un artículo de Marta Buces

¿Qué es el amor? Eso sería probablemente lo que preguntaría una IA si intentamos explicarle conceptos como la familia, la amistad y las relaciones amorosas. Ya que este artículo trata sobre sentimientos y tecnología, preguntémosle a Google qué es el amor.

«Sentimiento de vivo afecto e inclinación hacia una persona o cosa a la que se le desea todo lo bueno». Me gustaría recalcar lo curioso de que la definición incluya “cosa” como ente capaz de recibir amor. Google es sabio. Pero echemos un vistazo a la segunda acepción: “Sentimiento de intensa atracción emocional y sexual hacia una persona con la que se desea compartir una vida en común”. Entonces, ¿se puede amar una cosa pero sólo con las personas se puede querer compartir una vida? ¿Cuánto tiempo entendemos por una vida? Las respuestas a todas estas preguntas en los párrafos siguientes:

  1. Los algoritmos nos encuentran pareja
  2. Relaciones con personajes virtuales
  3. 100 años de compañía
  4. Nuestros crush del futuro: los robots

I. Los algoritmos nos encuentran pareja

Los algoritmos amenazan nuestra capacidad de elección, y los datos nuestra privacidad. Sin embargo, ambos son necesarios para que las máquinas inteligentes funcionen. ¿Y quiénes se opondrán a las máquinas si éstas probarán su impecable eficacia?

En el futuro, un oráculo podrá responder nuestras preguntas basándose en información recabada de nuestros perfiles sociales, nuestras interacciones virtuales y todos los datos publicados en la red de redes. Así, tras un pormenorizado (pero rapidísimo) estudio de nuestra cultura, nuestras conductas y nuestros esquemas mentales nos dirá con quién tenemos más posibilidades de encajar sentimentalmente. En el capítulo “Hang the DJ” de Black Mirror (Netflix, 2019), podemos comprobar cómo sería un sistema así. En él, una IA personal asigna candidatos con los que tener una cita, y basándose en compatibilidad establece una duración para la pareja. Si te gustaría comprobar la fecha de caducidad de tu relación, los creadores de Black Mirror han creado una simulación del sistema inteligente en este enlace.

Hoy día, Tinder no es lo que era. La aplicación de citas busca perfeccionar su eficacia mediante algoritmos. Otorga a cada usuari@ una nota de deseabilidad, y analiza patrones físicos comunes entre quienes han sido afortunados de tu “desliza a la derecha”, para así ofrecerte más candidatos basados en tus gustos y tener más posibilidades de acertar. Seamos honestas, esto es un gran avance: nos permite ahorrarnos tiempo en citas de las que deseamos salir corriendo, sufrimiento en relaciones tóxicas y, por qué no decirlo, dinero malgastado en planes sin futuro.
Cuando sabes que los algoritmos te ofrecen la solución, ¿para qué preguntarse a una misma?

II. Relaciones virtuales y con asistentes de voz

Her (Spike Jonze, 2013) nos pareció una adorable película con un argumento ficticio: enamorarse de un asistente de voz. Pero en 2013 quizá no había tantas evidencias de que formaban (o iban a formar) parte de nuestras vidas. Hoy día, existen plataformas virtuales como Replika, donde te asignan una asistente de realidad virtual con la que puedes intercambiar mensajes a cualquier hora, hablará contigo y las diferencias entre su personalidad y la de una humana real escribiendo en un chat serán irreconocibles.

Incluso, entre tener una relación online y una virtual hay quienes no encuentran disimilitudes determinantes. Love Plus es un videojuego que recrea personajes femeninos (la tecnología creada por humanos sigue reproduciendo patrones sexistas) con las que mantener una relación, el siguiente vídeo no tiene desperdicio:

El siguiente ejemplo es Akihiko Kondo, un hombre japonés casado con un holograma. Esto es posible gracias a la compañía Gatebox, cuyo producto es literalmente una caja con una persona dentro (creada por holografía, por supuesto).

Resulta complicado identificar qué determina que nos enamoremos, pero parece que no es necesario ser humano, basta con desarrollar una personalidad y gozar de una apariencia similar a nuestra especie. Dicen que se puede identificar a una pareja en una cafetería si nos fijamos en la similitud de sus gestos, o quizá su postura es la misma o su manera de hablar se parece. Pues eso es lo que hace la inteligencia artificial: aprende de su interacción con los humanos.

