Historia de la Pintura (5): Neoclasicismo y romanticismo

Seguimos nuestro viaje por la Historia de la Pintura y lo hacemos superando la etapa de sombras y oscuridad del Barroco, un estilo que llenó los lienzos de color negro y de temas religiosos. El sufrimiento de Jesucristo y la presencia de la Biblia se vieron superadas de la mano de la Ilustración, que instaló una nueva moral y sociología entre la población occidental. Llegó así el neoclasicismo, corriente que defendió el papel institucional del Estado y la necesidad del orden y las leyes para organizar a la sociedad. Los cuadros debían ser perfectos técnicamente y útiles temáticamente: debían enseñar valores a la sociedad.

Simultáneo al neoclasicismo, el romanticismo tuvo más diferencias temáticas que formales. En el romanticismo primó la imaginación, la irracionalidad, la sugerencia, la libertad frente a la afirmación, las normas y las reglas neoclásicas.

La pintura neoclásica (1760-1830)

Hasta este momento la Historia de la Pintura es una historia de evolución continua, con cada estilo tratando de superar a los anteriores, planteando nuevas técnicas y temáticas. Sin embargo, el Neoclasicismo supone detener esta evolución y volver al pasado. Durante esta etapa la pintura no explora nuevas maneras de abordar los cuadros, recoge temáticas clásicas y sigue un estilo muy academicista, que no permite al autor salirse del orden establecido.

La explicación a este estilo tan «aburrido» lo encontramos en la Francia de la segunda mitad del siglo XVIII, donde tuvo el epicentro el Neoclasicismo. En los ambientes cultos y aristócratas la moda estaba en el regreso a lo clásico. Un buen ejemplo lo encontramos en el influyente escritor Denis Diderot, que aseguraba que en el arte «había que dar preferencia al estilo sereno». Para la clase pensante de la época (época de la Ilustración, hay que tenerlo en cuenta), la pintura debía tener como objetivo transmitir valores cívicos y morales. Esto se conseguía a través de la temática clásica, recordando leyendas, héroes y dioses.

El artista conmovido hasta la desesperación por la grandeza de los restos antiguos, (Henry Füssli, 1778)

Para hacernos una idea de la añoranza que los neoclásicos tenían de la Antigua Grecia o la Antigua Roma podemos observar el grabado de Henry Füssli (y sobre todo su título): El artista conmovido hasta la desesperación por la grandeza de los restos antiguos. Habían pasado 1700 años, pero los clásicos seguían teniendo muchos followers.

La arquitectura neoclásica también recuperó ideas como el orden dórico con fuste acanalado, la importancia de las columnas, los frontones con estatuas… y todos estos elementos aparecieron en los cuadros, que casi siempre tendían a representar edificaciones monumentales. Lo arquitectónico predominó frente a lo decorativo, muestra de que el antropocentrismo había perdido poder en la sociedad y en la ideología. El individuo no era nada. Había cosas más grandes que él: la colectividad, la sociedad, el Estado, la nación, las leyes, la autoridad… etc.

El artista más importante del Neoclasicismo fue sin duda el francés Jacques-Louis David (1748-1825), que apuesta por la pureza en las líneas, en las proporciones y en la simetría. Rechaza los contrastes cromáticos y otorga horizontalidad a sus composiciones. Algunas de sus obras más importantes son El juramento de los Horacios (1785), La muerte de Sócrates (1787), La muerte de Marat (1793) o La consagración de Napoleón, un enorme lienzo de diez metros de ancho y seis metros de alto en el que quedan representadas las principales características técnicas del Neoclasicismo.

Junto a David, el otro gran pintor neoclásico es Dominique Ingres (1780-1867). Con líneas puras, colores fríos y predominio del dibujo sobre el color, Ingres presenta la belleza ideal en obras como La bañista de Valpinçon (1808) o La apoteosis de Homero (1827). En este cuadro se observan algunas de las características que hemos comentado sobre el Neoclasicismo: temática clásica, presencia de arquitectura monumental, perfección anatómica y horizontalidad en la composición.

La apoteosis de Homero (Dominique Ingres, 1827)

Sin embargo la escuela neoclásica se encontró rápidamente con una corriente contestataria que no aceptaba tanta rigurosidad y sumisión a las normas. De manera paralela al neoclasicismo surgió una ola de pensamiento romántico que influyó a las artes y liberó a los artistas de las reglas neoclásicas. Muchos autores que habían participado del neoclasicismo se pasaron al romanticismo, el estilo que más éxito tuvo durante el siglo XIX.

