En 1783 la emperatriz Catalina la Grande mandó crear en el puerto de Sebastopol, en la península de Crimea, la llamada Flota del Mar Negro, una fuerza naval con la que Rusia pretendía establecer el control militar en esta región (que ya controlaba tras la victoria contra los turcos en 1774). Desde entonces el Ejército ruso ha tenido en Sebastopol una importante base naval. Tras la caída de la Unión Soviética y el cambio de soberanía sobre Crimea, los nuevos gobiernos ruso y ucraniano firmaron un tratado con el que Rusia arrendaba dicha base naval hasta el año 2042 por un precio de 100 millones de dólares anuales. Un caro negocio que, con el tiempo, se demostraría muy beneficioso para los intereses rusos.
Muchos años después, las conversaciones entre Ucrania y la Unión Europea entre 2012 y 2013 ilusionaron a gran parte de la población del país, que entendía como un gran progreso la posibilidad de adherirse a la comunidad europea. En el contexto de una crisis industrial por la bajada de la productividad, Rusia intervino en la escena con una propuesta que incendiaría esta esquina del mundo: prometía ayudar económicamente a Ucrania si ésta desistía de sus aspiraciones europeístas.
El 20 de noviembre de 2013 el Gobierno de Víktor Yanukóvich suspendió la firma del Acuerdo de Asociación y el Acuerdo de Libre Comercio con la Unión Europea, en una decisión claramente prorrusa que afectaba a los intereses occidentales. Al día siguiente miles de manifestantes se reunieron en la Plaza de la Independencia de Kiev (Maidán Nezalézhnosti), dando inicio a lo que se conoció como el “Euromaidán”, una serie de protestas contra el gobierno que se alargaron hasta febrero de 2014.

Durante el caos político y social que siguió a las movilizaciones, el Partido de las Regiones, formación política en el poder, llegó a lanzar la propuesta de integrar el país en Rusia. Este tipo de mensajes no hicieron sino complicar el clima político, que se radicalizó a ambos lados. En un país heterogéneo étnica, lingüística y culturalmente, el nacionalismo puramente ucraniano apareció con fuerza como una reacción antirrusa. Prácticamente todos los analistas políticos internacionales coincidieron en definir a estos movimientos como elementos de extrema derecha, que fueron decisivos a la hora de movilizar a la población y de imponer un tono violento a las protestas.
Ante la situación de revuelta continua, la policía respondió con haciendo uso de la fuerza y dejando un saldo de hasta 82 civiles muertos tras varias cargas durante distintos días. Por su parte, los manifestantes mataron a siete agentes, demostrando una sorprendente capacidad para ejercer la violencia (grupúsculos fascistas organizados dentro de las protestas del Euromaidán llegaron a portar armas de fuego y a lanzar cócteles molotov). El 22 de febrero de 2014 la situación era ya insostenible y el Parlamento ucraniano destituyó al presidente Víktor Yanukóvich “por abandono de sus funciones”. Al día siguiente, el gobierno provisional firmó una ley eliminando el ruso como idioma cooficial, lo que causó indignación en el Este y Sur del país, de mayoría social rusoparlante.
El día 28 el ya ex-presidente apareció en la ciudad rusa de Rostov tras haber pedido asilo en el país vecino. En una rueda de prensa, denunció que había sido víctima de un golpe de Estado. Entre enero y febrero, alrededor de 675.000 ucranianos se exiliaron en Rusia debido a la inestabilidad que se vivía en Ucrania. El Gobierno ruso también consideró ilegal el cambio en el gobierno ucraniano. Un estudio del propio Instituto Internacional de Sociología de Kiev publicado en 2016 revelaría que el 34% de los ucranianos consideraban el cambio de gobierno como un golpe de Estado ilegal, mientras que el 56% defendían que fue una revolución popular.
