Hashima en 1887.
La isla se transformó a medida que los mineros llegaban, y su historia se convirtió en un relato de expansión y opresión. Edificios de apartamentos de hormigón se levantaron como gigantes de piedra para albergar a la creciente población. La isla, que mide alrededor de 480 metros de largo y 150 metros de ancho, se fue llenando de instalaciones industriales, incluyendo minas, fábricas y una planta de energía. Hashima se convirtió en una maraña de estructuras, algunas de hasta nueve pisos de altura, creando un laberinto de hormigón que se elevaba sobre las aguas misteriosas que lo rodeaban.
La Segunda Guerra Mundial arrojó una sombra aún más oscura sobre Hashima. Durante ese periodo sombrío, la isla se convirtió en un lugar de trabajo forzado para prisioneros de guerra coreanos y chinos. Las condiciones eran infernales y las instalaciones abarrotadas. Los lamentos de los prisioneros se mezclaban con el retumbar del carbón, creando una sinfonía de sufrimiento.
Pero a medida que avanzaba la historia, la isla cambiaba una vez más. La explotación de carbón comenzó a declinar en la década de 1960 a medida que Japón adoptaba fuentes de energía más modernas y limpias, como el petróleo y el gas natural. Hashima, una vez llena de vida y actividad industrial, se convirtió en una sombra silenciosa de su antiguo yo.
En 1974, la isla fue oficialmente abandonada. Los edificios, antes bulliciosos, se volvieron silenciosos y sombríos. Hashima se convirtió en un espectro de su pasado industrial, con sus edificios en ruinas y su atmósfera cargada de misterio. La naturaleza comenzó a reclamar su territorio, envolviendo los edificios en enredaderas y añadiendo una capa de misterio a esta isla ya de por sí enigmática.
La isla, con su aspecto postapocalíptico, no pasó desapercibida. Atraía a cineastas, artistas y aventureros en busca de su propio misterio. Y finalmente, en 2009, la isla de Hashima fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y se abrió al público como destino turístico. Las visitas están reguladas y los visitantes deben permanecer en áreas designadas debido a la inestabilidad de los edificios en ruinas. Aun así, el misterio de Hashima persiste, como un eco de su oscuro pasado.