Paseando por las calles que bajan desde el moderno Ülker Sports Arena hasta el centro comercial Palladium, nada nos hace pensar que no estemos en Los Ángeles, Tokio, Barcelona o Sidney. Los altos y blancos rascacielos que nos rodean, los carteles publicitarios anunciando ropa y tecnología, o el ir y venir de coches crean un ambiente urbano que podríamos etiquetar como occidental. Los muros vegetales nos impiden ver el interior de las urbanizaciones, pero se escuchan golpes de raquetas jugando a pádel. Hay cámaras de videovigilancia en cada esquina, y para entrar en las torres de viviendas debemos pasar un control de seguridad. Antes de llegar al Palladium, donde quedan los jóvenes de la zona para conectarse al Wi-Fi e ir al cine, pasamos varios supermercados, gimnasios y zonas ajardinadas. Una vez en el centro comercial, nos recibe una gigante esfera de cristal, y la música y las luces del consumo nos invitan a entrar.
Es un milagro patrocinado por la globalización que podamos vivir este tipo de experiencias en un país donde el 99,8% de la población sigue las enseñanzas de Mahoma y donde gobierna un partido islámico conservador. Pero así es el mundo del siglo XXI, y nos encontramos en una de las ciudades más vibrantes, cosmopolitas, abiertas y globales del mundo: la gran Estambul, puente entre Asia y Europa, entre el Este y el Oeste, entre el Islam y el Cristianismo.
Ser puente entre dos costas diferentes (porque Oriente y Occidente son diferentes) hace que la ciudad reciba influencias de ambas partes. Además de configurar una identidad social propia, estas influencias se plasman de manera física a través de distintos elementos urbanísticos. Así, en Estambul la tradición musulmana toma la forma de mezquita y la globalización occidental se aparece como un gran centro comercial (mall). Ambas figuras son protagonistas en el paisaje urbano de esta enorme urbe de 15 millones de habitantes, y hay lugares en los que las dos realidades se encuentran frente a frente, cada una a un lado de la calle. Parecen querer atraer a los clientes ofreciendo o bien la salvación o bien el último modelo de iPhone. Le toca al consumidor elegir en qué edificio entrar.
Esta dualidad mezquita-mall no sólo supone curiosas escenas urbanas de evidente contraste, sino que además muestra los valores en los que cree la compleja sociedad turca del siglo XXI. Una sociedad en constante tensión por el acercamiento a Occidente o por seguir la senda de la fe en el Islam. Los sectores más conservadores rechazan el materialismo occidental y el consumismo desenfrenado, en cambio los intereses económicos promueven la apertura de nuevos centros comerciales. Hay que recordar que Turquía es -o ha sido tradicionalmente- un ejemplo de secularismo dentro del mundo musulmán, con una separación entre la Iglesia y el Estado que le ha hecho ganar el aprecio de la comunidad internacional.
Sin embargo, desde que el partido de derecha AKP (Adalet ve Kalkınma Partisi, literalmente «Partido de la Justicia y el Desarrollo») se hizo con el gobierno en el año 2002, el país ha vivido -especialmente en los últimos años- un giro etiquetado como radical por muchos analistas. Bajo el autoritario gobierno de Recep Tayyip Erdoğan un proceso de islamización ha contaminado el aire de libertad que se respiraba. En los últimos 15 años se han adoptado políticas restrictivas en derechos civiles y se han construido 17.000 mezquitas. Ya son 90.000 en todo el país -más que la suma de todas las escuelas y hospitales.
En Estambul hay alrededor de 3.000 mezquitas, repartidas entre los 782 barrios de la ciudad. El gobierno del AKP ha legislado cambiando la titularidad del suelo en muchas zonas para implantar un uso de suelo exclusivamente religioso. Hay incluso lugares de la ciudad en la que símbolos republicanos han sido sustituidos por elementos islámicos. Muchas de las mezquitas más modernas se han construido cerca de monumentos de la República, como ocurre con la impresionante Çamlıca Camii, terminada en el año 2016 y que domina completamente la zona en la que se ha construido. La idea está en contestar o retar al simbolismo republicano haciendo que predomine lo islámico, tal y como analiza Fatma Müge en su libro Contested Spaces in Contemporary Turkey. Esta política entraría dentro de la islamización del Gobierno de Turquía, un viraje ideológico analizado en 2016 por The Diplomat en este artículo y en 2018 por el Begin-Sadat Center for Strategic Stduies en este otro.
