Los inicios del comercio internacional

El comercio internacional es el intercambio de bienes, productos y servicios entre diferentes países o regiones. Es un comercio que atraviesa fronteras y que, en ocasiones, recorre miles de kilómetros. Como consecuencia, junto a los productos viajan también ideas, conocimientos, religiones y culturas.

El comercio internacional es una de las bases de la globalización, en la medida en que ésta depende de un comercio a escala global para que pueda existir interacción económica entre las personas. Gracias al comercio las personas pueden intercambiar productos por dinero. Es una idea sencilla que supone la base de un complejo sistema que ha adquirido dimensiones mundiales.

Pero, ¿cuándo pasó a ser algo mundial? ¿cuándo comenzaron a ser globales los intercambios comerciales? El comercio internacional implica una serie de requisitos, como son: el conocimiento de mercados exteriores (hay que saber si hay alguien con quien comerciar al otro lado), la tecnología para recorrer largas distancias (innovaciones tecnológicas para hacer más eficiente el desplazamiento), la transferibilidad de los productos (que no sean muy pesados y que se puedan transportar para ser vendidos) o la complementariedad entre regiones o países (que un país exporte lo que el otro necesita importar).

En el principio de los tiempos no podía existir el comercio internacional, debido a que la Humanidad se encontraba dividida y repartida por el mundo en pequeñas agrupaciones, viviendo en aldeas y pueblos. Esto no cambió hasta la aparición de los primeros imperios. Una vez se configuró el mapa político mundial y se establecieron una serie de imperios, entonces sí pudo ponerse en marcha el comercio internacional. Ya existían entidades políticas de gran tamaño que podían interactuar entre ellas.

Entonces fue cuando comenzaron a trazarse las primeras rutas comerciales. En un principio casi todas terrestres, si bien es cierto que en el Mar Mediterráneo el comercio marítimo fue importante. De todas formas, en el caso que nos ocupa (la Ruta de la Seda), el comercio terrestre predominó hasta el final de la Edad Media (S.XV).

De entre todas las rutas terrestres que recorrían el mundo conocido (Eurasia) uniendo y conectando distintos imperios y culturas, la más importante fue, durante más de mil años, la Ruta de la Seda. Esta histórica vía comunicaba Occidente con Oriente.

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La primera globalización: La Ruta de la Seda

Iniciada alrededor  del S.I d.C, la Ruta de la Seda, llamada así por el geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen, supuso la principal conexión entre las culturas occidentales y orientales. Hasta el S.XIX estuvo activa, intercalando periodos de decadencia con otros de mucha intensidad de intercambios comerciales.

La Ruta de la Seda comunicaba China con Europa, atravesando el Mundo Islámico de Asia Central. En los primeros años (S.I d.C), unía Xi’an, la capital imperial china, con Roma, capital del Imperio Romano. Los comerciantes, a traves de largas caravanas de camellos, intercambiaban productos mediterráneos como el aceite por manufacturas orientales, principalmente sedas. Gracias a este comercio internacional, además de conocer nuevos productos, se conocieron nuevas culturas.

En el S.IV d.C se desmembró el Imperio Romano y la nueva gran potencia occidental fue el Imperio Bizantino (S.IV – S.XV d.C), la Ruta de la Seda siguió siendo el principal corredor hacia China. El Imperio Bizantino, el más importante de la Edad Media, llegó a abarcar un amplio territorio rodeando el Mediterráneo. Los intercambios entre el Imperio Bizantino y China, pasando por Asia Central, fueron muy ricos e intensos.

La Ruta de la Seda como tal hace referencia a la ruta que recorrieron los comerciantes entre Europa y China durante los siglos I y XIX, pero antes de Nuestra Era ya había existido contacto entre los mundos Occidental y Oriental.

aejandromagnoTodo comenzó en el año 336 a.C, cuando un joven Alejandro Magno guió a sus ejércitos hacia Oriente, y conquistó todas las tierras por las que pasó. En el mapa de la derecha se representa la máxima extensión del Imperio de Alejandro Magno. Se apoderó de Asia Central sometiendo a Persia, además de conquistando las regiones de Sogdiana y Bactriana, de las que más adelante hablaremos.

