La unificación italiana fue el proceso histórico que, a lo largo del siglo XIX, llevó a la unión de los diversos estados en los que estaba dividida la Península Itálica. La mayor parte de estos pequeños estados estaban bajo control de dinastías “no italianas”, en su mayoría austríacas. El linaje de los Habsburgo tenía muchos príncipes y reyes repartidos por los reinos de la Península Itálica, y esto no gustaba entre la población civil. Esta división en distintos estados, como Piamonte, Lombardía, el Venetto, los Estados Ponitificios… respondía más a una concepción feudal del territorio que a un proyecto de estado liberal. Después de varios intentos de unificación en las revoluciones de 1820, 1830 y 1848, el Piamonte, que va a ser el estado o reino que impulse y encabece la unificación, convenció a Francia para que le apoyase en su guerra contra Austria, que, como hemos dicho, controlaba bastantes territorios en la Península Itálica, sobretodo en el norte.

Después de conquistar el Norte, Garibaldi fue ganando territorios en el sur, hasta que se consiguió unir la mayoría de estados de toda la península. Quedaron el Venetto, en el norte, y la Lazio(región en la que se econtraba la ciudad de Roma) aislados del nuevo Reino de Italia, que se proclamó aun así en 1861 en Turín. Victor Manuel II sería el primer rey de la Italia unificada.

Vamos a ver el proceso de unificación de forma más detenida. Como hemos comentado, antes de que empezaran las conquistas territoriales por parte del Piamonte, hubo intentos y revoluciones que obviaban el sentimiento unificador que tenían muchos “italianos” (aunque ese gentilicio no se podía utilizar aun). Para empezar, las Revoluciones de 1820 y 1830 significaron un primer paso para decir “queremos unificarnos”. Los carbonarios (revolucionarios) consiguieron revelarse contras los príncipes austríacos y les obligaron a jurar la constitución liberal. Esta victoria duró muy poco tiempo, ya que la Santa Alianza envió rápidamente tropas para detener estas revoluciones. Un ejército austríaco llegó y restauró a los Habsburgo en aquéllos estados en los que había triunfado la revolución. Fue lo mismo que pasó en España con Rafael del Riego, de consiguió instaurar el Trienio Liberal desde 1820 hasta 1823, pero que cayó derrotado contra el ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis, uno de los ejércitos con los que contaba la Santa Alianza.

Después de esto intentos fallidos, en 1848 se vivió un intento del Piamonte por iniciar la unificación. La Lombardía se subleva contra los austríacos y Piamonte les ayuda. La guerra entre Piamonte y Austria la ganan los austríacos. Esta derrota hace que los piamonteses (y los “italianos” en general) se den cuenta de que solos no pueden hacer frente al enemigo. Necesitarán apoyos.

Por otro lado en 1849 tiene lugar otra revolución: Mazzini proclama la República Romana venciendo en la Lazio y echando al mismo Papa. Inmediatamente un ejército franco-español de la Santa Alianza vence a Mazzini y restaura al Papa. Aun así, la idea importante de estas revoluciones fue que, aunque no sirvieron para conseguir nada material, sí que fuero útiles para hacer comprender a los piamonteses, a los lombardos, a los romanos… que si querían unificarse tendrían que luchar juntos. Además, sirven para que, en Europa, los políticos y las monarquías se den cuenta de que, realmente, de verdad, hay un sentimiento unificador en la Península Itálica. Es algo serio. En 1859 Piamonte consigue convencer a Francia de que se les una para derrotar a los Austríacos. La hábil política del ministro piamontés el Conde de Cavour y el propio Victor Manuel II consiguen interesar a Napoleón III en la unificación territorial del norte de la península. Así pues, con la ayuda de Francia, vencen a Austria en el norte, y el Piamonte se hace un estado fuerte, anexionándose Lombardía. Francia, a cambio de su ayuda, recibe en condado de Saboya.

El rey Victor Manuel reina sobre un Piamonte poderoso, que domina casi todo el norte, y quiere seguir conquistando territorios, pero Napoleón III se echa hacia atrás y se retira de esa guerra, procurando no perder el apoyo de la opinión católica francesa. Francia no se arriesga a seguir luchando contra Austria, y finalmente Piamonte renuncia a la conquista del Venetto. De todas formas, se anexionarán los territorios de Modena, Parma y Toscana, estados en los que echar a los austríacos fue sencillo, ya que estaban aislados de Austria, ahora que el norte era de Victor Manuel. El Piamonte es un estado fuerte y sigue conquistando hacia el sur, venciendo también en los Estados Pontificios.

Conquistan todo el territorio del centro de la península salvo la Lazio, donde estaban Roma y el Papa, protegidos por un ejército francés. Aun así, aunque queden en el norte el Veneto (donde se encuentra la ciudad de Venecia) y en el centro la Lazio, la unificación se completa cuando Garibaldi y su “Expedición de los Mil” conquista el Reino de las Dos Sicilias y cede esos territorios a Victor Manuel, que será el rey de todos los italianos. En 1861 se proclama el Reino de Italia en la ciudad de Turin. El Veneto es también incorporado ese mismo año. Después de la unificación, Garibaldi siguió incansablemente asediando Roma, que finalmente se consiguió en 1870, coincidiendo con la guerra franco-prusiana, que obligó a Napoleón III a retirar las tropas de la Lazio. Así pues, hacia 1870 toda la Península Itálica estaba bajo el control de Victor Manuel, que ostentaba el títuro de rey del Reino de Italia.

La unificación italiana surgió fruto de la corriente filosófica del liberalismo y dentro del marco cultural e intelectual del Romanticismo. Después del Congreso de Viena surgieron nuevos estados, conformados de manera muy artificial. Consecuencia de ello fueron los movimientos nacionalistas que aparecieron en muchos países. Este nacionalismo buscó la unión de estados, basada en la historia, la lengua, las costumbres… tanto dentro de la Península Itálica como dentro de la Confederación Germánica existía ese sentimiento de “estamos separados por fronteras políticas, pero unidos por la historia”. Además de eso, en Italia los revolucionarios que perseguían la unificación como objetivo se apoyaron en la idea de la grandeza histórica. Como recordaba Mazzini en algunas de sus obras, Italia fue en la Antigüedad un gran imperio, y ahora estaba dividida, fragmentada en pequeños estados, que, además, estaban gobernados por una monarquía extranjera, la de los Habsburgo. Así pues, a lo largo del S.XIX estos ideales brotaron incontrolables y los procesos de unificación se completaron, con más o menos dificultades.