Sin embargo muchas de las 3.000 mezquitas de Estambul se edificaron siglos atrás. Desde la mezquita de Fatih, del año 1470, hasta la mezquita de Kalenderhane, de 1746, encontramos muchos edificios religiosos históricos de la época del Imperio Otomano. La mezquita más grande de la ciudad, construida entre 1550 y 1558 bajo el sultanato de Süleyman I, observa el centro urbano desde una zona elevada. Por su parte, la Mezquita del Sultán Ahmet, mundialmente conocida como la «Mezquita Azul», se terminó en 1617 y se encuentra frente a Santa Sofía, un edificio que no hemos añadido a la lista de mezquitas porque, en la actualidad, no es una mezquita. Fue declarada espacio secular en 1931 y convertida en museo.
Arquitectónicamente se observa un patrón muy claro en todas las mezquitas de Estambul, con grandes cúpulas centrales y varios minaretes. Las mezquitas aparecieron por primera vez en el Imperio Otomano durante el siglo XI, cuando muchos turcos de la zona empezaron a convertirse al Islam. Muchas de las primeras, como Santa Sofía, habían sido originalmente iglesias cristianas durante el Imperio Bizantino. Los otomanos aportaron su arquitectura pero manteniendo formas y elementos cristianos, y el resultado fueron las mezquitas turcas que podemos ver hoy en día. Las 3.000 mezquitas de Estambul se caracterizan por incluir elaboradas columnas, naves y techos altos y una gran cúpula acompañada de otras más pequeñas. En el interior una gran moqueta cubre todo el suelo, y los visitantes y fieles deben ir descalzos. Es por eso que, en las mezquitas más grandes, en la parte exterior de los muros suele haber fuentes y zonas para lavarse los pies.
Las mezquitas funcionan como espacios de rezo y de tranquilidad. Se puede observar a personas leyendo sentadas sobre las alfombras, o incluso con el teléfono móvil. Hay rincones muy cómodos y apartados, donde el silencio y la luz tenue de las velas crean una burbuja donde la gente puede refugiarse del tráfico, de las prisas y del alboroto de una ciudad de 15 millones de vecinos.
Estos tranquilos centros espirituales convive en Estambul con otro tipo de edificios: los centros comerciales. De estructuras tan llamativas como las mezquitas, los gigantes malls aparecen en distintas zonas de la ciudad con enormes aparcamientos, grandes fachadas de cristal y un interior repleto de anuncios, escaparates, tiendas, restaurantes y diversión. A estos lugares tan llamativos la gente entra con dinero y sale con bolsas.
De alguna manera, los malls se han convertido en elementos decorativos para las ciudades del siglo XXI. Sus diseños arquitectónicos impresionan y consiguen formas increíbles, desde la bola de cristal del Palladium Mall hasta los triángulos de hormigón del Maltepe Park. Además de servir como centros de socialización y consumo, los malls parecen haber traído la modernidad a la ciudad.
En Estambul hay 120 grandes centros comerciales. Algunos de ellos de enormes dimensiones, como el Forum Istanbul, de 175.000 metros cuadrados, que, cuando se abrió en 2009, era el más grande de Europa. Este mall situado en el corazón de la parte europea recibe cada año a 25 millones de visitantes. También podemos destacar el Marmara Park, con 16 salas de cine y 300 tiendas de ropa, o el Aqua Florya, con un acuario lleno de tiburones.
Normalmente se identifica la parte asiática como una zona más tranquila que el lado europeo de Estambul. Aun así, los malls también están apareciendo en Anatolia, y con unas prestaciones que sorprenden al musulmán más convencido. Por ejemplo, el Watergarden Istanbul tiene lagos y arroyos, con fuentes de luces que expulsan agua a metros de altura y una frondosa vegetación. Por su parte el Viaport Mall es literalmente una pequeña Venecia dentro de Estambul, con canales atravesados por puentes y góndolas que te llevan de tienda en tienda.
Sin duda este tipo de oferta se debe a un cambio en la demanda: los ciudadanos turcos se han subido al tren de la occidentalización y quieren consumir como los occidentales. Quieren ir de compras y disfrutar con atracciones. Y esta deriva casi inevitable de un país emergente afecta también a la población creyente. De hecho hay centros comerciales, como el Cevahir Mall, que abrió a finales de 2005 y pertenece a la familia Cevahir, donde es más fácil encontrar mujeres con velo. Algunos como el Palladium están más relacionados con una nueva clase alta, y otros como el Cevahir son para las familias más tradicionales. ¡Hay centros comerciales para cualquier tipo de fe!