Aunque todas las tierras pertenecieran al mismo imperio de Alejandro Magno, se puede decir que fue esta la primera vez en la Historia en la que dos culturas diferentes y alejadas miles de kilómetros entraban en contacto, si bien es cierto que dicho contacto fue bélico y sangriento en muchas ocasiones.

Aun así, a pesar de que no se puede englobar dentro del término Ruta de la Seda, el hecho de que dos ciudades tan diferentes y distantes como Bactra y Atenas estuvieran conectadas dentro de un mismo imperio es relevante porque supone que las rutas comerciales dentro del Imperio de Alejandro Magno recorrían distancias propias de un sistema internacional y casi global.

Se podría decir que este experimento histórico realizado por Alejandro Magno y que acabó desapareciendo por su propio tamaño fue la antesala de lo que más tarde sería la Ruta de la Seda, un recorrido internacional que a su vez podría considerarse como el preludio de el sistema globalizado actual.

Estas rutas comerciales históricas y este afán por englobar todos los territorios dentro de un mismo sistema político y económico demuestran que, desde siempre, el ser humano ha buscando el encuentro y la cooperación. Con el paso de los siglos estas relaciones han evolucionado hasta convertirse en la globalización casi total en la que vivimos actualmente.

El mapa La Ruta de la Seda: el encuentro entre Occidente y Oriente a través del comercio, nos muestra visualmente cómo era el recorrido histórico de la Ruta de la Seda, además de las rutas secundarias que fueron surgiendo con el paso del tiempo a partir de ella.

Si bien es cierto que técnicamente la Ruta de la Seda unía Xi’an con Roma en los primeros siglos, con la desaparición del Imperio Romano el destino desde Oriente cambió para ser la ciudad de Estambul (llamada Bizancio hasta el año 330 y Constantinopla hasta el 1453). Esta gran ciudad era la puerta hacia Europa, de forma que los productos que se movían a través de la Ruta de la Seda llegaban más allá de los límites de ésta, y podían acabar en ciudades de la costa oeste europea, como Amsterdam, Bruselas, París o Copenhague.

Por otro lado, desde Xi’an los productos occidentales podían viajar más hacia el este, camino de Pekín, el Sudeste Asiático o incluso Japón. Desde la gran China, las rutas comerciales se dividían en distintos recorridos que atravesaban el Himalaya hacia el Subcontinente Indio o que llegaban hasta Singapur a través de las rutas marítimas de Hong-Kong y Da-Nang.

Pero si existía una zona importante en este complejo entramado de rutas comerciales esa era Asia Central, más concretamente las regiones Bactriana y Sogdiana, consideradas corazón de la Ruta de la Seda.

Al oeste de las Montañas Tian Shan, entre el sur del actual Kazakstán y el norte de Afganistán, una serie de ciudades en torno a la mítica Samarkanda (en la fotografía de la derecha) se posicionaron como paradas obligatorias en la Ruta de la Seda, lo cual les otorgó un importante estatus de ciudades comerciales, donde tenían lugar el intercambio de productos y culturas.

Bactra, Bujará o Kashgar, llamadas ciudades-oasis por su remota localización geográfica, fueron algunos de los mercados más importantes de Asia Central en las épocas de esplendor de la Ruta de la Seda. Los habitantes de esta zona fueron excelentes comerciantes y recorrieron grandes distancias. Se han encontrado evidencias de población sogdiana en ciudades de China.

Pero no sólo hubo importantes movimientos entre Europa, China y Asia Central. Relacionadas con el espíritu de la Ruta de la Seda, numerosos trayectos comerciales atravesaron el sur de Asia y el Océano Índico desde el Mediterráneo y Oriente Medio hacia Indonesia y el Sudeste Asiático.

Estas rutas del sur fueron la alternativa al itinerario de Asia Central cuando los temibles hunos tuvieron una mayor presencia en la zona (sobretodo en el S.V d.C). El comercio entre la India y el Sudeste Asiático fue muy intenso, así como los intercambios culturales a través del Golfo Pérsico y el Mar Rojo, que llevaban desde el Este de Asia hacia Oriente Medio, y desde allí hacia Europa.

