NOTAS DE 1788-1814: CARLOS IV – JOSÉ I – FERNANDO VII
En 1788 llegaba al trono Carlos IV, y al año siguiente tenía lugar la revolución en Francia. Mientras en Francia tenían lugar importantes etapas (Asamblea General, Asamblea Constituyente…), pues mientras todo eso pasaba allí, en España las cosas no iban muy bien. Durante el siglo XVIII se habían sucedido distintos reyes borbones, como Felipe V, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV, y sus políticas absolutistas no habían tenido mucha fortuna. La llegada de la Ilustración a España abrió los ojos a personas como Jovellanos, y e espíritu de cambiar las cosas llegó a calar hondo entre la gente. El Antiguo Régimen no gustaba.
Las últimas decisiones que tomó Carlos IV, siempre ayudado por su valido Manuel Godoy, fueron críticas para la España del S.XIX. En 1805 España ayudó a Francia en la Batalla de Trafalgar contra el Reino Unido y, por supuesto, perdieron. En 1807 el Tratado de Fontainebleau permitía a las tropas francesas entrar en territorio español para supuestamente invadir Portugal. Esta política errática y confusa llevó a sucesos como los de El Escorial, en 1807, donde pillaron a Fernando, hijo de Carlos IV, conspirando contra su propio padre. Fernando pidió perdón por ello. El otro suceso que finalmente acabó con la credibilidad del rey fue el Motín de Aranjuez de 1808, que obligó a huir a Godoy y a Carlos IV a abdicar en su hijo.
La caída de Godoy y de Carlos IV agravó la crisis política en la que se encontraba España. Las tropas napoleónicas se paseaban por territorio español como Pedro por su casa. El pueblo español se dio cuenta de que los franceses no solo pretendían ocupar Portugal, sino también toda la Península. A finales de Abril de 1808 Napoleón citó a la familia real española en la ciudad de Bayona y allí mismo, con un par de… eso, les dijo que tenían que abdicar, tanto Carlos como Fernando, porque iba a poner a su hermano, José Bonaparte, como rey de España.
A principios de Mayo, concretamente entre el día 2 y el 3, hubo un levantamiento popular en Madrid contra los franceses. Las abdicaciones de Bayona dejaban claro lo que pretendía Napoleón. El levantamiento popular sorprendió a los franceses, que no pudieron ocupar ciudades como Zaragoza o Valencia, cuyos sitios fueron ejemplo de heroísmo.
José I de España llegó como rey a Madrid en 1808, y bajo el brazo llevaba muchas ideas progresistas, liberales y que, en principio, iban a ayudar al país, pero, ni por asomo, los españoles iban a dejar que un rey extranjero les dijera qué hacer. Durante 1808-1814 tuvo lugar la guerra de independencia, mientras tanto, en Madrid, José I intentaba tomar algunas decisiones. Pero la guerra y la mano de Napoleón (el pobre José I era simplemente un títere de Napoleón) le impidieron realizar las políticas que le habría gustado llevar a cabo.
La guerra de independencia como tal fue una guerra que se alargó demasiado. Napoleón no se esperaba una resistencia tan fuerte del pueblo español. La victoria española en la Batalla de Bailén obligó por unos meses a José I a abandonar el país, y tuvo que venir el propio Napoleón, que envió un ejército de 150.000 hombres. Al mismo tiempo, el ejército inglés de Wellesley desembarcaba en Portugal. Tras la Batalla de Ocaña los franceses ocuparon casi toda España, en el período 1810-1812 los franceses alcanzaron el máximo control sobre el suelo peninsular. En 1812 Napoleón se vio forzado a movilizar tropas de España debido al frente ruso. El debilitamiento de las tropas francesas en España fue aprovechado por Wellesley, que venció a los franceses en las batallas de los Arapiles y de Ciudad Rodrigo. José I tuvo que abandonar Madrid y el gobierno josefino se trasladó a Valencia. El ejército angloespañol siguió empujando y venciendo a los franceses, como en la importante Batalla de Vitoria en 1813 o la de San Marcial, que finalmente obligó a José I y a todos los franceses a abandonar España. En 1814 Napoleón firmó con Fernando VII el Tratado de Valençay, por el que el rey borbón regresaba a España y recuperaba el trono.
