Una de las cuestiones que caracterizó a la Segunda Guerra Mundial y que la distingue de otras guerras importantes fue la cuidadosa planificación que se hizo durante el conflicto de lo que vendría después de la guerra. El esfuerzo que se realizó para establecer un orden económico posbélico tuvo su recompensa, ya que inmediatamente después de terminar la guerra –incluso unos meses antes– se comenzó a hacer efectiva la expansión de la economía occidental a nivel internacional, objetivo que se había marcado Estados Unidos para liderar un nuevo orden internacional.
Las relaciones económicas a nivel global cambiarían para siempre tras la puesta en marcha de iniciativas como el Plan Marshall y nuevas instituciones internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la Organización de las Naciones Unidas. Todos estos proyectos iluminaron un mundo que había quedado en la sombra tras la peor guerra de la Historia.
En busca de la seguridad económica global
El 1 de julio de 1944 todavía caían bombas y se intercambiaban disparos en Europa y el Pacífico. Al mismo tiempo, en un tranquilo hotel en las montañas de New Hampshire, el anfitrión Estados Unidos había conseguido reunir a más de cuarenta países de todo el mundo para discutir –y firmar– lo que tenía que ocurrir una vez acabara la guerra.
Se aspiraba a crear un orden global pactado entre todos los países con el propósito principal de establecer las reglas del juego económico. En un mundo con tantas soberanías y tan diferentes, era necesario homogeneizar los principios de la economía para evitar futuros conflictos. Nadie quería repetir una guerra mundial, y parecía haber acuerdo en que aceptando unas reglas y creando estructuras internacionales que vigilaran el campo de juego se conseguiría un mundo más seguro y pacífico.
De las conversaciones y reuniones que tuvieron lugar en el Hotel Mount Washington, en el complejo hotelero de Bretton Woods –que daría nombre a los históricos acuerdos–, surgieron importantísimos cambios para la economía global: se decidió la creación del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, el uso del dólar como moneda de referencia a nivel mundial, la fijación de la tasa de cambio entre las distintas monedas del mundo… Y en definitiva el comienzo de una nueva era de política librecambista que terminaría con el proteccionismo de la etapa 1914-1945. Todo con el objetivo de dar estabilidad a las transacciones comerciales a través de un sistema monetario internacional, con un tipo de cambio sólido y estable, basado en el dominio del dólar estadounidense.
Este nuevo orden mundial tenía tres características básicas: era un orden pactado entre los países, un orden institucionalizado a través de nuevos organismos internacionales y finalmente era también un orden multilateralizado, en el que participaban los países que quisieran y que se atuvieran a las reglas establecidas. La idea era sencilla: la libertad de la economía significaba la paz entre los pueblos.
Desde una perspectiva geopolítica, también podemos entender Bretton Woods como una pugna entre Estados Unidos y Reino Unido por la dominación mundial de posguerra. Los intereses económicos ingleses estuvieron defendidos por el prestigioso John Maynard Keynes, que hizo todo lo posible por impedir que las nuevas organizaciones internacionales quedaran bajo el control de Washington. Frente a su propuesta, la voz estadounidense fue la del economista Harry Dexter White. Las conversaciones terminaron dando por vencedor al discurso americano, iniciando la hegemonía que Estados Unidos tendría a nivel global durante el siglo XX.
Nuevas instituciones internacionales
Inicialmente conocido como Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (BIFR), el Banco Mundial nació en un contexto de gran preocupación ante los destrozos de la guerra, y fue evolucionando con el paso de las décadas desde su creación en 1945.
Durante sus primeros años de funcionamiento, el Banco Mundial financió proyectos de infraestructuras en Latinoamérica y prestó dinero a países europeos para rehacerse tras la Segunda Guerra Mundial. Algunos de los primeros beneficiarios de la financiación del Banco Mundial fueron Francia, Países Bajos, Chile, Luxemburgo, México, Brasil e Italia, así como empresas del sector naviero en Dinamarca y del sector energético en las grandes economías latinoamericanas. Comenzaba así la actividad de una de las instituciones más importantes que se habían creado nunca en la Historia.
En la actualidad el Grupo Banco Mundial está compuesto por cinco organismos: el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (creado en 1966), el Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones (1988), la Corporación Financiera Internacional (1956), la Asociación Internacional de Fomento (1960) y el inicial Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIFR, creado en 1945 como hemos dicho).
El BIFR tuvo como objetivo la reconstrucción de Europa apoyando a países y empresas, y hoy en día se propone reducir la pobreza en los países en vías de desarrollo, brindándoles asesoría financiera en materia de gestión económica. Es la principal rama del Grupo Banco Mundial, y todos los países deben pertenecer a este organismo para poder ser miembros de los otros cuatro.
