Hay algo que tienen en común prácticamente todos los habitantes de la costa del Pacífico: pueden explotar en cualquier momento. No es una figura literaria ni una forma de hablar: realmente la tierra que pisan puede reventar, escupir fuego o resquebrajarse y abrirse sin aviso previo. Sin duda las vistas del océano y los atardeceres son espectaculares, pero no todo iba a ser positivo para quien vive en California, en Colombia o en una isla paradisíaca.
Para encontrar la explicación a que la costa del Pacífico sea tan poco pacífica (esto sí es un recurso literario) hay que mirar bajo la corteza terrestre. Entendiendo el puzzle de las placas tectónicas y sus movimientos podemos comprender por qué un perfecto cinturón ata completamente este océano. Cuando una placa oceánica se encuentra con una placa continental se produce un proceso de subducción que hace que la primera se hunda por debajo de la segunda. Este poderoso choque tiene lugar a una velocidad lenta, pero genera fenómenos catastróficos en la superficie, como terremotos y volcanes.
El límite de la llamada Placa del Pacífico se puede observar perfectamente a través de la sucesión de volcanes que aparecen sobre la Tierra a lo largo de 40.000 kilómetros desde Nueva Zelanda hasta el sur de Chile, atravesando el Este de Asia, las Islas Aleutianas y bajando por la Costa Oeste de América. Esta línea volcánica dibuja una especie de herradura, que se ha venido a llamar «Cinturón de Fuego» o «Anillo de Fuego» y que engloba 24 países.
Este corredor magmático alberga 452 volcanes, lo cual supone más del 75% del total global. Los datos del Cinturón de Fuego hablan por sí solos: 22 de las 25 mayores erupciones volcánicas de los últimos 10.000 años han tenido lugar en esta zona. En la actualidad sigue siendo una región muy activa, como muestra la reciente erupción del Volcán de Fuego, en Guatemala, que se ha saldado con 80 muertos. Episodios anteriores han sido la erupción del Monte Ontake, en Japón, en 2014 (63 muertos) o la del Volcán Merapi, en Indonesia en el año 2011, que acabó con la vida de 353 personas.
Podemos repasar algunos de los grandes volcanes y erupciones del Cinturón de Fuego comenzando en la Isla Norte de Nueva Zelanda, un punto de especial concentración de volcanes. En 1953 más de 150 personas murieron al ser arrastrados por un lahar, un gran flujo de sedimentos y agua que se moviliza por las laderas de los volcanes. Los lahares son la principal causa de riesgo asociada al vulcanismo, más incluso que el propio fuego, la lava o los piroclastos. Cuando las enormes lenguas de barro se deslizan por la ladera arrasan con todo.
Una de las más tristes tragedias relacionadas con un lahar tuvo lugar en Colombia en 1985, cuando el gran volcán Nevado del Ruiz tuvo una pequeña erupción. Este enorme volcán había pasado 70 años dormido, pero el miércoles 13 de noviembre expulsó lava, que fundió el 10% del glaciar de la montaña. Se formaron cuatro lahares distintos, que arrasaron varios pueblos cercanos. Murieron 23.000 personas arrastradas por el barro.
Sin duda los años ochenta fueron trágicos por la actividad volcánica. Al desastre del Nevado del Ruiz en Colombia en 1985 hay que sumar la erupción de El Chichón en México en 1982, que se saldó con 3.500 muertos, la del Galunggung en Indonesia el mismo año, o la erupción del Monte Santa Helena, en 1980, que se creía dormido.
Y si durante los ochenta el Cinturón de Fuego vivió varios episodios de vulcanismo, en la actualidad el siglo XXI esta siendo mucho más activo. En la primera mitad de este mismo año 2018 hemos tenido el trágico incidente en Guatemala y una nueva erupción del siempre peligroso Kilauea, en Hawái. Este volcán es denominado «hiperactivo» por los vulcanólogos, ya que técnicamente está en erupción constante desde 1982. Localizado en un hot spot como Hawái, el Kilauea ha entrado en erupción 54 veces en los últimos cien años.
Durante el mes de mayo de 2018 el hiperactivo volcán estuvo escupiendo lava de manera ininterrumpida a través de más de veinte fisuras en sus laderas. Las coladas destruyeron decenas de casas y obligaron a evacuar a 4.000 personas. Este comportamiento es normal en el Kilauea: en 1955 otra erupción duró casi tres meses. Afortunadamente la zona cercana al volcán no está muy poblada.