El liberalismo. Ideario y corrientes y la oposición al mismo.
El liberalismo aspira a la eliminación de las características propias del Antiguo Régimen, a la vez que pretende construir una nueva sociedad basada en los principios liberales. El ideario del liberalismo viene de las ideas de ilustrados como Campomanes, Floridablanca o Jovellanos, que a finales del siglo XVIII se habían manifestado en contra de la monarquía absolutista y del no-avance del sistema del Antiguo Régimen.
Los liberales tienen a la constitución como el documento regulador de la vida pública. Se rechaza la monarquía absoluta y se apuesta por la monarquía constitucional. Se eliminan los privilegios del clero y de la nobleza, se establece la división de poderes y el sufragio universal masculino. Todas estas características liberales están bien reflejadas en la Constitución de 1812, que los liberales firmaron en las Cortes de Cádiz mientras tenía lugar la Guerra de la Independencia (1808-1814). Aunque esta constitución no se puso en práctica debido a la guerra y al regreso de Fernando VII en 1814 (Tratado de Valençay), la Constitución de 1812 fue el modelo a seguir por todos los liberales a partir de ese momento. Otros puntos donde la constitución hacía hincapié eran, en lo económico, se defendía la propiedad privada libre y se rechazan los bienes comunales, se aspira a la liberal de comercio, a la libertad de contratación de los trabajadores. En cuanto a aspectos religiosos, no se rechaza la religión, pero se tiende a limitar el poder de la Iglesia, e inevitablemente aflora el anticlericalismo.
La siguiente etapa liberal fue el Trienio Liberal (1820-1823), cuando Fernando VII tuvo que jurar la Constitución de 1812 debido a que Rafael del Riego había salido victorioso de un pronunciamiento. Durante esos tres años Fernando VII fue rey, pero no tuvo palabra alguna ni autoridad como hubiera querido. Se vivieron años de una monarquía constitucional al estilo liberal. Fueron también años que constituyeron un punto de inflexión para el liberalismo, ya que los liberales se dividieron. Por un lado quedaron los liberales moderados, partidarios de pactar con las clases nobles y con el rey, y por otro los liberales radicales, que planteaban reformas radicales y se resistían a hablar con el rey, fue un liberalismo que más tarde derivaría en un republicanismo.
El liberalismo siguió dividiéndose y alternando el poder durante el reinado de Isabel II, cuando la regente María Cristina y la propia Isabel II estuvieron en el trono. Ellas dos siempre apoyaron más a los liberales moderados, como Narváez, y trataron de conspirar contra los liberales progresistas, como Espartero. Fue una etapa en la que predominaron los llamados “espadones”, políticos militares que llegaron al gobierno con mano dura. Hombres del ejército como Espartero, O’Donell o Narváez se fueron alternando en el poder durante el período de 1833 a 1868, el período en el que el sistema liberal se puso en práctica.
Durante esos años también hubo una fuerte oposición a los liberales. Aunque éstos ya estuvieran divididos entre progresistas y moderados, también había otros grupos conservadores como los carlistas que estuvieron en continua guerra con el gobierno.
Cuando Fernando VII murió en 1833 y abdicó en su hija Isabel II un grupo de personas, los carlistas, que apoyaban a Carlos María Isidro, hermano del difunto rey, como sucesor al trono, comenzaron una campaña fundamentada en la acción directa y en la guerra para derrocar a Isabel II y poner en el trono a Carlos. Se libraron hasta tres guerras carlistas, la primera, de 1833 a 1840 ocupó toda la regencia de María Cristina, quien en 1840 renunció a la regencia y designó a Espartero como regente. El ideario carlista era prácticamente todo lo contrario del liberal. Se caracterizaban por un ferviente antiliberalismo, negación de la soberanía nacional, se niega a la centralización del gobierno y defiende el foralismo… los carlistas encontraron apoyo sobretodo en el medio rural, y las guerras carlistas tuvieron lugar en el norte peninsular, sobretodo por el País Vasco y Cataluña.