Además de la famosa seda persa, las exóticas mercancías que se comerciaban en este mercado euroasiático de dimensiones continentales variaban desde porcelana de China hasta perfumes de Arabia, pasando por coral rojo del Mediterráneo, rubíes de Afganistán, té de la India, vidrio de Italia, libros de Bagdad, lapislázuli de Badajshán, incienso de Omán, perlas del Océano Índico, marfil del África Oriental, nuez moscada de Zanzíbar, almizcle del Tíbet, esmeraldas del Himalaya, pieles de Rusia, espadas de Toledo, alcanfor de Borneo, jade verde de la cuenca del Tarim

A través de todos estos magníficos productos se puede hacer un recorrido por todo el continente euroasiático, desde la Península Ibérica hasta Japón.

Como se observa en el anterior mapa, la Ruta de la Seda atravesaba una zona de duras condiciones geográficas y climáticas. Las caravanas de camellos tenían que atravesar zonas desérticas y montañosas para llegar hasta el mercado chino.

Las etapas más duras eran las que atravesaban Asia Central: Bactriana, Sogdiana y la peligrosa región del Pamir. Actualmente encontramos en esta zona a las antiguas repúblicas soviéticas de Kirguizistán, Uzbekistán, Tadyikistán y Turkmenistán. En esta región, además del peligro de los ataques de bandidos, los mercaderes tenían que encontrar caminos alternativos para sortear las cordilleras al norte del Karakórum, en los Montes Tian Shan, así como rutas para evitar los desiertos del Taklamakán y del Gobi.

La Ruta de la Seda sorteaba el desierto del Taklamakán por dos vías: la ruta norte a través de Almatý (Kazakstán) y la ruta por el sur, por las ciudades chinas de Kashgar y Jotán, que acercaban a los comerciantes a las tierras del Tíbet, donde también se podía encontrar un interesante mercado para comerciar, en la ciudad sagrada de Lhasa.

Desde estas tierras de la Meseta del Tíbet se abrieron rutas comerciales hacia el Subcontinente Indio, donde ya existían grandes ciudades como Delhi, Bombay o Karachi. Además, en la India existían importantes puertos que conectaban con el Sudeste Asiático y con la costa Oeste de África.

Al llegar a la Meseta de Irán, cuna del Imperio Persa, la Ruta de la Seda seguía hacia el oeste, hacia el Estrecho del Bósforo, que conectaba con Europa, pero también había rutas secundarias que conectaban las míticas ciudades de Persépolis o Babilonia con mercados más soleados como los de El Cairo o las ciudades de la Península Arábiga.

Aunque esta gran planicie es desértica, en sus flancos aparecen dos importantes masas de agua: el Mar Rojo al oeste y el Golfo Pérsico al este, costas de importantes puertos, como el de Adén (en la fotografía), el de Mascate o el de Moca, famoso este último por la exportación de un tipo de café que lleva su nombre.

Por otro lado, en la rama más occidental de la Ruta de la Seda, varios caminos partían desde Estambul para dirigirse hacia el Mediterráneo (Italia, sur de Francia, España…) o hacia el Norte de Europa (Praga, Amsterdam, Alemania, Dinamarca…). Estos mercados occidentales eran los que recibían con más entusiasmo los exóticos productos orientales que antes hemos mencionado.

En definitiva, a partir de la ruta principal de la seda, se tejía una red de vías y trayectos que recorrían todo Eurasia, y ponían en contacto los mercados de ciudades como Venecia con otras lejanas y desconocidas como Kaifeng.

Hacia el S.XV el auge de la navegación y las nuevas rutas marítimas comerciales, así como el apogeo del Imperio árabe y el Imperio mongol, hizo perder importancia a la Ruta de la Seda, que poco a poco dejó de ser la principal vía entre Occidente y Oriente.