En la histórica región del Donbáss, llamada también Cuenca del Donets por el río que discurre por este territorio, los habitantes de las provincias de Donetsk y Lugansk salieron a las calles protestando en contra del acercamiento a la Unión Europea y de la destitución del presidente Yanukóvich. Durante estas movilizaciones, muchos ciudadanos ucranianos aparecieron portando banderas de Rusia, evidenciando la fractura política y de identidad que sufría el país. En el Donbáss cerca del 50% de la población es de etnia rusa y al menos tres cuartas partes de la sociedad utiliza el ruso como primer idioma. Las reclamaciones por parte de los manifestantes iban desde la federalización del país hasta la independencia de algunas provincias o incluso la integración en Rusia.

500 kilómetros al sur del Donbáss, en la península de Crimea, la composición étnica de la población hizo mucho más sencilla la ruptura. Siendo el 84% de los habitantes rusoparlantes y el 56% de etnia rusa, en esta región hubo consenso a la hora de rechazar el nuevo rumbo que había tomado Kiev y regresar a Rusia. El 27 de febrero, varios grupos de ciudadanos armados tomaron las instituciones públicas de Crimea, sin que las autoridades opusieran ninguna resistencia. El 1 de marzo los nuevos representantes de la región solicitaron la intervención de Rusia y convocaron un referéndum para decidir el estatus político de Crimea. Vladimir Putin respondió que “no ignoraría la petición de Crimea” y autorizó la movilización de tropas en la península. La presencia de elementos ultranacionalistas y de extrema derecha suponía un peligro para la integridad de “los compatriotas rusos” y para los propios intereses de Rusia, según la óptica de Putin. Para el Gobierno de Ucrania, el despliegue ruso en Crimea era una declaración de guerra.
Rápidamente, el presidente de Estados Unidos Barack Obama telefoneó a Putin para aconsejarle que retirara sus tropas, y el presidente ruso le respondió que “Rusia se reservaba el derecho de proteger sus intereses y a la población rusoparlante de Crimea”. En ese momento, la Flota del Mar Negro contaba en Sebastopol con 25.000 soldados, 45 buques de guerra y al menos seis submarinos. No fue muy complicado para Rusia tomar el control de la península con esa fuerza militar y con la aprobación de la propia población local.
El 2 de marzo las bases militares de Ucrania en Crimea estaban bajo el control de las fuerzas militares rusas. En algunos casos fue necesario el bloqueo de unidades de la marina ucraniana, pero también hubo deserciones, como la del Guetman Sagaidachni, barco insignia de la Flota ucraniana, que se negó a obedecer al nuevo gobierno e izó la bandera de la Armada de Rusia. Todo ocurrió con rapidez y el día 3 de marzo el gobierno ruso anunció la construcción de un puente para unir la península de Crimea con la Rusia continental.
El 16 de marzo se realizaron sendos referéndums tanto en Crimea como en la ciudad de Sebastopol (autónoma políticamente de Crimea) que dieron una aplastante victoria a la opción de integrarse como sujeto de la Federación de Rusia. La participación alcanzó el 83% en Crimea y el 89% en Sebastopol, arrojando un apoyo de la integración en Rusia del 96% y del 95%, respectivamente en cada censo electoral.
El 18 de marzo, en una ceremonia oficial en el Kremlin, se firmaron los tratados de adhesión. Rápidamente se iniciaron los cambios necesarios para hacer efectiva esta nueva realidad nacional, y Crimea se integró en el huso horario de Moscú, adoptó el rublo como moneda oficial, expidió nuevos pasaportes a sus habitantes y la bandera rusa ondeó en todos los edificios públicos de la península. La Armada rusa incorporó a sus filas 54 navíos ucranianos, entre los que destacaban ocho buques de guerra y un submarino.
Atónitos por la rapidez de la adhesión, desde Kiev el Parlamento ucraniano aprobó una ley que definía a Crimea y Sebastopol como “territorios bajo ocupación temporal”, si bien todos eran conscientes de la pérdida de poder efectivo sobre esa zona. La Asamblea General de las Naciones Unidas declaró como inválida la secesión, y Estados Unidos y la Unión Europea impusieron sanciones a Rusia.
Pese al rechazo de la comunidad internacional, el éxito de Crimea y Sebastopol inspiró a los protestantes de la provincia de Donetsk, que el 6 de abril proclamaron una república popular independiente y emitieron un comunicado dirigiéndose al propio Vladimir Putin en el que pedían una intervención de Rusia. Las manifestaciones prorrusas se extendieron por el Este de Ucrania y en varias ciudades la población ocupó comisarías de policía y edificios públicos. Había comenzado una rebelión contra el Estado ucraniano.