A parte de los carlistas, los liberales tuvieron la oposición de, entre 1812 y 1833, Fernando VII y sus seguidores. Mientras Fernando VII estuvo en vida, los liberales vivieron etapas durísimas, como el Sexenio Absolutista (1814-1820) o la Década Ominosa (1823-1833), cuando la mayoría de intelectuales y liberales tuvieron que exiliarse del país debido a la tremenda vuelta al Antiguo Régimen que Fernando VII había dado.
ETAPAS DEL LIBERALISMO DURANTE EL SIGLO XIX
1808-1814 Guerra de Independencia Antiguo Régimen
1812 – Cortes de Cádiz. Constitución de 1812. Liberales
1814-1820 Sexenio Absolutista Antiguo Régimen
1820-1823 Trienio Liberal Liberales
1823-1833 Década Ominosa Antiguo Régimen
1833-1835 Gobierno provisional. Estatuto Real. Liberales
1835-1837 Gobiernos liberales progresistas Liberales Progresistas
1837-1840 Gobiernos liberales moderados (Trienio Moderado) Liberales Moderados.
1840-1843 Regencia de Espartero. Liberales Progresistas.
1844-1854 Década moderada. Narváez. Liberales Moderados.
1854-1856 Bienio progresista. Espartero. Liberales Progresistas.
1856-1863 Unión Liberal. O’Donell Liberales Moderados.
1863-1868 Final del reinado. Crisis del Liberalismo Crisis del Liberalismo.
El sexenio democrático
El malestar político, económico y social que se arrastraba desde años atrás condujo al pronunciamiento del almirante Topete en Cádiz en 1868. El modelo político isabelino, fundamentado en torno a los partidos unionista y moderado, había llegado a su fin. En 1866 una coalición de demócratas y liberales progresistas firmaron el Pacto de Ostende, que fue el primer movimiento para derrocar a Isabel II.
El levantamiento militar dio paso a un movimiento revolucionario popular conocido como La Gloriosa. La batalla del puente de Alcolea fue la que, definitivamente, echó a Isabel II y a sus seguidores del país. Para controlar la revolución, que se había extendido por todo el país, se formó un Gobierno Provisional presidido por el general Serrano, principal artífice de la revolución. El gobierno provisional se encargó también de convocar unas elecciones a Cortes Constituyentes, que finalmente iniciaron sus sesiones en 1869, año en el cual se redactó y firmó una nueva constitución. Esta constitución establecía la soberanía popular y la división de poderes, pero también hizo hincapié en algunos aspectos tan importantes como el de declarar un sistema bicameral y que la labor del rey seguía vigente. Era un sistema de monarquía constitucional. La adopción de una monarquía como forma de gobierno provocó malestar entre los republicanos, y se nombró a Serrano como regente, para calmar la tensión política. Durante toda la regencia de Serrano (año 1869) el principal objetivo del gobierno fue buscar un nuevo rey para España. Además de eso, se tuvo que hacer frente al estallido de la guerra de cuba (1868) y a la oposición de alfonsinos (que apoyaban al hijo de Isabel II) y carlistas. Finalmente, después de muchos debates y enfrentamientos a la hora de elegir, se decidió que el nuevo rey de España sería Amadeo de Saboya. Juan Prim fue el principal defensor de esta elección. Así pues en 1870 llegaba el nuevo rey Amadeo I, y ese mismo día Prim era asesinado. El reinado de Amadeo no podía comenzar peor.
A lo largo de tres penosos años (1870-1873) Amadeo I estuvo al frente de un país que no avanzaba. El rey apenas tenía apoyos y los problemas brotaban de cualquier parte. La guerra de Cuba, la inestabilidad política y social, el estallido de la Tercera Guerra Carlista… y a todo esto se le sumaba el hecho de que Amadeo I apenas hablaba ni entendía el castellano. El rey estuvo sumido en una incomunicación profunda, y finalmente, no viéndose capaz de cambiar el rumbo del país, renunció a la corona en 1873. Al día siguiente de la marcha de Amadeo de Saboya se proclamaba la I República por una amplia mayoría de votos. La etapa que iba a comenzar no iba a tener buenos resultados.
Tras aprobarse la constitución en la que se establecía la monarquía como forma de gobierno, el general Serrano fue nombrado Regente y Prim pasó a presidir un nuevo gobierno. Desechada la opción de los Borbones, se inició la búsqueda de una candidato adecuado a la Corona entre las familias reales europeas. Finalmente las Cortes eligieron como nuevo rey a Amadeo de Saboya, hijo del Víctor Manuel II, rey de la recién unificada Italia, y perteneciente a una dinastía con fama de liberal.