Son 188 países los que componen el BIRF, siendo Estados Unidos el principal socio. La importancia de cada Estado en el Banco Mundial se mide en el porcentaje de votos que controla. España, por ejemplo, controla el 2.1% de los votos, Rusia el 2.5%, Canadá el 2.9%, China el 3.2%, Reino Unido y Francia tienen el 4.1% de los votos respectivamente, Japón el 9.1% y Estados Unidos el 16.5%. Los 24 países africanos miembros controlan juntos el 2.8% de los votos.
Por su parte, el Fondo Monetario Internacional (FMI) se creó para ayudar a vigilar que el precio fijado entre el oro y el dólar se mantuviera en la relación de 35$ por onza. Esta era la medida del dinero que se había acordado en Bretton Woods, el pilar fundamental sobre el que descansaban las transacciones económicas a nivel global. Además, durante los primeros años el FMI supervisó la fijación de las tasas de cambio de las monedas internacionales para ajustarlas a la moneda de referencia, el dólar. El objetivo inicial fue establecer un marco de cooperación económica que evitara las devaluaciones competitivas que habían provocado la Gran Depresión de los años treinta.
Hoy en día son 188 los países miembros del FMI, unidos por los objetivos de facilitar la cooperación monetaria y promover el crecimiento del comercio internacional, tratando de fomentar la estabilidad cambiaria. El Fondo otorga financiación con el fin de dar a los países miembros margen de maniobra para corregir sus problemas de balanza de pagos, y también se ocupa de brindar asistencia técnica y capacitación para ayudar a ejecutar políticas monetarias eficaces. Los recursos del FMI alcanzaron en 2015 los 327.000 millones de dólares, en un año en el que los principales países receptores de asistencia y ayuda fueron Ucrania, Grecia, Irlanda y Portugal.
Finalmente, de Bretton Woods también nació el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés), que pretendía ser un organismo para promover el comercio internacional, principalmente mediante la reducción de aranceles entre países. Esta institución evolucionó durante los años para convertirse en 1995 en la Organización Mundial del Comercio que conocemos hoy en día.
Todas estas iniciativas surgidas tras la Segunda Guerra Mundial se basaban en la firme creencia de que no habría libertad política sin seguridad económica, y la estructura global establecida en Bretton Woods estaba encaminada a asegurar precisamente el correcto funcionamiento de la economía –desde el punto de vista occidental.
La organización de las Naciones Unidas
Además de las instituciones de carácter puramente económico, tras la guerra también surgió la idea de renovar la Sociedad de Naciones, organización que había nacido del Tratado de Versalles en 1919 y que no había conseguido su objetivo principal de evitar que se repitiera un episodio como la Primera Guerra Mundial. Por ello, el 25 de junio de 1945 se firmó la Carta de las Naciones Unidas, que entró en vigor el 24 de octubre, iniciando así la actividad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Esta nueva institución internacional nació de la mano de quince estados europeos, veintidós americanos, ocho países asiáticos, cuatro africanos y dos de Oceanía.
Principalmente la ONU nació con el objetivo de mantener la paz en el mundo, trabajando por la armonía entre los distintos países mediante la resolución pacífica de los problemas que podrían surgir –de índole económica, cultural, social… Una especie de Parlamento global donde tuvieran asiento todos los países del mundo, y donde se pudiera hablar para no tener que luchar. En la Carta de las Naciones Unidas también se recogía la intención de la ONU de no intervenir en asuntos internos de los países, respetando la soberanía nacional. Por primera vez un proyecto internacional ponía de acuerdo a países tan distintos como Estados Unidos, China, Francia, Reino Unido o la Unión Soviética.
Al contrario que las instituciones nacidas de Bretton Woods, la ONU mantuvo durante las décadas siguientes un papel neutral política y económicamente. Si bien apostaba por la conveniencia de adoptar el modelo de la democracia liberal occidental, nunca fue esto un reclamo que desde Naciones Unidas se hizo a ningún Estado. En la Asamblea General de la ONU tenían la misma voz las democracias capitalistas, los países del Tercer Mundo y los países comunistas. Parecía que el idealismo wilsoniano, aquel de los famosos Catorce Puntos, volvía a la escena para hacer del mundo un lugar mejor y armonioso.
El fin del sistema de Bretton Woods y el cambio de paradigma
Los presupuestos ideológicos de Woodrow Wilson fracasaron estrepitosamente el día que estalló la Primera Guerra Mundial. Su idealismo se había probado erróneo. El mundo era un patio de recreo sin profesor de guardia, en el que todos los niños se peleaban por tener el balón y se empujaban entre sí robándose el almuerzo. La anarquía total, la ciudad sin ley. La Sociedad de Naciones no había podido evitar una guerra mundial, y por ello el mundo se olvidó de los ideales liberales.
