un artículo de Lucía Caicedo Suárez
Los sonidos cotidianos de las calles se han reemplazado por el de teclados y teléfonos, el rumor de voces se escucha lejano, los pasos son escasos, el olor de la comida casera junto al del alcohol crean un aura invisible de protección. El -también invisible- paso del tiempo hace uso de una nueva velocidad, una que mezcla encierro y productividad, la pesada carga de adelantar el estudio, de cumplir con las metas de trabajo y hacer la casa. El famoso virus ha impuesto rigurosos cambios al estilo de vida que llevábamos, solo nos movemos a través del internet, lo diría Jorge Carrión en una frase que sintetiza maravillosamente la idea “la biología está acelerando la digitalización del mundo”.
Que el contacto o cercanía física con otras personas sea la principal forma de contagio nos impone límites invisibles que llevan las relaciones sociales a otros niveles: el paciente será el contagiado, el enemigo público que debe ser rastreado e investigado. Parece mentira pero no lo es: Israel usa tecnología de vigilancia y antiterrorismo para acompañar a las personas que tengan contacto con contagiados e identificar las rutas de infección, y Singapur ha propuesto que tomará cada caso confirmado y analizará detalladamente los contactos establecidos por esa persona, realizando una lista pública de los mismos. Además de la pregunta sobre el manejo de datos y privacidad (recordar que el mal llamado Oriente no cuenta con una ley de protección de datos), ¿estas medidas supondrían que los mismos Estados estarían disgregando a la población y señalando a unos para dejarlos en el aislamiento e incluso en el escarnio público? ¿Podríamos afirmar que esos controles de seguridad se realizan teniendo en cuenta protocolos de buen trato y de manejo humanitario? ¿Qué consecuencias sociales puede traer que un familiar salga señalado en una de esas listas?
De otro lado, que los pacientes deban llevar una muerte en solitario, que sus familias no los puedan acompañar a su última morada e incluso que un abrazo cálido se prohíba en televisión hace que los controles y sistemas de protección frente al virus lesionen profundamente a la sociedad desde punto de vista humano. Surgen entonces más preguntas: ¿cómo serán las relaciones humanas en unos pocos años? ¿Hasta dónde llegará la huella dejada por la sensación de invisible inseguridad?
De acuerdo a un reciente artículo de la revista virtual del MIT, se afirma que el distanciamiento social debe darse desde ahora y cada dos meses hasta que se encuentre la vacuna para evitar la continua propagación de la pandemia y achatar los picos de la curva. ¿Qué cambios sociales nos traería esa nueva dinámica social?
El asunto -de acuerdo a Judith Butler- se centra en que el virus no discrimina, pero el humano sí. Recordemos el propósito de Donald Trump de comprar una vacuna para el COVID-19 con exclusividad de uso para los Estados Unidos. La fría y controversial propuesta de Trump busca que su país sea el número uno en la economía a nivel mundial. La consideración presidencial a primera vista asustadora, es clara y consecuente. Entonces, frente al temor de estas propuestas, tal vez sea el momento indicado para hacer la pregunta incómoda sobre si el sistema económico desarrollado es el mejor, humanamente hablando.
Para Fernando Trias Bres, ésta es una crisis nunca antes vista: la oferta y la demanda están colapsadas y por tanto las acciones o planes típicos de los gobiernos no representan salidas. Por ahora el plan parece ser que el Estado invierta dinero en los bancos para que estos no pierdan liquidez y puedan suministrar créditos a las empresas una vez estas retomen operaciones cuando sea que eso ocurra. Trias Bres señala algo inflexible: esta situación y esa inversión del Estado la pagaremos los ciudadanos.
La profunda crisis económica en la que nos sumerge el virus para unos -como Zizek- representa la muerte del capitalismo y se convierte en un espacio para proponer cambios económicos y sociales; para otros -como Chul Han- el virus no cambiará al capitalismo salvaje, puesto que nos individualiza y aleja aún más pero tal vez pueda proporcionar un momento para repensar el papel de la humanidad y así activar cambios.
El futuro -también invisible- e imprevisible se teje con temor como una colcha de retazos de lo que fue y de lo que es ahora la vida. Entre titulares de prensa, clases virtuales, redes de apoyo a distancia; los plazos del confinamiento serán pospuestos o adaptados para el retorno paulatino a actividades de impacto económico, las defunciones y los nuevos contagios aumentarán los protocolos de seguridad que serán aplicados con rigor para mantener con vida a una población cada vez más empobrecida, cuya normalidad se llena de informalidad, de espacios poco concurridos, de caos, distancia y olvido para dejar atrás lo que fue y no volverá.
un artículo de Lucía Caicedo Suárez