El mismo día de la llegada de Amadeo a España fue asesinado el general Prim. El general progresista era el principal apoyo del nuevo rey. Su ausencia debilitó grandemente la posición del nuevo monarca.
Amadeo se encontró inmediatamente con un amplio frente de rechazo. Aquí estaban grupos variopintos y enfrentados: los carlistas, todavía activos en el País Vasco y Navarra; los «alfonsinos», partidarios de la vuelta de los Borbones en la figura de Alfonso, hijo de Isabel II; y, finalmente, los republicanos, grupo procedente del Partido Demócrata que reclamaba reformas más radicales en lo político, económico y social y se destacaba por un fuerte anticlericalismo.
Mientras la alianza formada por unionistas, progresistas y demócratas, que había aprobado la constitución y llevado a Amadeo al trono, comenzó rápidamente a resquebrajarse. Los dos años que duró su reinado se caracterizaron por una enorme inestabilidad política, con disensiones cada vez más acusadas entre los partidos que habían apoyado la revolución.
Impotente y harto ante la situación, Amadeo I abdicó a principios de 1873 y regresó a Italia.
Sin otra alternativa, era impensable iniciar una nueva búsqueda de un rey entre las dinastías europeas, las Cortes proclamaron la República el 11 de febrero de 1873
El experimento republicano duró apenas once meses, desde febrero de 1873 hasta enero de 1874. Se sucedieron cuatro presidentes (Figueras, Pi i Margall, Salmerón y Castelar), seis gobiernos, dos guerras… el esfuerzo para construir un nuevo modelo de Estado tropezó con múltiples dificultades.
La república comenzó con el gobierno provisional de Figueras, que mantuvo la Constitución de 1869 suprimiendo sólo los artículos referidos a la monarquía y que abolió la esclavitud. Se convocaron elecciones, donde acudieron divididos los republicanos, entre federalistas y centralistas. Con mayoría republicana federal se abrió la etapa de la República Federal, con Pi i Margall como presidente. Durante estos meses tuvieron lugar acontecimientos que acabaron con la paciencia del presidente y le obligaron a dimitir, viéndose incapaz de controlar la situación, principalmente la huelga general en Alcoy o el surgimiento del fenómeno cantonalista. Salmerón sustituyó a Pi en la presidencia de la república, y finalmente se pudo reprimir a los cantonalistas. Salmerón dejó la presidencia del gobierno al negarse a firmar unas sentencias de muerte y le sustituye Emilio Castelar, que defendía una república centralista. Eran principios de 1874 y el general Pavía, capitán general de Madrid, veía que los republicanos no se ponían de acuerdo y que la República no estaba ayudando a España. El general Pavía dio un golpe de Estado y puso de nuevo a Serrano al frente del gobierno. Técnicamente seguía siendo el sistema republicano el vigente, pero el gobierno de Serrano no tuvo nada de republicano. Fue autoritario y duro. Fue un gobierno de unos meses, que habría de servir para dejar atrás la República y abrir el camino al retorno de los Borbones. El golpe de Pavía no había sido un golpe contra la República, sino contra los políticos republicanos. El verdadero golpe de Estado contra el sistema republicano lo dio Martínez Campos a finales de 1874. Mientras tanto Cánovas, principal dirigente del sector alfonsino, preparaba la vuelta de Alfonso, hijo de Isabel II, como Alfonso XII de España.
En 1875 Alfonso XII entró en Madrid como nuevo rey. Comenzaba con él una nueva etapa en la historia de España: la Restauración, un largo periodo en el que los Borbones regresaron al trono y en el que la estabilidad reinó gracias a un fraudulento sistema político en el que se turnaban dos grandes partidos, el conservador y el liberal. Todo este sistema fue ideado por Cánovas para darle estabilidad al país.
El sexenio democrático (1868-1874) había sido una etapa de transición para pasar del sistema liberal del reinado de Isabel II al sistema canovista. Un período de transición en el que se experimentó con la República, pero que no dio resultados.