Una opción parecida aunque imposible por el momento es “traducir” la información de las mentes humanas de nuestras parejas en un software en caso de que el organismo no pueda mantenerse vivo, lo que se conoce como interfaz cerebro-ordenador. Esta posibilidad se trata en la película Trascendence (Wally Pfister, 2014), donde la conciencia del científico Will Caster es descargada en un sistema informático por su pareja Evelyn en un intento de salvarlo. Esto muestra la posibilidad futura de alargar la convivencia con una persona sin cuerpo (al menos hasta que le proporcionáramos uno biónico) de manera indefinida.

III. 100 años de compañía

Pero volvamos por un momento a las relaciones sentimentales entre seres de cuerpos orgánicos (lo que conocemos como humanos, vaya). La medicina también está experimentando su propia revolución. No sólo estamos en proceso de prevenir enfermedades genéticas, sino que esto desencadenará el rejuvenecimiento de las células y la normalización de la inmortalidad.

Aunque sólo seamos inmunes a la mortalidad por causas biológicas (aún podríamos fallecer en casos como accidentes de tráfico, sobredosis de drogas o asesinados), resulta igualmente un avance sin precedentes. Nos hace cuestionarnos las etapas de la vida que conocemos hasta ahora: estudiar, conseguir un trabajo, casarse, comprar una casa, tener hijos, jubilarse antes de los 70. El tiempo se estirará como un chicle, y nuestra perspectiva cambiará. ¿Seguiremos creyendo en la media naranja y perseguiremos el objetivo de convivir con una única pareja, teniendo en cuenta que la vida tendrá una duración de cientos de años?

La verdad es que no parece muy plausible que las relaciones aguanten “100 años de compañía” (diría, quizá, un García Márquez del 2127), y probablemente casarse no sea una opción muy acertada cuando no se cree en la durabilidad. El compromiso “para toda la vida” ahora parece demasiado largo.

Aun así, viviremos en una realidad en la que el ser humano no muere, pero sigue reproduciéndose. Asumimos que colonizaremos otros planetas impulsados por la falta de espacio y recursos, y nos extenderemos por la galaxia. ¿Encontraremos el amor en otros planetas?

IV. Las relaciones robot-humano

Quizá tratar de imaginar relaciones humano-extraterrestre resulte algo difícil de concretar teniendo en cuenta nuestro total desconocimiento sobre los segundos. Pero pensemos por un momento en el mundo dentro de 400 años. La Tierra (y probablemente otros planetas) estará habitada por lo más avanzado en IA, seres más inteligentes que nosotros, más capaces y puede que hasta con nuestra misma apariencia, si así se ha determinado por una cuestión de familiaridad.

Los robots podrán pensar, aprender, desarrollar aficiones y gozarán de una personalidad y conciencia de sí mismos. Vivirán y convivirán con nosotros. ¿Tan bizarro resulta pensar en una relación en la que se fundan la vida orgánica y la vida inorgánica? ¿No serían ambas, acaso, vida?

El investigador de IA Jürgen Schmidhuber asegura que “las emociones y el afecto no son ajenos a la inteligencia artificial. La cooperación será enseñada y aprendida, y no hay razón para suponer que conceptos como el amor no se aprendan como efecto secundario de la colaboración racional”.

¿Cómo será tener una cita con un robot? Will Smith me ha hecho el favor de realizar este experimento. Aunque Sophia no es lo suficientemente avanzada, espero que os sirva para ir practicando.

Para quien aún albergue dudas sobre las posibilidades románticas encarnadas por la vida inorgánica, AVA es un ejemplo magnífico en la película Ex-machina (Alex Garland, 2014). La robot de apariencia humana mantiene “citas” con Caleb, un joven informático, y la manera de actuar de la humanoide deja boquiabierto al chico.

Hiroki Ishiguru, robotista japonés, afirma que las diferencias entre humanos y robots serán cada vez más difusas a medida que la tecnología vaya avanzando. En este escenario, no resulta descabellado imaginar relaciones entre máquinas y el homo sapiens.

Decía Mahatma Gandhi que “donde hay amor hay vida”. Pues yo creo que donde habrá vida, habrá inevitablemente amor.

un artículo de Marta Buces