Durante varias décadas, los intelectuales y pensadores, de la mano del teórico Edward Hallet Carr (1892-1982), se burlaron de las tesis del idealismo, y establecieron que el relato de cómo funcionaba el mundo debía hacerse bajo las premisas del realismo. El discurso realista se afianzó en la comunidad internacional, refutado por episodios como la Segunda Guerra Mundial o la Guerra Fría. Todo el mundo aceptó que, en ese escenario anárquico, los Estados –únicos actores del sistema internacional según los realistas– buscarían su beneficio propio a toda costa, sin importar nada más que el interés en función del poder.
Según el realismo, los estados eran actores racionales con el objetivo principal de garantizar su propia seguridad, dándose una constante lucha por los recursos y por la supervivencia. Las relaciones internacionales están condicionadas por el nivel relativo de poder de cada nación. Así pues, se entendía que las relaciones entre países nunca podría ser armoniosa, y que siempre sería egoísta y competitiva. No hace falta resaltar que el realismo se apoyaba en el materialismo y el escepticismo.
Durante gran parte del siglo XX la corriente del realismo fue la más utilizada para explicar y entender el sistema internacional, pese a los esfuerzos continuos del liberalismo en establecer una base teórica idealista apoyada en hechos. En esta lucha teórica, el realismo no tenía que hacer muchos esfuerzos para vencer a su rival, pues el propio devenir de los hechos en el mundo le daba la razón. El mundo del siglo XX era el mismo patio de recreo de siempre. Peleas, desorden y anarquía.
Hubo intentos de poner orden, casi siempre promovidos por Estados Unidos, como el ya mencionado sistema monetario internacional basado en tipos de cambio fijos, con el dólar estadounidense como eje central. Si bien Keynes opinó que, efectivamente, había que tener una moneda universal, él no había comprendido las verdaderas intenciones de los economistas americanos. Harry Dexter White no pudo ser más claro durante las reuniones de Bretton Woods: “¿Para qué crear una nueva moneda mundial si ya tenemos el dólar; para qué un Banco Mundial si ahí está la Reserva Federal?”.
El dólar americano funcionó como moneda global hasta el año 1972, cuando comenzaron a desmoronarse varios paradigmas y presupuestos que hasta entonces habían dominado el pensamiento universal. Una serie de hechos propiciaron este cambio teórico: en 1967, por primera vez en la Historia, Estados Unidos pasó a ser un país netamente importador, y dejó de tener superávit comercial. Las economías ya recuperadas de Europa y Japón eran autosuficientes, y a partir de ese momento Estados Unidos se convirtió en un gran consumidor, importando productos alemanes, japoneses, etc. Este cambio de la producción se llevó por delante el sistema de Bretton Woods: en 1971 el dólar deja de tener un valor fijo respecto al oro y en 1973 estalla la Crisis del Petróleo.
Habían aparecido nuevas potencias, y la hegemonía de Estados Unidos ya no era total. El mundo pasó a ser multipolar, los países intermedios tenían cada vez más margen de maniobra en el sistema internacional, se inició la globalización, las empresas multinacionales comenzaron a concentrar grandes cantidades de riqueza, la sociedad civil despertó con nuevas demandas… El mundo había cambiado. Al contrario de lo que había ocurrido durante las décadas de 1940, 1950 y 1960, ahora el poder económico ya no descansaba exclusivamente en Estados Unidos.
A nivel teórico, estos rápidos cambios hicieron mucho daño al realismo, que siempre había mantenido que los Estados sólo se movían en busca de su propia seguridad. Ahora la economía había ocupado el centro de la agenda internacional, desplazando a la Seguridad y a los temas relacionados con la guerra y la paz a un segundo plano.
El realismo fue perdiendo peso, ya que ya no servía para describir ni entender la propia realidad. El mundo a partir de las décadas de 1960 y 1970 se había vuelto multipolar, interdependiente, los Estados no eran los únicos actores del sistema internacional, las instituciones internacionales, la sociedad civil, las ONGs y las empresas multinacionales eran parte del escenario global, y no todos los actores se movían buscando el interés nacional, haciendo que en la actualidad internacional existiera una agenda internacional más compleja y menos jerarquizada.
De esta manera, y apoyándose en el momento de distensión que se vivía durante esa etapa de la Guerra Fría (1962-1979), el idealismo volvió a la escena. El mundo de dos bloques antagónicos había terminado, y EEUU y la URSS estaban ahora acompañados por nuevos compañeros en el patio de recreo. Los idealistas liberales pusieron de nuevo sobre la mesa toda una serie de ideas que serían bien recibidas y de nuevo aceptadas. Algunas de ellas eran que los Estados democráticos difícilmente entraban en conflicto bélico, que la existencia de organismos internacionales armonizaba el sistema mundial, que el liberalismo económico creaba lazos de amistad y entendimiento entre países a través del comercio internacional… Un nuevo marco teórico que pretendía establecer una nueva realidad geopolítica internacional.