El romanticismo en la pintura (1770-1870)

Inicialmente el romanticismo fue una corriente literaria. Influenciados por las obras de Goethe, Schiller o Wordsworth, muchos pintores comenzaron a fijarse en la naturaleza para inspirarse en sus composiciones. En Alemania, el movimiento literario Sturm und Drang fue clave para el desarrollo de la pintura romántica, llevando un aire de libertad y sentimientos desatados que impregnaron los lienzos del siglo XIX.

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Prerromanticismo (1770-1820)

Como casi siempre en cualquier estilo artístico, es necesaria una primera fase de introducción hasta llegar al corazón del nuevo género. En este caso, el romanticismo vivió un prerromanticismo entre los años 1770 y 1820 en el que los autores comenzaron a perfilar el estilo, basado principalmente en la contestación a las convenciones neoclásicas. Se abrazó la libertad, frente a las estrictas reglas academicistas que proponía el neoclasicismo.

Las pinceladas de los autores románticos son libres y llenas de expresividad, la línea deja de predominar sobre el color, que se libera de los límites excesivamente definidos (con la evolución al impresionismo se explotará al máximo esta característica), la gradación de la luz da un carácter teatral a las obras, las composiciones están marcadas por líneas curvas y gestos dramáticos.

El prerromanticismo tiene su pilar esencial en el espíritu individualista, que encuentra uno de sus mejores reflejos en Caminante sobre mar de nubes, de Friedrich. Si el neoclasicismo destacaba el papel del Estado, de las instituciones y del orden establecido en la configuración de la sociedad, el prerromanticismo apostaba por el individuo como director de su propia vida, con la libertad como elemento primordial para el desarrollo de los hombres.

Para los pintores del prerromanticismo el recuerdo idealizado de un pasado glorioso sirve como inspiración en muchas obras. Desde la Antigua Grecia hasta la Edad Media, los autores recogen en sus cuadros dibujos de las antiguas arquitecturas, de momentos históricos, leyendas. Así se observa en pinturas como Safo en Léucade, en la que Antoine Jean-Gros refleja la historia de la poetisa griega Safo, que se suicidó por desamor arrojándose al mar, o en La abadía del robledal, en la que Friedrich destaca el interés por lo gótico y por las ruinas y la noche.

La obsesión con la muerte y la fantasía, así como por la niebla, la oscuridad o los monstruos, será muy recurrente en los pintores de principios del siglo XIX. La soledad de estos lugares abandonados y marginados de la sociedad será una buena compañera para el ánimo romántico. Ese extraño gusto por lo oscuro acabará caracterizando la obra de artistas como Francisco de Goya o Henry Füssli.

Con el prerromanticismo se redescubre la naturaleza y se comienza a desarrollar el género del paisaje. Los pintores se interesan por los paisajes naturales, pero también por espacios imaginados. Si en el neoclasicismo las escenas de los cuadros tenían lugar en lugares cerrados, dentro de majestuosos edificios o en el ámbito urbano, el romanticismo propone salir al exterior y contemplar la naturaleza, retratándola fielmente o añadiéndole un toque de fantasía.

Pleno romanticismo (1820-1850)

Aunque murió a los 32 años, Théodore Géricault tuvo tiempo para pintar la obra esencial y con la que se popularizó la corriente romántica: La balsa de la medusa (1819). Expuesta en Londres, fue adquirida rápidamente por el Louvre. La obra refleja las emociones pasionales, la expresión y la angustia del hombre ante la fuerza de la naturaleza basándose en un hecho histórico real: el hundimiento de un barco de la marina francesa que se cobró la vida de toda su tripulación frente a las costas de Dakar.

Discípulo de Géricault fue Eugène Delacroix, uno de los grandes maestros del romanticismo. Una de sus primeras obras es La barca de Dante (1822), un cuadro en el que se interesa por una temática infernal y en la que recupera las leyendas clásicas. En La matanza de Quíos (1824) presenta los horrores de la guerra que, ese mismo año, estaba teniendo lugar entre Grecia y Turquía. Muy influenciado por los eventos actuales que le rodeaban, Delacroix se interesó por la lucha de clases francesa y pintó La libertad guiando al pueblo, su cuadro más famoso.