El 13 de abril Kiev movilizó a las Fuerzas Armadas para reprimir las protestas prorrusas, y desde el exilio el ex-presidente Yanukóvich anunció que esta decisión dejaba al país al borde de una guerra civil. El Ministerio de Exteriores de Rusia también se expresó con preocupación, calificando de “criminales” las acciones del gobierno ucraniano. La capacidad militar de la población del Donbáss sorprendió al Ejército ucraniano, y su determinación en la defensa de la región hizo comenzar la llamada Guerra del Donbáss, un conflicto que sigue activo cinco años después.
El 11 de mayo se celebraron sendos referéndums sobre el estatus político de las regiones de Donetsk y Lugansk. Más de 2.200 puntos de votación se establecieron a lo largo de 55 comités electorales. El 75% de la población de ambas provincias se movilizó para acudir a la votación -no apoyada por el Gobierno central de Ucrania-, y los resultados arrojaron que un 89% de los votantes apoyaban la creación de una República Popular independiente en Donetsk y hasta un 96% en Lugansk.

El 24 de mayo los líderes de las autodenominadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk pactaron la creación de un nuevo Estado independiente en forma de confederación al que dieron el nombre de Unión de Repúblicas Populares. Conocido simplemente como Nueva Rusia (como recuerdo del término histórico utilizado en el siglo XIX para denominar al sur de Ucrania), este proyecto de país no fue reconocido internacionalmente. Contaba con un área de 17.000 kilómetros cuadrados, una población de 3,7 millones de habitantes e incluso con un ejército, las Fuerzas Armadas Unidas de Nueva Rusia (FAUNR), con alrededor de 40.000 soldados. Rápidamente, el Gobierno de Ucrania incluyó a las FAUNR en la lista de organizaciones terroristas.
Un día después de la proclamación unilateral de la Unión de Repúblicas Populares, el 25 de mayo, se celebraron elecciones presidenciales anticipadas en el resto de Ucrania. El 55% de los electores dio su apoyo al multimillonario Petró Poroshenko, defensor del acercamiento a la Unión Europea. La inclusión de grupos fascistas como Svoboda y Sector Derecho en el nuevo gobierno enterró cualquier posibilidad de acercamiento entre los prorrusos del Este y las autoridades de Kiev.
La guerra se intensificó durante el mes de junio. El día 14, un bombardeo aéreo en la ciudad de Kramatorsk mató a 50 milicianos separatistas y 100 civiles de la ciudad de Schastie fueron asesinados por soldados ucranianos que dispararon a discreción. Ese mismo día las FAUNR respondieron derribando un avión militar de la Fuerza Aérea ucraniana, en un ataque con misiles tierra-aire disparados desde el hombre que acabó con la vida de sus 49 tripulantes. Miles de personas comenzaron a cruzar la frontera rusa pidiendo asilo en el país vecino. El día 18 más de 10.000 mineros marcharon en Donetsk manifestándose contra los ataques militares ucranianos avisando que se levantarían en armas si las autoridades de Kiev no detenían sus operaciones militares. La respuesta fue contundente: el día siguiente un ataque a gran escala con 20 tanques, 50 vehículos blindados y varios aviones acabó con la vida de 300 voluntarios de las FAUNR.
Los bombardeos sobre Donetsk y Lugansk, ciudades de 900.000 y 400.000 habitantes respectivamente, se sucedieron durante todo el verano, sin distinguir entre puestos de las Fuerzas Armadas Unidas de Nueva Rusia o edificios como las universidades o los hospitales.
El día 17 de julio un terrible acontecimiento marcaría la corta historia de Nueva Rusia: un misil lanzado desde el territorio de Donetsk impactó contra el avión MH17 de Malaysia Airlines, que cubría la ruta Ámsterdam-Kuala Lumpur. Los 283 pasajeros y 15 miembros de la tripulación fallecieron. El Gobierno de Poroshenko culpó a las FAUNR de la matanza, y éstas aseguraron no contar con el material armamentístico necesario para realizar un ataque tierra-aire de esas características. Con el paso de los meses, este incidente se demostraría fatal para las aspiraciones soberanistas de Nueva Rusia, cuya imagen quedó irrecuperablemente dañada a nivel internacional.