Ante la intención de construir un nuevo centro comercial en la importante Plaza Taksim, el propio presidente Erdoğan prometió que el mall no se edificaría, y que en su lugar se levantaría una nueva mezquita. En esa ocasión el presidente pareció desvelar su ideología y sus planes de futuro para Turquía. Sin embargo, según muchos analistas el AKP está jugando «a dos bandas», contentando con una mano a los sectores más radicales del Islam con una serie de decisiones puntuales, mientras con la otra sigue avalando la construcción de centros comerciales. Pareciera como si el Partido de la Justicia y el Desarrollo entendiera las mezquitas como la representación física de la Justicia y los grandes centros comerciales como un símbolo del Desarrollo.
Contraste en la forma y en el fondo
Frente al silencio y tranquilidad que ofrece el interior de una mezquita, aparecen en Estambul la música y las luces de neón de los centros comerciales. Ante la arquitectura tradicional de piedra de los templos, los gigantes malls se presentan con poderosas paredes de cristal y acero. La mezquita se ilumina con la sobriedad de las velas, el centro comercial con miles de bombillas. En la mezquita el fiel encuentra la Salvación, en el centro comercial el consumidor encuentra la necesidad de gastar. Son ambientes totalmente opuestos, y que en Estambul coexisten ocupando el mismo espacio. Pocas ciudades del mundo albergan tantas diferencias.
Una de las imágenes más poderosas para evidenciar la realidad de la sociedad turca son las fotografías de hiyabs en los catálogos de moda, puestos sobre las cabezas de atractivas modelos. Mujeres posando con los velos tradicionales de la cultura islámica para fomentar el consumo al estilo occidental. Sin duda esta imagen representa el momento en el que se encuentra Estambul: dando pasos hacia el Oeste pero sin dejar de agarrarse a las creencias que mantienen a la ciudad dentro del mundo islámico.
El equilibrio entre ambas realidades no es fácil, y los momentos de tensión son muchos. La ciudad que quiere servir de puente entre dos mundos ha sufrido en muchas ocasiones el terror de los más radicales. Celebrando la llegada del año 2017 en la madrugada del 1 de Enero, cientos de jóvenes se vieron sorprendidos por el fuego y las bombas de un yihadista. Ocurrió en la discoteca Reina, en la orilla del Bósforo, símbolo de las libertades y la diversidad en Estambul. Desde aquel fatídico atentado que se cobró la vida de 39 personas, la Reina no ha vuelto a abrir. Guiado por una interpretación radical del Islam, un terrorista consiguió acabar con uno de los lugares más occidentales de la ciudad.
Sin duda estos hechos, aunque puntuales en el tiempo, dejan su huella en el espacio y a través de la memoria. La discoteca Reina fue silenciada mediante bombas, y la música y el alcohol y la fiesta se pararon bruscamente. En Estambul nadie olvida ese ataque, que fue directo contra el corazón de los valores de Occidente. Quizás por eso en la mayoría de los centros comerciales, que también simbolizan los valores de la globalización, hay que pasar por varios guardias se seguridad y detectores de metales antes de poder entrar en el paraíso del consumo.
No habrá bombas ni disparos en el interior de las sagradas mezquitas, pero eso no reportará más fieles a sus moquetas. Lejos de conseguir cualquier atracción hacia la fe, el terror radical no hará sino llenar los centros comerciales, aumentar el consumo y potenciar las ganas de vivir libremente. Tampoco los sermones convencerán a los jóvenes de que se debe seguir una vida recta y obedecer las enseñanzas de las Escrituras. Las llamadas desde los minaretes no podrán superar el sonido de la música electrónica, y poco a poco una nueva generación de ciudadanos hará suya la ciudad.
Hasta entonces, en Estambul convivirán con sus diferencias las bellas mezquitas llenas de recogimiento personal y los atractivos centros comerciales repletos de socialización y diversión. Defendiendo valores distintos, moldeando hábitos diferentes. La mezquita y el mall seguirán librando su lucha ideológica en esta apasionante ciudad milenaria.