Una de las características del romanticismo es el gusto por lo exótico. Cuando en 1801 Napoleón concluye su campaña militar en Egipto, lleva a Francia toda una serie de motivos orientales que influirán en la moda y en el arte de la época. Durante todo el siglo XIX el orientalismo será un estilo muy utilizado en el diseño. La idea de Oriente era una fuente de inspiración novedosa y emocionante. Nuevas luces y colores, así como nuevas temáticas, llegan desde esas tierras lejanas. Así se observa en Mujeres de Argel, de Delacroix.

Pese a ser un maestro del neoclasicismo en las formas y ser duramente criticado por Géricault y Delacroix, Ingres también se dejó influenciar por el orientalismo, y en obras como La gran odalisca, presentó elementos exóticos y un provocador desnudo. El orientalismo fue la excusa perfecta para pintar desnudos y escenas eróticas.

La gran odalisca (Dominique Ingres, 1814)

Mientras los pintores franceses se centraban en los individuos, desde Inglaterra artistas como John Constable o John Martin prefirieron dar protagonismo a la inmensidad, belleza y fuerza de la naturaleza. Presentaron espaciosos paisajes que podían ser desde tranquilos prados con riachuelos hasta violentos fenómenos naturales como volcanes.

Se reconoce a Constable como el mejor paisajista de la época, con obras como La carreta de heno (1821) y un ánimo de retratar esa Inglaterra no afectada por el gris y el humo de la revolución industrial. Sus paisajes evocan sus recuerdos infantiles y el mundo rural, que guarda un romántico ambiente apartado del desarrollo y de la modernidad.

William Turner llevó el paisajismo a extremos desconocidos difuminando las líneas y creando atmósferas novedosas. Por ello se le considera propulsor del impresionismo y de la abstracción. En obras como Lluvia, vapor y velocidad o Aníbal cruzando los Alpes Turner refleja la inmensidad de la naturaleza y el empeño del hombre por vencer las adversidades, sea creando máquinas nuevas (el ferrocarril) o con el coraje del individuo (cruzar los Alpes a pie).

En Alemania, Friedrich también se interesó por el paisaje (Las tres edades, 1835), y en España destaca la obra de Carlos de Haes, enamorado de la naturaleza del país, como se observa en Los picos de Europa (1876), Bajamar en Guetaria (1881) o Vista del Monasterio de Piedra (1851).

Postromanticismo (1850-1870)

A partir de 1850 el romanticismo irá perdiendo popularidad frente a una nueva corriente: el realismo (corriente de la que hablaremos en el siguiente capítulo de Historia de la Pintura). Antes de desaparecer por completo, el romanticismo vive un intento de supervivencia en el postromanticismo, en el que varios autores se resisten a dejar el estilo romántico. El realismo empapaba el arte en todas sus formas (música, literatura, pintura), pero un grupo de postrománticos siguió abrazando el orientalismo y explorando el camino hacia el impresionismo.

Uno de los pintores más destacados de esta difusa etapa, situada más o menos entre 1850 y 1870, es el español Mariano Fortuny, gran enamorado de la temática orientalista y de los colores luminosos. También Eugenio Lucas Velázquez, seguidor del estilo goyesco e interesado en la temática social que caracterizaba al realismo.

En Francia el postromanticismo incluye a nombres como Gustave Doré, famoso ilustrador de dibujos con carboncillo, y a Eugène Fromentin, destacado orientalista. También el propio escritor Victor Hugo tiene una notable obra gráfica de dibujos de temática romántica, con mundos fantásticos y sensaciones de angustia.

Muchos cuadros postrománticos son casi pre-impresionismo. Esto quiere decir que los contornos comienzan a desaparecer, como se muestra en el erótico Carmen Bastián (1871), de Fortuny, donde el sillón se funde con la pared y el suelo. También en Ofelia, de Eduardo Rosales, cuadro de 1860 que directamente no presenta ninguna línea para delimitar los elementos del cuadro. El romanticismo sucumbió a los cambios en los intereses sociales y artísticos y terminó hacia 1870, tras más de medio siglo de dominio, en el que impuso el gusto por lo natural y por la libertad.

EN EL SIGUIENTE CAPÍTULO…

En el Capítulo 6 de Historia de la Pintura hablaremos del realismo, corriente desarrollada en Francia entre 1840 y 1880 y que se interesó por los más desfavorecidos de la sociedad, llenando los cuadros de pordioseros y vagabundos. Lo exótico de lo romántico se sustituye por lo cercano del realismo. El idealismo se rechaza y se abraza la pura y cruda realidad.