El 5 de septiembre representantes de Nueva Rusia se reunieron en Bielorrusia con el Gobierno ucraniano para firmar, tras muchas conversaciones, el llamado Protocolo de Minsk. El acuerdo pretendía en primer lugar poner fin a la Guerra en Donbáss con un alto el fuego bilateral inmediato. Por su parte, Nueva Rusia trató de dar normalidad a su complejo estatus político y a su situación social organizando elecciones generales el 2 de noviembre. Rusia apoyó estos comicios declarando que era una buena manera de dar legitimidad a las instituciones de las repúblicas populares independizadas.
El papel de Rusia ha sido clave en el éxito de la pérdida de poder efectivo del Gobierno ucraniano en el Donbáss. Tras vacilar y tratar de esconder sus acciones bajo el pretexto de la ayuda humanitaria, finalmente en agosto de 2014 envió tanques y un número indeterminado oficialmente de militares al Este de Ucrania (se piensa que entre 1.000 y 4.000). En noviembre, el flujo de vehículos se intensificó, y el Ejército ruso entró a gran escala en el Donbáss con, al menos, 32 taques. En enero de 2015 otros dos mil soldados rusos se repartieron por la región. Además de la fuerza de combate rusa, el país vecino ayudó a establecer sistemas de ataque y defensa para las Fuerzas Armadas Unidas de Nueva Rusia.
El Protocolo de Minsk se rompió cuando las FAUNR trataron de recuperar el Aeropuerto Internacional de Donetsk, única infraestructura de la ciudad controlada por las fuerzas ucranianas. La batalla en el aeropuerto se alargó durante cuatro largos meses, en los que murieron 985 personas. Finalmente, en enero de 2015 el Ejército ucraniano tuvo que retirarse. El 11 de febrero se celebró la cumbre de Minsk II, en la que Francia, Alemania, Rusia y Ucrania firmaron un nuevo intento de alto el fuego. Esta vez las milicias rebeldes de Nueva Rusia y el Ejército ucraniano parecieron más dispuestos a cumplir la tregua. Más allá de algunas escaramuzas puntuales, la guerra entró en una fase de congelación. Ucrania retiró el armamento pesado de la primera línea de combate y las ofensivas cesaron.
Tras un año de existencia, el proyecto de Nueva Rusia se paralizó en mayo de 2015. Como ocurre muchas veces, tras un breve periodo de exigencia de máximos llegó el pragmatismo y se calmó la situación. Las autoridades de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk ofrecieron al Gobierno ucraniano un plan para regresar a la normalidad través de una reforma de la Constitución que permitiera convertir a Ucrania en un país federal, otorgando más autonomía a cada provincia. La oferta fue rechazada, y el conflicto se ha estancado.
Tras el enfriamiento de la guerra, un proceso de ucranianización ha sido desarrollado por el gobierno de Kiev, prohibiendo la importación de libros desde Rusia, obligando a retransmitir contenidos televisivos únicamente en ucraniano y excluyendo el idioma ruso del sistema educativo. En un país en el que el ruso ha sido durante siglos la lengua utilizada en la cultura popular y para hacer negocios (incluso la primera lengua en varias regiones), su persecución institucional supone un cambio histórico. Avanzando en contra de la realidad sociocultural del país, Ucrania está abordando una reconfiguración nacional con el objetivo de generar una nueva identidad alejada de la influencia rusa. Cabe preguntarse si esto es posible cuando tu vecino es precisamente Rusia.
Las fronteras son líneas dibujadas artificialmente en un mapa. La identidad de los pueblos es lo que verdaderamente configura las naciones. La cultura, la lengua, la historia, los valores, las costumbres, el carácter, la forma de ser, la forma de pensar, la forma de actuar… elementos que no se pueden delimitar en un mapa ni borrar de la realidad.