Algunas de las ciudades que habían sido centros comerciales de importancia continental quedaron en el olvido, y fueron marginadas por las nuevas rutas que cruzaban los lejanos océanos. Las regiones Bactriana y Sogdiana quedaron olvidadas en Asia Central, y las ciudades-oasis pasaron a ser ciudades fantasma.

El centro económico y mercantil pasó de Asia Central al entorno del Océano Índico, atravesado por famosos navegantes europeos como el portugués Vasco da Gama, quien en 1498 llegó a las costas de la India, desembarcando en Calicut, conocida como «La ciudad de las especias». Otro navegante portugués, Jorge Álvares, llegó en 1513 al puerto de Cantón (China).

Debido a que el transporte y el comercio marítimo era mucho más rápido y barato, las rutas de caravanas que durante siglos habían recorrido los peligrosos caminos de Asia Central dejaron de usarse como puente entre Europa y Asia. A partir de finales del S.XV se intensificaron las expediciones hacia las costas asiáticas y se fue creando una nueva red comercial basada en la importancia de los puertos.

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La Ruta de la Seda dejó de ser el camino de mercancías que había movido al mundo conocido desde el S.I d.C. Un mundo en el que, además de productos manufacturados, se intercambiaron conocimientos, ideas, idiomas, religiones… La Ruta de la Seda no había sido un camino exclusivo para comerciantes y para militares. Fue transitado por intelectuales y monjes de las principales religiones, que intercambiaron también entre ellos las enseñanzas de Buda, Confucio, Jesucristo y Mahoma.

Aunque fueron los fieles de Jesucristo quienes pusieron más empeño por difundir su religión a través de Asia. Por ejemplo en 1245 el misionero franciscano Giovanni de Pian Carpine atravesó Asia Central con el objetivo de entrevistarse con el Khan mongol para entregarle una carta del mismo Papa Gregorio IX, en la que se invitaba a los mongoles a convertirse al cristianismo para así hacer frente al «enemigo común», el Islam. En el S.XIII también el rey de Francia, Luis IX, envió a misioneros para convertir a los mongoles.

La llegada de europeos hacia el Este de Asia fue incesante también durante el Renacimiento. Por ejemplo en 1578 el misionero jesuita Matteo Ricci se desplazó hasta China para expandir el cristianismo.

Aunque dejó de usarse como itinerario comercial, la influencia que la Ruta de la Seda tuvo en el mundo trascendió a su desaparición, y fue la base para que los siguientes movimientos mercantiles siguieran recorriendo el mismo camino: desde Europa hacia las costas del Este de Asia.

Con o sin la Ruta de la Seda, los productos siguieron moviéndose entre ambos mundos. Occidente siguió comprando las exóticas confecciones orientales durante siglos. De hecho, en este siglo XXI, Occidente sigue comprando lo que se fabrica en Asia.

El poder del comercio

En una antigua iglesia de Bélgica se encontró hace unos años un brocado de seda del S.VI. Era una pieza que no había sido tejida en el país, ni siquiera en Europa. Su origen era persa.

Que este producto atravesara miles de kilómetros desde Asia Central para acabar en las manos de algún mercader belga sólo se explica por el comercio internacional. Este tipo de comercio tan propio de la globalización actual ya tenía lugar en los primeros siglos de Nuestra Era.

Desde el corazón de la Ruta de la Seda, en Asia Central, los productos podían acabar recalando en ciudades alejadas hasta 11.000 km, desde el lugar de fabricación hasta el lugar de consumo. Es decir, una cerámica china de la ciudad de  Hefei podía acabar en el salón de un ciudadano de París.

Comparado con el nivel de desarrollo de la globalización actual, lo que ocurría gracias a la Ruta de la Seda no deja de ser algo anecdótico, ya que hoy en día podemos recibir un producto japonés en Nueva York en cuestión de horas, o realizar una transferencia de datos o de dinero de un punto a otro del planeta en pocos segundos.

De todas formas, no deja de ser interesante repasar cómo, hace cientos de años, las distintas civilizaciones del mundo encontraron la forma de ponerse en contacto para comerciar e intercambiar conocimientos. Una muestra de que el ser humano es un animal social, y también de que la economía lo mueve todo.