La localización del Kilauea cerca de la costa produce un peligroso efecto, ya que cuando las coladas de lava llegan al océano y entran en contacto con el agua marina se crean nubes de gas tóxico para el ser humano. Estos gases ya han producido la muerte de algunas personas que inhalaron el aire tóxico en otros episodios. Los curiosos se acercan a fotografiar el espectacular fenómeno del magma sumergiéndose en el mar y no se dan cuenta de que el aire está contaminado.
El problema de los laze -término inglés que combina las palabras lava y haze (neblina)- es que cambian de dirección sin previo aviso, empujados por los vientos costeros. Estas columnas de humo tóxicas pueden causar irritación y dificultades para respirar.
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En 1883 tuvo lugar la famosa erupción del Krakatoa, en Indonesia. Aunque no se tiene mucha información de este episodio, se sabe que la explosión fue tan violenta que acabó destrozando la propia isla en la que se encontraba el volcán en varios pedazos. Más de 160 pueblos fueron destruidos y murieron 36.000 personas. La explosión final, que tuvo lugar en Agosto, fue la culminación de tres meses de erupciones. Los científicos calculan que la erupción que destrozó el Krakatoa tuvo una potencia de 200 megatones (equivalente a 10.000 bombas atómicas) y que se pudo ver desde Madagascar, a 7.000 kilómetros de distancia.
El cono de cenizas del Krakatoa se elevó 40 kilómetros y el sonido de la explosión dejó sordos a muchos marineros que se encontraban en un radio de 50 kilómetros a la redonda. Se cree que es el sonido más alto jamás registrado, de unos 180 decibelios. La erupción del Krakatoa produjo una nube de ceniza que se extendió por todo el mundo, llegando hasta Europa y produciendo una bajada de 1.5ºC en la temperatura global.

Filipinas es otro de los países atravesados por el Cinturón de Fuego. Existen unos 50 volcanes en todo el país, de los cuales 21 están activos en la actualidad. En 1991 Filipinas sufrió la segunda mayor erupción volcánica del siglo XX, cuando en la mañana del 2 de abril el Monte Pinatubo despertó tras 500 años dormido. Con una fuerza diez veces mayor a la del Santa Helena, la explosión del Pinatubo destrozó el monte y la nube de ceniza cubrió de oscuridad 125.000 kilómetros cuadrados. Hubo que lamentar 850 muertos, pero habrían sido miles de no haber realizado una exitosa campaña de evacuaciones.
Para encontrar la mayor erupción del siglo pasado hay que viajar a la Península de Alaska y retroceder en el tiempo hasta 1912. El volcán Novarupta estuvo en erupción durante 60 horas seguidas, expulsando piroclastos sin parar. Por su aislamiento en una cordillera nevada y despoblada no resultó muerta ninguna persona.
La presencia humana es clave a la hora de valorar los riesgos, y pese a que en lugares recónditos puedan explotar enormes volcanes, si no afectan a la vida de las personas no son peligrosos. En este sentido en el Cinturón de Fuego observamos que el riesgo es muy alto: algunas de las ciudades más pobladas del mundo se encuentran en este anillo mortal. Por ejemplo, si el Monte Rainier, en Norteamérica, entrara en erupción, tendrían que evacuarse rápidamente los 2,5 millones de personas que viven en el área cerca de Seattle.

Las erupciones más mortíferas que han tenido lugar en el Cinturón de Fuego datan de siglos pasados, como la del Monte Tambora, en Indonesia, de 1815 y que acabó con la vida de más de 70.000 personas, o la del Monte Unzen, en Japón, que causó 15.000 muertos en 1792. A estos eventos hay que sumar los ya mencionados del Krakatoa y el Nevado del Ruiz.
No deja de ser sorprendente que la zona más peligrosa del mundo tectónicamente hablando sea también una de las más densamente pobladas. Desde la costa californiana hasta las islas de Indonesia, pasando por los superpoblados Japón, Filipinas o México, cientos de millones de personas conviven con peligrosos volcanes dormidos. Únicamente nos acordamos de ellos cuando despiertan, y entonces ya es demasiado tarde para reaccionar ante el fuego.